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Ricardo Gómez y Bruna Cusí: dos hermanos (manchados) de sangre

Tras años practicando el ejercicio de representar actores, Borja de la Vega dirige su primer largo, un crepuscular y escarbado drama familiar
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Sigue existiendo algo de corruptible en el concepto cinematográfico de familia española y prueba de ello es que son contadas las ocasiones en las que el núcleo troncal del linaje –ni siquiera el género de la comedia se queda fuera de esta ecuación– se representa en la gran pantalla con aura sacralizada, buenista o inmaculada. Siempre hay aristas, manchas, túneles emocionales enfangados por los que a veces da pánico entrar. Con las relaciones entre hermanos por ejemplo pasa como con las que se construyen entre madres e hijas: pueden llegar a ser poderosamente autodestructivas porque nacen de la misma raíz, surgen de la misma tierra, provienen del mismo idioma. Son vínculos delicados y fatigosos plagados de contradicciones, de nexos definitorios, de limitaciones indirectas.
Todo ese compendio de claroscuros tan potencialmente interesantes es algo que Borja de la Vega quiso atrapar desde el principio para la puesta en marcha de “Mía y Moi”, su primera película como director tras años dedicado a la representación de actores: “Me atraía mucho la idea de plasmar cómo lo que vives en la infancia, en el momento en el que te estás formando como persona y construyendo como el adulto que serás en un futuro te modifica y te forma. Mía y Moi además de ser hermanos, son supervivientes de una misma situación en la infancia y esto les ha obligado a forjarse un carácter basado por completo en el “nosotros contra el mundo””, asegura De la Vega.
Pese a estar acostumbrado a que muchas de las historias que iba escribiendo cogieran polvo en un cajón, bien por falta de iniciativa a la hora de moverlas, bien porque sus derroteros profesionales le empujaban a decantarse por otras direcciones, de repente lo vio claro: “¿Sabes qué ocurre en realidad? que todo esto ha sido un proceso al revés. Desde que era muy pequeño quería dirigir cine. La vida después me ha ido llevando por otros caminos en lo profesional pero yo acabo representando actores por mi pasión por el cine, no al contrario. No es como si ahora siendo representante digo un día ¡ay, voy a dirigir una película!, no. Llevo toda la vida queriendo dirigir cine y por unas cosas u otras no lo he hecho, hasta que al final una cosa digamos que retroalimentó a la otra. “Mía y Moi” es un proyecto que probablemente si yo no fuera representante nunca habría hecho porque nació esencialmente de la complicidad con los actores. Escribí esta película para ellos”, asegura.
Un ejercicio de generosidad y amor desinteresado que tanto Bruna Cusí como Ricardo Gómez corroboran. “Fue un guion un poco escrito a nuestra medida porque el proyecto surgió de nuestra relación de amistad con Borja. Él tenía muchas ganas de hacer su primera película y de trabajar con nosotros y en realidad hicimos el camino juntos. Lo que más me impresionó cuando leí el guion fue la manera en la que había concebido la turbulenta relación de estos dos hermanos”, indica Cusí antes de que Gómez explique entusiasmado: “Borja me mandó las bases un día a las 7 de la mañana y en muy poco tiempo fuimos conscientes de que iba enserio. Fue muy llamativo y emocionante llegar a ese punto en el que dijimos vale, está pasando, lo estamos haciendo”.
Dependencia absoluta
A lo largo de esta notable y cadenciosa ópera prima cuyos escenarios bañados por la reposada calma del estío pueden llegar a degustarse y en la que los silencios y la contenida gestualidad de Ricardo Gómez –quien da vida a Moi–, llega en ocasiones a expresar mucho más que los diálogos, asistimos a la interacción viciada y lastrada por la reciente muerte de la madre entre Mía (Cusí) y Moi, dos hermanos que se refugian durante el verano de la pérdida en la idílica casona familiar junto con la generosa y comprensiva pareja de Moi (a quien da vida el también representado del director, Eneko Sagardoy) y de forma más posterior junto al ex de Mía (Joe Manjón), un conflictivo elemento disruptivo que inundará de ira contenida la estancia. Cusí define la relación fraterna como un vínculo “de dependencia absoluta que llega hasta las últimas consecuencias. Puede llegar a resultar enfermiza. Al venir de una familia disfuncional y siendo huérfanos, ambos han tenido que hacer un poco de todo. De padre, de madre, de amantes…”.
