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Picasso fulmina la separación entre El Prado y el Reina Sofía

El óleo “Buste de Femme 43″, que realizó el pintor malagueño en 1943, se exhibirá durante cinco años en el Museo del Prado por deseo expreso de su donante, la American Friends of the Prado Museum, y nadie descarta que después de ese periodo de tiempo, se sume a la colección
Museo Nacional del PradoMuseo Nacional del Prado/EFE

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Picasso siempre ha condicionado las relaciones del Museo del Prado y el Centro de Arte Reina Sofía. El decreto aprobado por el Gobierno el 17 de marzo de 1995 establecía las separaciones de las colecciones entre las dos pinacotecas y se establecía como frontera el año de 1881, la fecha de nacimiento del artista malagueño. Eso debería haber bastado para que todo hubiera quedado claro entre ambas instituciones, pero ya entonces muchas voces elevaban la voz y afirmaban lo absurdo que era dividir la historia del arte de esa manera, como si hubiera un antes y un después. El caso de los malentendidos entre uno y otro museo está ejemplarizado en el «Guernica», que estuvo exhibiéndose, por deseo explícito del artista, en el Casón del Buen Retiro hasta mayo de 1992, cuando se trasladó a su ubicación actual.
A pesar de las largas décadas que llevaba mostrándose en esas salas, cuando se presentó la ampliación del Prado a cargo del arquitecto Norman Foster, muchos especularon que la pintura podría regresar. Lo cierto es que muchos han estado esperando durante mucho tiempo el momento histórico en el que una pintura del maestro malagueño cuelgue definitivamente de las mismas paredes que hoy conservan los lienzos de Velázquez y Goya. De momento, se ha dado un paso en esa dirección con «Buste de femme 43», que Pablo Picasso realizó en 1943 y que ahora ha sido donado por la Aramont Art Collection de la familia Arango Montull a American Friends of the Prado Museum. Es un cuadro de un extraordinario valor artístico que supuso la respuesta del artista a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y está previsto que se exhiba en la sala de retratos de El Greco, precisamente uno de los creadores que más influyeron en él.
El presidente del Real Patronato del Museo del Prado, Javier Solana, aceptó ayer la responsabilidad de mostrar en sus salas este óleo que permanecía en una colección privada estadounidense. La oferta por lo visto era imposible de rechazar y, a la vez supone un hábil juego de orfebrería diplomática. La oportunidad de enseñar este lienzo se presentaba con unos términos, por parte del donante, bien preestablecidos, claros y sin posibilidad a malentendidos: se cedía durante cinco años siempre y cuando se expusiera en el Prado. Si no se atendía de manera estricta esta condición, el lienzo seguiría permaneciendo en manos de los propietarios norteamericanos y los españoles no podrían disfrutar de él.
Cuando el Ministerio de Cultura escuchó esto, según ha podido saber este diario, dio un rotundo «sí» a la proposición y la aceptó. Siempre es preferible tener un Picasso en España que fuera de España. En este delicado trenzado conviene no pasar por alto un detalle de suma importancia que no hay que dejar de lado: el citado «coleccionista americano» no es otro que la familia Arango Montull, que reside en EE UU. Y aquí también está bien recordar que Plácido Arango no solo estuvo en el patronato del Museo del Prado, sino que también fue su presidente.
Dentro de unos días, todavía no se han determinado cuántos, «Buste de femme 43» penderá de las paredes del buque insignia de la cultura española. En principio es por cinco años. Pero la interrogante que se abre ahora es: ¿se quedará cuando expire ese plazo de tiempo? Es imposible anticipar el futuro, o, al menos, no resulta prudente ni discreto, pero aquellos que han deseado ver siempre a Picasso integrado en estas colecciones pueden guardar, en esta ocasión, razones para su optimismo. Al mismo tiempo que se hacía pública esta donación al Prado, el Patronato corroboraba otro hecho de igual relevancia y que, vaya qué coincidencia (parece que ahora existen muchas), mantiene una extraña relación o vínculo con esta obra de Picasso: aceptaba la donación definitiva de «Retrato de Felipe III», de Velázquez, una obra que, por gentileza y mediación de la American Friends of the Prado Museum, permanecía en depósito desde 2016. ¿Por qué hay que pensar que al concluir el quinquenio acordado se va a retirar esta pintura si lo que ha ocurrido con Velázquez es todo lo contrario: se ha integrado en las colecciones?
Tensión Reina-Prado
Las tensiones entre el Reina y el Prado pueden remontarse muy atrás y darse claros ejemplos. Uno muy olvidado, pero sobresaliente y también importante fue el legado Arthur Williams Douglas Cooper, un coleccionista de pintura y amigo personal precisamente de Picasso. Un hombre que también tuvo una vida ajetreada y, como si se tratara de un personaje de una novela de Hemginway, fue conductor de ambulancias durante la Segunda Guerra Mundial. Sus contribuciones a la historia del arte son numerosas, pero lo notable en esta ocasión es que donó al Museo del Prado su primera obra de Juan Gris: «Retrato de Josette». Y después llegó a la pinacoteca madrileña.
En la web de este organismo se puede leer: «También de Picasso legó el óleo “Naturaleza muerta”, obra señalada de la transición al cubismo analítico. El legado fue aceptado por el real decreto de 20 de febrero de 1985, publicándose en el Boletín oficial del Estado del 18 de abril del mismo año, pero la recepción de las obras se demoró hasta 1986». ¿Pero dónde está el fondo que debía conservar el Prado? La respuesta es sencilla: fue a parar al Museo Reina Sofía. ¿En aras de qué? Del decreto que establecía la separación entre las dos colecciones en 1881. Todos los artistas que hubieran nacido antes formarían parte del Prado; todos los que nacieron después, al Reina Sofía.
Lo que ocurre es que después de este decreto han venido los estatutos de autonomía de las dos pinacotecas. Se supone, en un principio, que este es un rango superior a aquel decreto aprobado. Si este fuera así, como algunos sostienen y defienden, la línea de separación entre ambas instituciones dejaría de estar vigente y cada uno podría tener obras de artistas que, en principio, podrían corresponder al otro. El Reina Sofía podría adquirir grabados de Goya, por citar ejemplo, ya que ha influido de manera abierta y definitiva en la modernidad, y el Prado, cuadros de Picasso, un pintor que ya tiene el membrete de clásico de la pintura colgado desde hace décadas. La frontera entre ambos, da la impresión, que empieza a desdibujarse a la luz de los acontecimientos.
De hecho, el Prado ya ha cruzado de manera diferente esta delicada barrera con exposiciones (ha podido confrontar «Las meninas» de Velázquez con las de Picasso) o, de una manera tan abierta que parece un desafío, con la adquisición por su parte de «La boulannaise», una obra de una de las figuras esenciales del cubismo: María Blanchard. En su decisión parece que no pesó en absoluto que el grueso de la obra de esta artista estuviera en el Reina Sofía. Ahora este óleo se conserva en el Prado.
Desde el Museo del Prado se hace hincapié en que el depósito de «Buste de femme 43» es una gran noticia para el Prado y para los españoles, que dentro de poco van a poder disfrutar de una obra que es de primer orden dentro del bagaje pictórico de Picasso. También se intenta restar importancia a lo que pueda suceder dentro de cinco años, que a saber, entonces, qué puede ocurrir, algo en lo que no les falta razón, aunque la lógica conduce a pensar en decisiones posibles. También consideran que, en este caso puntual, no hay que reparar en fricciones con el Reina Sofía porque no las hay, porque al Ministerio de Cultura no le quedaba otra solución que aceptar los preámbulos propuestos por el donante si quería tener esta pieza en España. Es cierto. Pero también es cierto que dentro de dos semanas habrá un Picasso colgado de los muros del Museo del Prado y que, ojalá, debido a la enorme calidad de la obra, se quede ahí. Para goce de todos. A muchos españoles, lo demás, puede que hasta que ni siquiera le interese.

