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Jean-Louis Tringtignant: Francia pierde a uno de los grandes bastiones del cine de autor

El actor murió ayer a los 91 años y deja huérfana a una industria, la europea, de filmes comprometidos y radicales
STEPHANE REIXEFE
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Apasionado de la velocidad, figura explícitamente tímida, caballero discreto, gigante incontestable de la interpretación, leyenda gala. Jean-Louis Trintignant, arropado por la benevolencia del tiempo y el respeto unánime de la industria, falleció ayer en su casa del departamento de Gard a la edad de 91 años “de forma tranquila, a consecuencia de la vejez”, tal y como quiso destacar su mujer Mariane Hoepfner. El actor paladeó la experimentación creativa de la Nouvelle Vague en una época en la que el lenguaje cinematográfico francés estaba adoptando de manera consciente una actitud reaccionaria frente a la generalidad reinante del cine de masas, se dejó ver junto a Brigitte Bardot –con la que además de compartir pantalla, intercambió deseo y juego durante un mediatizado idilio propiciado por el rodaje– en la película de Roger Vadim (marido por entonces de Bardot), “Y Dios creó a la mujer” y fue un héroe de la izquierda durante la década de los setenta perseguido por la CIA en “Z”, thriller político de Costa-Gavras, por el que consiguió en 1969 un premio en Cannes a la mejor interpretación masculina. La peculiaridad de sus papeles, distintos, atrevidos, hondos, veraces, residía en la permeabilidad que casi todos ellos presentaban ante el contexto histórico en el que se estaban desarrollando, convirtiendo de manera automática a Tringtignant en un fiable termómetro de la cultura europea.
Es por ello que el actor se asomó a la Europa pesimista y a los coletazos suizos de la cuna del reformismo de Calvino de la mano de Kieslowski en «Rojo», se enfrentó sin titubeos a la sombra demoniaca del fascismo italiano con la totémica y explícitamente política cinta de «El conformista», de Bertolucci, alardeó de belleza contenida y disertó en una cena sobre moralidad y religión al tiempo que perdía la cabeza por una rubia en la rohmeriana «Mi noche con Maud», trabajó con nombres consagrados como François Truffaut, Dino Risi, Ettore Scola, el inclasificable y ardiente Tinto Brass o Valerio Zurlini, pero fue la varita autoral de Claude Lelouch la que le tocó con la suficiente gracia y la puntería necesaria como para catapultar internacionalmente su cara y su talento a través de «Un hombre y una mujer», historia de amor protagonizada junto a Anouk Aimée que tuvo su continuación dos décadas después (y posteriormente en 2019 con «Los años más bellos de una vida»), y en la que director apostaba por una narrativa de exploración del duelo y coqueteaba con la detonación de las convenciones antropológicas del matrimonio o el convencionalismo familiar.
Su afición heredada por las carreras y su vinculación directa con el mundo de la velocidad –conviene tener en cuenta que el actor era sobrino del piloto Louis Trintignant, quien falleció en 1933 en un accidente y que su otro tío, Maurice Trintignant, fue también piloto de Fórmula 1 y doble ganador del Gran Premio de Mónaco– le permitió a Trintignant aplicar sus habilidades adquiridas a la solvente construcción del personaje, que en este caso era un piloto cuya esposa se suicida después de que esté a punto de morir en un accidente durante las 24 Horas de Le Mans.

Frenada en seco

La fatalidad indecible de la pérdida llamó de manera inesperada a su puerta en 2003, año en el que su hija y también actriz Marie fue asesinada a golpes por su pareja, el cantante Bertrand Cantat. «Me destruyó completamente, no he conseguido superarlo», reconoció muchos años después en una de las pocas entrevistas en la que el actor aceptó hablar de su vida personal. Después del trágico suceso, fueron pocas y contadas las veces que pudo volver a ponerse frente una la cámara. Pero entonces llegó «Amor», ese mapa fílmico inconmensurable con el que Michael Haneke cartografía la memoria de la piel y la rareza de los sentimientos que le convirtió en ganador de su único César. Su última aparición en el cine fue metafóricamente en «Los años más bellos de una vida», demostrando que los suyos, han permanecido siempre ligados al séptimo arte.

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