Michael Schmidt, el fotógrafo triste del Berlín dividido
El Reina Sofía presenta una exposición única sobre un artista «alemán muy importante, aunque en España no se le conoce demasiado», anuncian
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No hace falta la demagogia, Michael Schmidt (1945-2014) suena poco por estos lares. Pero Manuel Borja-Villel nos saca de dudas: se trata de «un fotógrafo alemán muy importante, aunque en España no se le conoce demasiado». Así presentaba el director del Museo Reina Sofía al protagonista de la nueva exposición del museo. Un artista que, más allá de sus imágenes, tiene una historia propia. Un hombre que nació y murió en Berlín, que estudió lo elemental (hasta los 9 años) y que, a partir de ahí, se hizo a sí mismo. Con su familia arruinada tras el levantamiento del Muro (tuvieron que abandonar su negocio en la parte oriental), dejó su formación como pintor y pasó a trabajar en la Policía de la zona occidental.
Sin embargo, ahí no estaba su vocación. Esta se encontraba en la fotografía. Comenzó a trastear por su cuenta. Fue un autodidacta que terminó dando con su técnica. Impartió cursos a principios de los 70 y fundó un taller en 1976 que mantuvo durante una década. Por allí pasaron fotógrafos estadounidenses que eran unos completos desconocidos para el público alemán. Su firma estaba en el blanco y negro y en un estilo tan sobrio como en de la tradición documental de los americanos.
Para entonces, los barrios de Kreuzberg y Wedding se habían convertido en sus primeras musas. Con su cámara recogió los planes urbanísticos de la época y a sus gentes, muchos eran inmigrantes de toda Europa (de España también, por supuesto) en busca de trabajo. Todos aparecen cansados de la vida, hastiados, independientemente de su procedencia. Sus personajes no sonríen porque «la vida no es una fiesta» para este artista, confirma el comisario de la muestra, Thomas Weski. «Pretende reflejar un comportamiento noble, una cara normal. No le gustaba meter el dedo en la herida, sino señalarla». Con esas premisas, añadió a su haber la difícil recuperación de la tradición de la fotografía con la que acabó el nazismo (sumado al papel de la escuela de Düsseldorf) y su paso por el MoMA en el 96 lo catapultó. Primero, fueron los edificios; luego, las personas en sus calles; más tarde, los retratos; pero Schmidt nunca se conformó con lo aprendido.
Pasó sus últimos años dando color a la colección en «Alimentos», una serie con la que abrió el abanico y con la que hasta pisó Iberia en busca de espárragos, olivos e invernaderos. Todo para denunciar un mundo desigual en la nutrición, entre otras cuestiones. «Su verdadera influencia es el acceso que tuvo a la realidad y su constante renovación. Se acercaba a un método hasta que lo dominaba y era entonces cuando lo abandonaba para irse a otro diferente», explica un Weski que confirma las palabras de Borja-Villel: «Es poco conocido, pero tiene una gran influencia en las generaciones jóvenes».