Sección patrocinada por sección patrocinada

Historia

Julio César, el hombre que se convirtió en autócrata por el bien de la República

La historiadora Patricia Southern publica una exhaustiva biografía sobre el militar romano y analiza los motivos reales que hubo detrás de su asesinato

Julio Cesar (Museo de Historia del Arte, Vienna, Austria)
Escultura de Julio Cesar que se conserva en el Museo de Historia del Arte de VienalarazonAndrew Bossi

«César se convirtió en un autócrata por el bien de la República, pero también para hacerse famoso y, en ese camino, no le importó aplastar a quien fuera», asegura con rotundidad la historiadora Patricia Southern, que dedica una biografía al conquistador de las Galias y el amante de Cleopatra. Para ella, el hombre que hizo deponer las armas a Vercingétorix y lo arrastró encadenado hasta la capital de su imperio, «podía ver lo que funcionaba mal en Roma y sabía qué hacer con esos problemas, pero se encontró con una fuerte oposición más por quién era él y su familia que por sus propias ideas».

Un matiz relevante porque, como subraya, las aguas políticas de entonces estaban divididas entre los optimates y los populares, dos facciones irreconciliables que, en ocasiones, dirimían sus diferencias recurriendo a la violencia. «No eran realmente el problema porque no eran como los partidos políticos rivales que existen hoy en día, con una agenda a seguir. Cada político trabajaba más o menos para sí mismo y se combinaba con otros senadores con los que compartía ideas afines o con cualquiera que le fuera útil en ese momento. Cuando sus planes fracasaban, o si tenían éxito, buscaban otras posibilidades».

La resistencia de los senadores hacia César provenía de otros motivos y tuvo una reacción imprevista, como explica ella misma. «Eso animó en él un comportamiento más decidido para impulsar la legislación, como la ley de tierras, por ejemplo, lo que aumentó la desconfianza hacia él debido a la forma en que hizo las cosas, aupando a sus aliados y distribuyendo cargos entre ellos». Por eso, concluye, en realidad, «César fue asesinado por unos pocos hombres que lo odiaban, porque se estaba volviendo demasiado poderoso. No creo que estuvieran en contra de lo que aspiraba a conseguir, pero él tenía demasiada prisa por alcanzar sus metas y pisoteó a demasiados oponentes en ese afán, al tiempo que promovió a sus seguidores».

Asesinato

Southern publica en Desperta Ferro una semblanza que abarca su dimensión política y humana -«Las mujeres eran importantes para César porque era un mujeriego, pero también las usaba si podían ayudarlo de alguna manera»-, y que también saca a relucir las contradicciones de un hombre de una singular inteligencia política, una confianza desmedida en sí mismo, que deseaba hacer más justa la República y que terminó cayendo en los defectos y vicios más evidentes de cualquier tiranía. «La República fue asesinada por el hombre que quería mejorar las cosas, pero matar a César también hay que considerarlo un error, si los asesinos en realidad pretendían recuperar la República, porque lo que lograron fue allanar el camino para un emperador, aunque Octavio Augusto nunca se hubiera llamado a sí mismo emperador».

La historiadora juzga a Julio César en su época, pero, matiza, en su campaña contra los galos, «creo que cometió un genocidio. Lo hizo para crear una frontera lógica, es decir, el Rin, además de intentar evitar que hicieran la guerra entre ellos y se volvieran contra Roma, si se les ocurría nuevamente esa idea, como ya había sucedido en el pasado. Pero si lo que me preguntas es si él cometió lo que hoy consideramos un genocidio, la respuesta es sí. Pero hay que tener en cuenta que también pidió a otras tribus que acabaran con los pueblos contra los que luchaba, como los eburones, así que los propios galos, voluntariamente, también participaron en ese genocidio en su nombre». Southern, por otro lado, admite que «los enemigos de Roma eran igual de crueles que los romanos si pensaban que alguien estaba en su contra o simplemente si querían más tierra o más comida. Todas las tribus lucharon entre sí en algún momento por varias razones. Las tribus no se consideraban a sí mismas como una nación, pensaban primero en su tribu».

Lo que antes eran héroes, hoy son considerados tiranos. Y lo que antes despertaba admiración, hoy solo despierta crítica. Cuando se le pregunta por este cambio de percepción hacia los personajes del pasado, la historiadora aclara: «Alejandro Magno mató a mucha gente sin ganar mucho para Macedonia, pero sus sucesores, en cambio, forjaron imperios, como Ptolomeo, que robó el cuerpo de Alejandro, lo llevó a Alejandría y de alguna manera se apoderó de Egipto con todas las riquezas que poseía. Los antiguos héroes no fueron educados con la ética moderna, con debates en el Senado, el Parlamento y el Congreso. Y los ricos de arriba gobernaban sobre los de abajo y los esclavos sin siquiera pensar en la igualdad de oportunidades. Probablemente se reirían de los debates, se apartarían y simplemente harían lo que querían hacer. Así que se puede afirmar sin duda que eran tiranos».

Patricia Southern se muestra más tajante cuando se refiere a las lecciones que dejó Julio César a posteriores autócratas actuales: «Es posible que Putin sepa que mataron a César, pero probablemente confíe en que su propia gente, acobardada y asustada, no lo mate ni permita que nadie lo mate. César no estuvo en el poder durante 22 años, pero podría haber sido como Putin si lo hubiera estado, aunque, con sinceridad, me gusta más César: al menos tenía sentido del humor y podía llegar a ser misericordioso si le convenía».