Springsteen derrite Madrid: rock mundano, himnos eternos
La leyenda del rock conserva su proverbial bonhomía, su apariencia de mecánico de camiones de gran tonelaje
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Vendió 50.000 entradas en media hor y las nuevas fechas se iban anunciando a golpe de gong, como el sonido de la caja de batería de “Born in The USA”, marcando el tiempo de otra caja, la registradora. Otro estadio lleno, y otro. Bruce Springsteen mantiene un idilio con el público español, que hace solo un año se encargó de agotar las 120.000 entradas de su paso por Barcelona. Para este ejercicio, lejos de contener el entusiasmo, ha redoblado la apuesta: serán 250.000 personas las que vayan a rendir pleitesía al de Nueva Jersey en sus cinco fechas, tres en Madrid y dos en la Ciudad Condal, todas agotadas, en una nueva exhibición de tirón popular del nacido en USA. Un cuarto de millón de personas: quizá baste decir que en ninguna plaza del mundo va a dar tres shows en la presente gira. No es tan difícil de explicar: Springsteen es una leyenda, uno de los artistas que han definido el rock de las décadas finales del siglo pasado, una voz para la historia. Y, a sus 74 años, defiende esa divisa mítica, la de los grandes.
Springsteen conserva su proverbial bonhomía, su apariencia de mecánico de camiones de gran tonelaje. Sonrisa de “Corn flakes” y bacon a la plancha para desayunar, energía de clase trabajadora y mano firme para controlar una carrera musical impecable, con altibajos como es natural. Sigue siendo, en esencia, el que era: rock & roll desde la muy poco molona Nueva Jersey, atestada de gente corriente. Y a su lado la E Street Band como base ideológica y fuente de saber. Lozano parece, decíamos, y eso que la salud vocal del rockero había hecho temer lo peor en las últimas semanas: el Boss había cancelado tres noches, en Marsella, Praga y Milán, previas a la de ayer en Madrid, por una afección de garganta. Pero no vayan a temer por él. El jovencito está en plena forma.
El enorme escenario, presidido en lo más alto de su andamio por una bandera estadounidense, aguardaba los últimos rayos de sol de la tarde a través del disco del Estadio Metropolitano. Con 20 minutos de retraso, el Boss aparecía en el escenario: “Hola, Madrid. ¿Estáis preparados?”, preguntó tres veces para abrir con “Lonesome Day”. Camisa blanca, chaleco negro, muñequera en la derecha, primer temazo en la segunda cancion: “No surrender” llegó con la letra declamada, sentida en los versos clave y un sonido irregular (aunque se fue corrigiendo), pero nada podía con los versos de “Ghosts”.
Eso sí, de lo que quedó prueba manifiesta es de su excelente estado de forma. En torno a 56.000 personas pudieron confirmarlo en su regreso a Madrid después de 8 años de ausencia. Su anterior visita fue durante la gira del 25 aniversario de su emblemático álbum "The River" y ahora se produce con la efeméride de “Born In The USA”, no menos histórico, que cumple 40 tacos como testigo de un tiempo y de una generación que buscaba su lugar en los extraños años 80, especialmente en Estados Unidos, cuando miles de jóvenes se sentían abandonados por una idea equivocada de patriotismo. Las letras del de Nueva Jersey están escritas en rock mundano, urdidas de individuos que dan vida a himnos eternos. Cayeron “Darlington County”, “Hungry Heart”, “Promised Land” y “My Hometown”, temas que pisan el asfalto a cero centímetros de altitud, canciones que huelen a humo y sudor. Y pasará a la historia por esa forma de escribir, de la que es maestría “The River”, que interpretó con conmovedora emoción y que habla de sueños rotos y promesas incumplidas tanto personales como colectivas.
Springsteen sumió Madrid en su epopeya personal, en la que se remontó a sus inicios con 15 años, los callejones de “Backstreets”, su versión de “Because the night”, las inmortales “Wrecking ball”, “The Rising” y “Badlands” y se le vio sonreír como a un niño. El sonido, hay que decirlo, mejoró en momentos (o nos acostumbramos al eco) y con “Thunder Road” ya superaba las dos horas de concierto. Quedaban, obligatoriamente, los bises: “Land Of Hopes And Dreams”, primero, y a continuación “Born to Run”, cuando iluminaron todas las luces del Estadio y todo el mundo pudo ver las caras de sus vecinos, como si fuera ese otro mensaje de Springsteen o, quizá, se trataba de una advertencia de las autoridades, conocedoras de su gusto por las proezas tántricas musicales. Era casi medianoche, no en vano y el colegiado marcaba el descuento en el Metropolitano. Todavía quedaban, para la gloria final, "Dancing in the Dark" y un momento íntimo, "I'll See You in My Dreams", para decir hasta luego. Hasta pronto.