Una exposición sobre la misoginia de Picasso desata la polémica
El Brooklyn Museum celebra el año Picasso con “It’s Pablo-matic…” , muestra que tan solo se centra en el lado oscuro del genio
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De todos los museos neoyorquinos, el Brooklyn Museum es el que históricamente más se ha distinguido por su carácter controvertido y su activismo feminista. Baste decir que, en sus salas, se expone la obra que se podría calificar como la Capilla Sixtina del arte feminista: “The Dinner Party” (1974-1979), de Judy Chicago. De acuerdo con este posicionamiento, no ha de extrañar que, durante los últimos días, esta institución se encuentre en el ojo del huracán por una exposición que se acaba de inaugurar: “It’s Pablo-matic: Picasso According to Hannah Gadsby”. La muestra viene a sumarse a los actos celebrados por todo el mundo a propósito del año Picasso, y lo ha hecho de un modo muy específico y polémico: convirtiendo la misoginia del artista malagueño en su discurso rector, y subrayando su comportamiento hacia las mujeres sin moderación ni límites algunos. El comisariado de la exposición ha corrido a cargo de Hannah Gadsby, comediante y licenciada en historia del arte, que alcanzó fama mundial a través de la serie de Netflix, “Nanette”. Gadsby, lesbiana y feminista, fundamenta todas sus actuaciones en la idea de que “tenemos que aceptar que culturalmente odiamos a las mujeres”. No es ninguna sorpresa, por tanto, que, ante el encargo de revisar la figura de Picasso, su punto de vista se dirigiera a denunciar el carácter “pablomático” de su personalidad.
La muestra, que incluye numerosas piezas de Picasso, exhibe también trabajos de algunas de las más aclamadas y combativas artistas feministas contemporáneas: Cecily Brown, Judy Chicago, Renee Cox, Käthe Kollwitz, Ana Mendieta, Marilyn Minter y Faith Ringold”. La visión sesgada que se ofrece del autor de “Las señoritas de Avignon” ha suscitado las iras de buena parte de la crítica de arte: The Art Newspaper la ha dedicado una dura crónica, y el crítico del New York Times, Jason Farago, ha dictado sentencia sin piedad sobre la exposición: “Las ambiciones aquí están al nivel de un GIF, aunque tal vez ese sea el punto”. La oleada de críticas no ha acobardado a Gadsby -que ha ironizado sobre los críticos de arte masculinos- ni al propio Brooklyn Museum, cuya directora de comunicaciones digitales, Brooke Baldeschwiler, publicó una historia de Instagram con el envalentonado mensaje: “Venid a nosotros, haters”.
“It’s Pablo-matic…” viene a confirmar un hecho nada alentador para la fortuna histórica de Picasso: el revisionismo sobre su obra se está imponiendo en el que debería ser su gran año. Cierto es que, a resultas del eco alcanzado por las voces que se encargan de exigirlo, han surgido otras que, para contrarrestarlo, reclaman la mirada femenina depositada en su obra e, incluso -como es el caso del catedrático Eugenio Carmona-, su reinterpretación desde una perspectiva queer. Sea como fuere, la producción de Picasso ha sido recontextualizada a velocidad de vértigo y, estemos más o menos de acuerdo con el debate del que es objeto, su valoración actual depende de factores que, hace dos décadas, resultarían impensables. Sus doradores y detractores se encuentran en plena batalla campal, y los resultados de esta resultan inciertos.