Lo cierto es que tal y como subraya Gómez, “ellos se necesitan un poco más de la cuenta”. “Nos encontramos ante una relación de hermanos poco convencional. Creo que habrá muchos hermanos que si ven la película se podrán sentir identificados con una parte de este amor incondicional que reflejan y se debe, en parte, a la vivencia de cosas muy jodidas cuando eran niños como puede ser la violencia familiar. De todas formas el término tóxico parece que ahora está en todas partes, como muy de moda. No toda la relación es tóxica pienso yo, pero sí algunas partes que la componen”, añade. Su revestimiento de baño maría audiovisual, de creación a fuego lento edificada sobre la sensibilidad de una voz que parece tener mucho que decir, confieren a “Mía y Moi” la virtud de tratar temas delicados tan tristemente habituales como la violencia machista, el duelo o la estigmatización de enfermedades mentales como la depresión o la ansiedad sin explicitarlos pero otorgándoles un sutil espacio para que respiren.
A este respecto, el actor madrileño que ha estrenado recientemente en los Teatros del Canal la obra de David Serrano “El hombre almohada”, se muestra rotundo: “no solo me parece importante hablar de las enfermedades mentales en el cine, sino que me parece un asunto de primera necesidad hacerlo en todos los aspectos de nuestra vida. Parece que llevamos ya muchos años como sociedad intentando hacernos los fuertes, intentando hacer ver que las cosas nos resbalan. Pero las cosas no nos resbalan y nadie está libre de poder sufrir una crisis nerviosa como le pasa a Moi tras la muerte de su madre, de poder pasar a ser un enfermo mental. La idea que se tiene cuando uno dice la palabra “enfermo” y la palabra “mental” juntas es de alguien que está totalmente ajeno a la sociedad y hay muchísimos enfermos mentales con los que nos cruzamos todos los días por la calle”, comenta.
“En este caso el personaje de Moi es una persona que ha vivido toda su vida de manera convencional. Que ha ido a la universidad, que ha tenido novios, que se ha ido de vacaciones, que no ha tenido ningún problema aparente. Salvo la mochila con la que carga al haber vivido violencia en casa. Y en un momento dado a este tipo le da un brote y le tienen que ingresar y medicar y es incapaz de comunicarse con el mundo exterior. La película intenta poner de manifiesto que este tipo de cosas pueden suceder y lo que creo que Borja quería era tratarlo con la naturalidad necesaria y urgente que requiere”, apostilla. “Además -señala Bruna al momento- cualquier persona puede sufrir una crisis y las enfermedades mentales se tratan como si fuesen enfermedades extrañas. En cambio un catarro lo tratas como algo normal y el problema es que debería hacerse de la misma forma que la enfermedad física porque al final nuestro cerebro a veces funciona bien y a veces por las cosas que nos suceden en la vida y más por ejemplo ahora, con una pandemia en donde hay mucha más soledad, más precariedad y más fragilidad, no. Por eso deberían estar tratadas con mucha más sinceridad y transparencia”.
El bautismo cinematográfico de Borja de la Vega exige la implicación de algo que parece haberse desvirtuado durante estos meses pandémicos: el tiempo de calidad. El actor de reciente barba luenga cuya trayectoria despegó en “Cuéntame” y actualmente sigue desarrollándose con firmeza en infinidad de escenarios teatrales, el que fuera nieto predilecto de todas las abuelas de España bajo el nombre de Carlitos, reivindica en forma de remate el valor de los buenos relatos: “Me pondría muy triste que se empezase a producir arte (bien sea a través del cine o del teatro) pensando en un momento social concreto. Es decir, si el hecho de que estemos viviendo una pesadilla supone que ahora solo se pueden hacer comedias para que la gente se evada creo que estaríamos perdiendo un valor seguro”.
“Y no porque la comedia sea algo malo, sino porque creo que la riqueza del cine español y de la cartelera de teatro reside en la diversidad de géneros. En que quién quiera ir a ver una comedia buena puede ir a verla -y se hacen muy bien en España- o en que quién quiera ir a ver un drama intimista también pueda disfrutar de él. Al final la experiencia de sentarse en una sala y que se apaguen las luces tiene que ver con aislarse de lo de fuera, con no pensar en lo que está ocurriendo lejos de esa oscuridad. La gente solo tiene ganas de que le cuenten buenas historias”. No parece difícil dirimir a qué categoría pertenece “Mía y Moi”.