Una jugada maestra

Sin rueda de prensa. Sin querer hacer más ruido que el estrictamente necesario. Pero el caso es que unos coleccionistas americanos han regalado un Picasso al Prado. Y ya los titulares hablan de que se desata de nuevo la guerra entre los dos museos. Ni siquiera se detendrán en los 18,5 millones que perdió el museo el año pasado. España debe ser el único país del mundo en el que si te regalan un Picasso, no solo debes pedir permiso para aceptarlo, sino que encima sabes que vas a tener lío. Es lo que debió pensar Miguel Falomir, director del Prado, cuando fue a informar al Ministerio de Cultura de que los herederos de Jerónimo Arango, hermano mayor de otro ilustre donante y anterior presidente de su Patronato, Plácido Arango, habían decidido regalar el «Buste de Femme» de Picasso al museo. Y lo hicieron como lo hacen los americanos cuando regalan: a través de una Fundación, los American Friends of the Prado Museum en este caso, que les permite recibir exenciones fiscales. Eso sí: la donación debe ser a cinco años, tiempo mínimo que establece la ley de Estados Unidos para desgravarse.
Tampoco es la primera vez que los American Friends intervienen en una donación al Prado. Hoy, la misma noticia que anunciaba en su web la incorporación del Picasso, añadía que el «Retrato de Felipe III» atribuido a Velázquez que donó William B. Jordan en 2016, concluido el tiempo de depósito, pasaba a incorporase definitivamente a la colección. Y en 2019, la coleccionista española afincada en Estados Unidos Pilar Conde regaló al Prado por el mismo procedimiento un «Cristo resucitado» del miniaturista Giulio Clovio. Pero algunos seguirán hablando de la guerra entre el Prado y el Reina. No hay tal gracias al procedimiento seguido por los American Friends. Una jugada maestra con final feliz.
Quizá lo que deberían plantearse los que se regodean en aquella decisión tan particular –«antes de Picasso al Prado y a partir de él al Reina»– es por qué nadie regala picassos al Reina y, sobre todo, por qué gran parte de los que tiene este museo proceden del propio Prado: el «Guernica» y sus bocetos, y el legado de Douglas Cooper. Pero de eso nadie habla. Sí dicen estos mismos «expertos» que este busto pintado en 1943 estará muy solo en el Prado, perdido entre tanto clásico. Pues tampoco. Cuelgue donde cuelgue estará bien acompañado, sea junto a los retratos de El Greco, la condesa de Vilches de José de Madrazo, o «La Boulonnaise», de María Blanchard. Y algo más. Por fin Pablo Picasso podrá tener una obra en el museo que dirigió durante tres años, aunque nunca tomara posesión del cargo. No será el «Guernica» como él quiso, sino este retrato de mujer que, como cualquier obra de arte, convivirá sin problemas ni complejos como lo han hecho otros picassos que le han precedido en varias y magníficas exposiciones. Picasso vuelve al Prado. Esa es la mejor noticia.
Fernando Rayón, director de “Ars Magazine”