Ámbar, la resina que llegó a ser más valiosa que un esclavo
Un estudio reciente analiza su abundante presencia en la península ibérica
Madrid Creada:
Última actualización:
Con ámbar se entiende una resina fosilizada de árboles, en especial de coníferas aunque también de diversas especies angiospermas, es decir, caracterizadas por tener flores, empleada desde la prehistoria en la creación de joyas y otros elementos suntuarios. Pese a que se puede encontrar ámbar en diversos escenarios geográficos, la mayor parte de su producción tanto en la antigüedad como hoy procede de las costas de los mares Báltico y del Norte, siendo transportado a través de milenarias rutas hacia el sur como lo muestra el abundante ámbar nórdico hallado en yacimientos arqueológicos de todas las grandes civilizaciones de la antigüedad.
En correspondencia, se ha interpretado que buena parte de los bienes de estas culturas meridionales hallados en las zonas de producción de ámbar deben ponerse en relación con este intercambio como sucede con las miles de cuentas de cristal de Mesopotamia y Egipto halladas en Dinamarca, norte de Alemania o Polonia así como otros objetos más elaborados como, por ejemplo, el hoy perdido ídolo de Sernai que, encontrado en Lituania, se interpreta como una deidad cananea de la edad de bronce. Lo cierto es que, aparte de su intrínseca e inusual belleza, se le otorgaron diversas cualidades y valores a este material también conocido como el oro del norte.
De este modo, si en sus áreas de origen parecen vincularse al sol y a la fertilidad, en Egipto, donde se mantuvo esta asociación y se denominaba al ámbar «lágrima del ojo de Ra», no son infrecuentes los amuletos de ámbar colocados en momias para protegerlos en su viaje hacia la Duat o su consumo a modo de incienso en ceremonias de purificación. Esta vinculación solar también aparece en Grecia como lo ejemplifica la mitología. Así, el ámbar, al que se conocía como electrón, al igual que cierta aleación de plata y oro, se originó con las lágrimas que las helíades, las hermanas de Faetón, derramaron después de que Zeus derribase a este hijo de Helios por poner en peligro a la tierra al guiar irresponsablemente el carro solar.
En Roma, como advirtiese Plinio el Viejo, era un producto tan codiciado que una estatuilla de ámbar valía más que un esclavo tanto por su belleza como por sus propiedades médicas. Así, se recomendaba portar ornamentos de ámbar para combatir el dolor de garganta y oído, el delirio, la estranguria, la fiebre y, en general, era considerado útil para la protección de los niños. Pero, ¿qué pasó tras el fin del imperio romano de occidente y la reorganización política subsiguiente? El reciente artículo de Elena Vallejo-Casas, Gisella Ripoll, Margarita Sánchez Romero y Mercedes Murillo-Barroso, investigadoras de la Universidad de Granada y la Universitat de Barcelona, trata su pervivencia en la Hispania tardoantigua en su «Baltic amber in Hispania during late antiquity. Contacts, networks and exchange», publicado en el «Oxford Journal of Archaeology».
Este artículo analiza la presencia de ámbar en la península ibérica entre los siglos V al VII d.C partiendo del examen de 52 cuentas de ámbar encontradas en las necrópolis granadinas de Colomera, Atarfe, Montefrío y Loja. Gracias a los resultados ofrecidos por el empleo del espectrofotómetro de transformada de Fourier, han podido acreditar su procedencia báltica, un dato que extienden para el resto de hallazgos peninsulares de piezas de ámbar que, muy notablemente, se concentran fundamentalmente en las necrópolis contemporáneas de las dos mesetas centrales. A partir de aquí, plantean interesantes hipótesis sobre esta presencia de ámbar que, curiosamente, se encuentra prioritariamente en tumbas de mujeres y niños de elevada condición social, dejando entrever que quizás el empleo de estos ornamentos fuera hereditario y, así, fueran transmitidos de generación en generación como valiosos bienes de prestigio familiares.
De tal manera, aunque no descartan que los recién llegados a la península trajeran consigo sus propias piezas de ámbar, asimismo analizan posibles rutas comerciales desde sus centros de producción, puesto que consideran más que factible que estas piezas de ámbar fueran elaboradas en talleres especializados localizados en lo que hoy son los Países Bajos. Por una parte, una terrestre a través de los Pirineos y, primordialmente, vías marítimas al conectar este comercio de ámbar con otras piezas de importación constatadas contemporáneamente. Así, consideran dos rutas: una primera atlántica, con Vigo como centro redistribuidor hacia el interior y el sur de Hispania, y otra procedente del Mediterráneo. En este último caso, el ámbar sería transportado desde el norte de Europa por vía fluvial a través del cauce de los ríos Rin y Ródano, llegando a la península ibérica por mediación de mercaderes orientales que contaban con bases costeras en el litoral hispano desde donde penetraban al interior. En definitiva, pese a cierta imagen popular de crisis y aislamiento tras la caída del imperio romano de occidente, este intercambio denota tanto una continuidad con el pasado como la dinámica vitalidad del mundo posrromano hispánico con su entorno europeo.