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¿Cómo se enseña la historia de la Humanidad con 37 géneros diferentes?

La perspectiva de género se ha convertido en un modo conservador de ver la existencia de las personas por estar anclado a la biología
PlatónIlustración

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Todo el mundo pensaba que Casimir Pulaski, uno de los héroes de la guerra de independencia americana, era un hombre. La fortaleza, la audacia y la valentía adornaban a aquel guerrero nacido en Varsovia en 1745. Ya había luchado contra los rusos por la libertad de Polonia, y Franklin le convenció para hacerlo por los americanos. Murió en plena batalla, en Savannah, Georgia, en 1779, donde se levantó un monumento muy viril en recuerdo del inventor de la caballería moderna de guerra.
Al exhumar sus restos se examinó su ADN y se dictaminó que era intersexual; es decir, que tenía una anatomía con rasgos femeninos y masculinos. Pulaski, así, a pesar de salvar la vida a Washington en la batalla de Brandywine, no encaja con la historia con perspectiva de género. Si este modo de contar el pasado tiene el objetivo de resaltar y recuperar la historia de las mujeres, personas definidas por su sexo biológico, el militar Pulaski queda en el limbo.
Despreciando estos casos, la perspectiva de género se ha convertido en un modo conservador de ver la existencia de las personas por estar anclado a la biología. Su empeño es reivindicar el sexo femenino porque, a su entender, es poner fin a la “historia de una exclusión”. Sin embargo, se calcula que hay casi un 2% de intersexuales, que son más personas que votos obtenidos en noviembre de 2019 por Más País, PNV, Bildu o el BNG, y que son excluidos por la historia tradicional de género.
El asunto es que el feminismo que dio lugar a la inclusión de la perspectiva de género en las ciencias sociales y las humanidades miró solo los genitales, no los sentimientos, la transexualidad ni otras variedades. El concepto conservador de género está vinculado a una determinación cultural que ya no se adapta a la realidad reconocida. De hecho, las feministas están enfrentadas entre ellas por esta cuestión. Hay unas que piensan que solo hay dos géneros por el sexo, otras que tres con los intersexuales, y otras que no importa la biología, sino el sentimiento y la orientación sexual.
El feminismo tradicional defiende que el género era determinado por la cultura, y que el objetivo era oprimir a las mujeres. La realidad choca con este planteamiento de los dos géneros. Las aplicaciones de citas reconocen hasta 37 géneros distintos, lo que hace muy difícil traducirlo en una perspectiva a la hora de enseñar la historia. Esto significa que si un docente explica los acontecimientos de la Humanidad como un enfrentamiento entre hombres y mujeres, así, llanamente, atendiendo a los genitales, está entre los considerados conservadores y opresores.
¿Cómo presentar que la historia de la Humanidad es la historia de la lucha de géneros si no son dos, sino 37? El feminismo queer considera que los no binarios, los no heterosexuales, han sido marginados en la historia y en legislación. Es lógico pensar que una docente o investigadora con perspectiva queer considere a las feministas tradicionales, las del género biológico, como parte de la opresión histórica. Por esta razón −siento el lío, de verdad− el feminismo llamado TERF quiere excluir a las personas trans porque rompen el relato dicotómico hombre-mujer.
El asunto se ha complicado por dos motivos. El primero es la vieja obcecación de ver la historia y la sociedad como el choque de colectivos identitarios, en lugar de personas, individuos en su circunstancia histórica. Enseñar el pasado con los ojos de hoy es inevitable, pero hay que tener cierto reparo para no trasladar a las aulas el negocio conseguido por una subvención del ministerio de Igualdad, y el debido respeto a los alumnos para dejar fuera las opiniones no pedidas.
En términos filosóficos el problema radica en el modo de pensar ideológico; es decir, en estudiar y enseñar el pasado para demostrar una ideología o cambiar las conciencias a nuestro gusto. Eso se llama adoctrinar.
El otro motivo, aparte del uso político de la historia, es la forma en la que se reivindica el papel de las mujeres. Sobra la agresividad y el revanchismo sobre generaciones de hombres que nada tuvieron que ver con los “pecados de género” de sus antepasados. Mary Bread es una historiadora de la antigua Roma, pero la desluce el discurso político que usa para vender libros y llenar salas de conferencias.
Ahora esta moda, aunque los defensores de la conservadora perspectiva de género lo vean como hacer justicia histórica y social. Sin embargo, están utilizando a las nuevas generaciones para la ingeniería social, y está por estudiar no el contenido, sino el efecto psicológico en los niños varones de un relato en el que forman parte de un sexo opresor, y a las niñas de 3 a 18 años, el contarlas que han sido históricamente oprimidas por sus genitales. Los defensores de este modo de enseñar la historia habrán logrado hoy su objetivo personal o político, pero ya veremos sus consecuencias en el futuro.