Ian Kershaw: «Un líder fuerte es lo peor que le puede ocurrir a una sociedad»
Reflexiona sobre el carisma y el liderazgo en «Personalidad y poder», donde aborda figuras como Thatcher, Lenin, Mussolini, Hitler o De Gaulle
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La historia nos ha dejado una idea de la personalidad y el carisma de los políticos, los autócratas y los dictadores que quizá no se ajusta con exactitud a la realidad. Conservamos de estos hombres una imagen de modeladores del mundo que a lo mejor no es real o, al menos, tiene matices. El historiador Ian Kershaw, uno de los mayores especialistas en Hitler y su periodo, aborda ahora una monografía dedicada a esclarecer cuestiones cruciales como ¿son estos dirigentes los que «ahorman» su siglo o no? ¿Cuál es la importancia de los individuos a la hora de configurar la historia? ¿Hasta qué punto son las acciones de estas figuras las que prefiguran el futuro? En «Personalidad y poder» (Crítica), aborda una serie de nombres de primera fila para establecer diferencias, paralelismos y ejemplificar sus tesis. En estas páginas caben gigantes de la democracia, de la categoría de Winston Churchill, Charles de Gaulle o Helmut Kohl y campeones del totalitarismo como Stalin. Pero también incluye nombres como Lenin, Mussolini, Margaret Thatcher, Mijaíl Gorbachov o Franco. Su tesis esencial suscribe que estos hombres y mujeres más que asaltar la realidad, lo que hacen es beneficiarse de las coyunturas de la historia. Sin la Revolución contra el Zar, Lenin nunca hubiera llegado a ser lo que fue, y, sin el rencor que dejó la Primera Guerra Mundial en Alemania, Hitler no hubiera existido.
¿Cuál es la diferencia entre los dictadores de antes y los de ahora?
La mayoría de los hombres fuertes de los que hablamos hoy están en países sin tradición democrática, con excepciones como podrían ser Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en Estados Unidos. En las democracias, lo que vemos en los movimientos populistas de estos países es un descontento hacia las élites, que proviene de la manera en que la globalización ha dividido a la sociedad y ha ampliado la brecha entre los ciudadanos y los de arriba. El sentido de la política antielitista es uno de los problemas que pueden surgir en democracia. El populismo siempre se aprovecha del descontento.
Stalin, Lenin, Hitler... De ellos, ¿cuál es el que más influye hoy en los dictadores?
Creo que ninguno de los dictadores de la primera mitad del siglo XX suponga un modelo para dictadores actuales. Todos forjan su propio pasado sin utilizar un dictador anterior. Incluso en China, Xi Jinping no cuenta con una referencia anterior. Es cierto que Putin menciona a Stalin y Xi Jinping, a Mao, pero son nombrados cuando les interesan, por ejemplo, en el caso de Stalin, cuando a Putin le interesa hablar de la victoria sobre los fascismos del siglo XX. Pero si lo observas, en otros momentos se distancia de él. Para Putin no es un modelo. Solo, de vez en cuando, esa imagen de Stalin como conquistador del nazismo le viene bien. Xi Jinping hace igual. Lo que hacen es instrumentalizarlos. En el caso de Hitler, no creo que nadie pueda usar su figura por el daño moral que trajo. Incluso los neonazis deben tener cuidado al aproximarse a él. Hay una distinción importante entre utilizar un mito del pasado y vincularse con él, sobre todo si han cometido tantos horrores.
En su libro comenta que hoy no llegan arriba los mejores políticos
No siempre es así, pero es cierto que uno de los problemas que existen en las democracias liberales es el nivel de las expectativas que se despiertan. Ahora, con el ciclo de noticias permanente, casi de 24 horas, con el cambio que han traído consigo las redes sociales, los políticos tienen que ofrecer más de lo que pueden lograr en un periodo de cuatro o cinco años. Esto ha atraído una serie de políticos superficiales que pueden ofrecer mucho, pero dan poco, como Boris Johnson.
¿Son peores ahora?
El peligro son los populismos, que ofrecen respuestas simplistas a preguntas complejas. Estos políticos obtienen con esta clase de enunciados, pero quizá no tengan suficiente equipación para enfrentarse a los desafíos que les toca. Hay un punto importante. A menudo, les falta experiencia. Este trasfondo no sucedía hace 50 años. Los líderes británicos en los 70 habían vivido la Segunda Guerra Mundial. Ahora, desde el principio han estado en organizaciones, pero carecen de experiencias que los prepare para el trabajo.
