El bluf de Rapa Nui: ni suicidio medioambiental ni superpoblación. ¿Y ahora qué?
Una nueva investigación echa por tierra parte de las teorías que sustentaban el mito en torno a los habitantes de la lejana Isla de Pascua
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Como suele ocurrir, de la necesidad nació el mito. Y así ocurrió en Rapa Nui. En torno a la civilización que habitó la Isla de Pascua, supuestamente hundida en las aguas del Pacífico hace doce milenios, ha habido muchas contradicciones históricas que arroparon la leyenda y avivaron un relato cada vez más apasionado. Y a pesar de que este lugar, uno de los más apartados del planeta, sigue encerrando mil enigmas en sus escasos 1a7 kilómetros, una nueva investigación desmorona el mito. No hubo ni ecocidio ni superpoblación.
La población de esta tierra, también conocida por sus habitantes como "el ombligo del mundo" o "Te pito o te Henua" nunca aumentó a niveles insostenibles. Primero se habló de una civilización que arrancaría de tiempos prehistóricos, aunque lo cierto es que sus habitantes procedían de las migraciones desde la Polinesia y América en el siglo IV. Llegaron en canoas y encontraron formas de hacer frente a los recursos limitados de la isla, manteniendo una demografía estable, según Dylan Davis, investigador postdoctoral en arqueología en la Escuela de Clima de Columbia y autor principal del estudio que ahora da la vuelta a la historia de Rapa Nui. Su conclusión la documenta en la existencia de un inventario de "jardines de rocas" donde los isleños cultivaron batatas altamente nutritivas, suficiente para su dieta. Pero, de acuerdo con el área que cubrieron estos jardines, cabe pensar que no pudieron sustentar más que a unos pocos miles de personas. De ahí la polémica.
"Esto demuestra que la población nunca podría haber sido tan grande como algunas de las estimaciones anteriores", indica Davis en un comunicado. La investigación, publicada en la revista "Science Advances", aporta una teoría totalmente opuesta al colapso y favorable a una población resiliente en un medio hostil al que supieron adaptarse.
La isla está formada por roca volcánica. Las erupciones cesaron hace cientos de miles de años y los nutrientes minerales que trajo la lava se erosionaron hace tiempo. Las aguas oceánicas caen de forma abrupta, lo que dificultaba la pesca de criaturas marinas. Los colonos idearon una técnica llamada jardinería de rocas o mantillo lítico, consistente en esparcir rocas sobre las superficies bajas, parcialmente protegidas por la niebla salina y el viento. En los intersticios entre las rocas, plantaron las batatas. De hecho, algunos isleños utilizan todavía estos jardines, aunque su productividad es marginal.
Basándose en los isótopos encontrados en huesos y dientes y en otras pruebas, es probable que la gente del pasado consiguiera entre el 35 % y el 45 % de su dieta a partir de fuentes marinas, y una pequeña cantidad de otros cultivos menos nutritivos, como el plátano, el taro y la caña de azúcar. La capacidad de sustentación de la población habría aumentado a unas 3.000 personas, la cifra observada en el momento del contacto europeo.
Si la isla era un territorio improductivo y poblado por unos cuantos cientos de habitantes cuando aparecieron los europeos, algo tenía que haber sucedido. La teoría del ecocidio, del auge y caída de la sociedad de Rapa Nui tras haber agotado sus propios recursos, encajó bien y arraigó en el imaginario colectivo y en la mente ecologista. Ahora Carl Lipo, arqueólogo de la Universidad de Binghamton y coautor del estudio, reconoce que las pruebas en contra de esa idea del auge y caída de la población son abrumadoras. Ni siquiera la datación por radiocarbono de artefactos y restos humanos ha mostrado evidencias del colapso anteriormente.
El enigma de los moáis
Aquellos polinesios llegados en canoas pudieron ser los autores de los moáis, las misteriosas estatuas de tamaño colosal cuyos ojos parecen mirar al cielo. La presencia de estas fantasmagóricas cabezas con orejas alargadas es uno de los mayore enigmas. Solo unos cuantos siguen en pie, pero pudo haber hasta 1.600 moáis. Esto es lo que llevó a los científicos a argumentar, en estudios anteriores, que la isla tuvo que haber necesitado hordas de personas para tallar esta ingente cantidad de estatuas de diez metros de altura y un peso medio de 50 toneladas, teniendo en cuenta que desconocían los metales y el uso de la rueda. No tenía más útiles que unas piedras, algún rodillo de madera y piezas cortantes que obtenían del volcán. La hipótesis más probable es que se tallasen en la misma ladera y las transportasen sobre los rodillos de madera.
¿Qué finalidad pudo tener esta faraónica obra? Una de las propuestas científicas es que las efigies se crearon para defender la isla de posibles ataques, aunque es fácil de rebatir teniendo en cuenta que se erigieron de espaldas al mar. Otras hipótesis apuntan que podría tratarse de monumentos funerarios. Según los mestizos descendientes de los habitantes originarios de Rapa Nui, los moáis son representaciones de seres muy poderosos o deidades. Aún más disparatada es la posibilidad de que fuesen creaciones extraterrestres. Lo que es cierto es que a lo que continúa inexplicable no se le puede rendir cuentas. La nueva investigación arroja luz, pero no rompe el hechizo de esta isla que aún conserva relatos tan sobrecogedores como el de las criaturas vírgenes de la ciudad sagrada de Orongo, recluidas de por vida en cuevas como parte de un ritual.