El lado más oscuro de Bob Dylan sale a la luz
«Springtime in New York» indaga en la década de los 80, una de sus épocas más desconocidas y poco apreciadas del icónico artista, que vuelve de gira a sus 80 años hasta 2024
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Para comienzos de la década de los 80, Bob Dylan era solo una leyenda. Y lo seguiría siendo durante muchos años. Pero solo eso. Un dinosaurio. Un músico de glorioso pasado, inexistente presente y nebuloso futuro. Apenas cinco años atrás, era un artista que marcaba el paso y que incluso era capaz de seducir a las listas de todo el mundo con su épica «Hurricane». Poco tiempo después, del fuego solo quedaban cenizas. Su abrazo a la fe cristiana había provocado un masivo rechazo hasta instalarle en la irrelevancia artística por más que en perspectiva sus composiciones e interpretaciones siguieran siendo extraordinarias. Había pagado un precio y solo le quedaba sobrevivir. Tanto desprecio y también buenas dosis de autosabotaje consiguieron ocultar una realidad al fin revelada: fue una época enormemente prolífica y trufada de canciones a la altura de su genio. Es lo que muchos descubrirán ahora en «Springtime in New York», nueva entrega de sus Bootleg Series, centrada en el oscuro periodo 1980-85. Dylan acaba de anunciar gira de nuevo, a sus 80 años de edad, hasta 2024.
Malas decisiones
En aquel tiempo, la gente solo iba a ver a Dylan por lo que había sido, no por lo que era. Y a veces ni eso. Tenía problemas para vender entradas y sus discos ya no se esperaban con fervor alguno. Pero él seguía grabando y componiendo con pasión auténtica y enorme inspiración en muchos casos. Sin embargo, el mundo de la industria había cambiado. Las canciones ya no eran suficiente y tanto o más importaba el envoltorio. Es decir, a qué sonaban los discos o si la música podía verse en la MTV o sonar por la radio. Columbia había «aguantado» las pasiones religiosas de Dylan y ahora quería cobrárselo. Deseaba un productor que «moldeara» su sonido. El álbum «Shot of love» sería su primera prueba de fuego. Lo intentaron con Jimmy Iovine (Tom Petty, Patti Smith, Dire Straits), pero pronto se vio lo incómodo que se sentía Dylan con ese tipo de productor. A él le gustaba captar el momento, grabar en directo y si acaso retocar algún error muy evidente. Y a veces ni eso. Odiaba las largas sesiones y repetir tomas. Justo lo que solía amar cualquier productor en aquellos años. Iovine salió del proyecto y Chuck Plotkin (Bruce Springsteen) se hizo cargo y lo terminó como pudo. «Shot of love» fue el principio de venideros errores: sonido impersonal, descartes de canciones insólitos, sensación de proyecto inacabado... y malas ventas. Un disco de «Springtime in New York» se concentra en rescatar varias de aquellas canciones en estado incorrupto. Y recordar lo bueno que era Dylan.
Para entonces, el músico ya había abandonado el fanatismo religioso y sus composiciones se centraban en reflexionar desde dos puntos de vista. Primero, extendía su visión apocalíptica del mundo. Hablaba de campos de batalla y del gobierno del mundo por parte de unos seres depravados que sometían a una humanidad a la que solo le quedaba resistir con un orgullo desprovisto de esperanza. Y, por otra parte, estaba su visión introspectiva de los sentimientos. Hablaba de las relaciones humanas con cierta insatisfacción y casi siempre las veía como una conquista desde el sufrimiento.