¿Cómo influyen las redes sociales?
Pueden construir o destruir el carisma de cualquier político enseguida, de una manera sencilla. El poder que tienen es enorme. Son capaces de elevar a un individuo a niveles insospechados o pueden influir de una forma tan negativa que acaben destruyendo a un individuo.
Prefiere líderes políticos como Churchill o una democracia más gris, como la de Bruselas.
(Risas). La verdad. Me gusta lo grisáceo y lo aburrido. Los líderes políticos fuertes, incluso en las democracias, pueden ser impulsivos y determinados, y tomar decisiones catastróficas. Creo, además, que los medios masivos quieren producir personalidades fuertes, pero la realidad es que lo peor que le puede suceder a una sociedad es un líder fuerte.
¿Hay un pulso entre democracias y autoritarismo?
Sí, sin duda. De hecho, es una manera en que la geopolítica que se ha desarrollado en los últimos treinta años. Las debilidades de las democracias pueden alumbrar personajes autoritarios y populistas que parecen satisfacer al electorado.
¿Cómo ve las democracias?
Han aguantado hasta ahora. Donald Trump casi destruyó la Constitución americana. Ya veremos lo que sucede si vuelve al poder y accede de nuevo a la Casa Blanca. La democracia es frágil, pero se ha desarrollado mucho. Hoy, aunque sufran, son más fuertes y sólidas que en los años veinte y treinta del siglo pasado. Es más complejo que se derrumban ahora. Tengo confianza en que sobrevivirán a todo. En el fondo son más fuertes de lo que pensamos.
Putin.
Lo detesto, aunque sería un personaje para que se le incluyera en el futuro en un libro como este. Lo que sucede es que, al revés de estas figuras, de él todavía no tenemos claro cuál va a ser su legado... Putin no está intentado conquistar Europa, como Hitler. Solo quiere reconstruir el imperio ruso, que no es una visión que comparta. Su punto de vista es que Ucrania pertenece a ese imperio, pero en Ucrania no están de acuerdo. Putin ha cometido un fallo de cálculo inmenso con la guerra, pero su fin no es pasearse por Europa. No es su intención, aunque sea alarmante tener una guerra en el continente y con una nación con ese potencial nuclear.
¿Se puede ir de las manos, como en la Primera Guerra Mundial?
Pensar en una guerra nuclear es aterrorizador, pero Putin no es expansionista. Hasta ahora, los líderes se han comportado de una manera racional. La respuesta a Putin ha sido razonada y Putin no es un loco, es un calculador bastante agudo, que ahora ha cometido un error. Pero es difícil de imaginar que Putin quiera desencadenar una guerra nuclear. De hecho, la existencia de las armas nucleares es la disuasión. Si en la Primera Guerra Mundial hubieran existido, esa guerra no habría sido europea por el peligro que entrañaría. Por eso esta situación es muy distinta.
Los líderes fuertes se aprovechan de la falta de crítica
Sí, cuanto menos crítica haya, es mejor para ellos, porque una vez que un líder se hace con el poder, el carisma que tenga lo va a proyectar desde el poder hacia sus seguidores y la masa de la población. Es lo que sucedió con Franco. Tras su victoria en la guerra, logra transmitir una imagen de sí mismo enorme. La imagen de los dictadores se construye sobre unos éxitos iniciales, luego ellos se expanden a través de la propaganda y los medios comunicación y convertirse en lo que quieren. Su margen de acción crece entonces.
En su libro asegura que los autócratas se aprovechan de las crisis sociales para llegar al poder. El carisma no es suficiente. Necesitan un contexto histórico que los respalde.
Cuanto más grande es una crisis, mas busca la gente líderes y personalidades fuertes. Quieren que alguien les saque de la crisis. Esto da margen para que un individuo pueda cometer acciones muy dañinas. Pero en los momentos graves, la gente persigue instintivamente, se fija, en los individuos que ellos consideran que les pueden resolver sus problemas. Es fácil crear esa clase de figuras en los medios actuales. Eso explica muchos auges populistas, como el de Trump.