En «Infidels», su siguiente trabajo, se multiplicaron todos los sucesos anteriores: errores en la producción y selección de canciones, radicalización de los textos e incapacidad para hacerlas sonar bien. Pero también se multiplicó la calidad de las composiciones. «Springtime in New York» dedica dos discos a ilustrar aquella extraordinaria y fértil época. Fueron 18 días de grabaciones que en retrospectiva resultaron absolutamente épicas. Mark Knopfler fue el productor elegido, pura radiofórmula, y su sonido abrasivo de percusiones y escasa calidez lastraron el resultado. Tampoco ayudó el hecho de que su casa renunciara a sacar el disco doble que demandaba la prolífica producción de Dylan, con 25 temas. Y tampoco contribuyeron los equivocados descartes del artista. El disco lo terminó Dylan por su cuenta aprovechando unos compromisos de Knopfler, quien poco después recordaría su sorpresa al ver el álbum en los escaparates cuando había quedado en completar las mezclas finales y consensuar la lista y secuenciación de los temas. Fuera del mismo habían quedado maravillas como «Blind Willie McTell», «Foot of pride» o «Too late», el primer avance de «Springtime in New York». La calidez del sonido que ahora se nos ofrece de esas canciones solo muestra lo equivocada que fue la producción. El disco no tuvo trascendencia en listas a pesar de que Dylan accedió a grabar (malos) vídeos promocionales. No era bienvenido. Tampoco apoyó el disco con gira y su siguiente paso fue todavía más sospechoso.
En 1984, recibió una oferta para volver a salir de gira. El promotor Bill Graham puso un montón de dólares sobre la mesa para llevar a Dylan por Europa. Sería un tour por grandes estadios y se improvisaría una banda (con figuras tan notables como Mick Taylor o Ian McLaghan) y el cartel se completaría con Santana. Y para que no faltara más nostalgia, en algunas fechas se sumnaría Joan Baez. Todo lo que se suele hacer cuando la carrera de un músico legendario está acabada. Esa gira traería a Dylan a España por primera vez a Madrid y Barcelona.
Producción catastrófica
Como todo es susceptible de empeorar, llegaría «Empire Burlesque». Dylan se enfrentaba a su nuevo álbum después de tres años de sequía, muy probablemente alimentada por la decepción artística y comercial de «Infidels», cuyo resultado quedó muy lejos del magnífico caudal de talento y autenticidad que atesoraban las canciones. Y en una de sus habituales decisiones catastróficas se puso al frente de la producción. Justo lo que no necesitaba un tipo con problemas de organización. El resultado fue el esperado: innumerables sesiones y una ausencia total de proyecto. Pasados los meses, Dylan volvió a tomar otra decisión fatal con las mezclas: las encargó a Arthur Baker, quien acababa de trabajar en el «Born in the USA» de Springsteen. El desastre se consumó. De nuevo, muy buenas canciones («Seeing the real you at last», «I’ll remember you», «When the night comes falling») quedaron machacadas en busca de un sonido supuestamente comercial que al final ni siquiera serviría para vender más. El último CD de «Springtime in New York» vuelve a poner en valor la calidad de esas canciones y, al tiempo, evidencia la desorientación en la que Dylan vivía entonces y que lo acompañaría durante muchos años más.
Aunque luego lo olvidaría, ya lo había dicho el propio autor en 1977: «Realmente no uso las posibilidades técnicas del estudio. Mis canciones se hacen en directo en el estudio, siempre ha sido así y siempre lo será. Esa es la razón por la que están vivas. Para mí, un disco no es ningún monumento que construir. Es solo un registro de canciones». La de los 80 sería una década muy difícil para buena parte de genios como Neil Young, Lou Reed, Eric Clapton y muchos más. Fue pura indaptación al medio. A la mayoría de aquellos talentos apenas les quedaba una ligera lluvia de pasado y muchas veces solo podían vender nostalgia. A ninguno se le había olvidado hacer canciones, pero ya no sabían cómo presentarlas en su ilusoria obsesión de no parecer antiguos. No sabían cómo seguir vivos. Para salir del pozo regresaron a la base, volviendo al sonido auténtico y desprovisto de artificiosidad. Un testimonio como «Springtime in New York» permite comprobar que el talento de Dylan persistía, pero había cedido ante la corrupción.