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Premios Princesa de Asturias
Byung-Chul Han resulta un pensador inusual que acudió a estudiar a Alemania cuando no sabía alemán y esgrime una conducta ética que coincide con los principios filosóficos que defiende, lo que, sin duda, lo convierte en un hombre excepcional en nuestra época. Él, que ha pronosticado gran parte de los apocalipsis de nuestra era, ha renunciado al móvil, símbolo de la sumisión contemporánea, a las comparecencias públicas, convirtiendo su figura en un haz de penumbras en un mundo de prístinas transparencias digitales (todo el mundo muestra lo que hace, todo el mundo avienta lo que piensa) y ha decidido enclaustrarse en la reflexión en una época de declaraciones espontáneas, desatención y discursos difusos. «Nunca he dado una rueda de Prensa. Es la primera vez. Me demoro en el silencio y no me gusta hablar en público. Tampoco doy ponencias en público. Esta es la tercera ocasión que estoy en España», comenta al inicio de una intervención en Oviedo, donde este viernes recibirá el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025.
Una dilatada comparecencia, que prolonga más allá de una hora y media, durante la cual tuvo tiempo de recapacitar sobre el importante papel que ocupa la mano en el pensamiento («La felicidad surge a partir de las manos. Los pensadores necesitan un jardín porque los pensadores son pensadores manuales»), criticar los pianos del Hotel Reconquista ( «El hall tiene un piano surcoreano que ya nadie querría en Corea y en la zona del desayuno, el segundo más barato de China. Lo toqué, pero no me hizo feliz») y, sobre todo, criticar los grandes males modernos que acudían a los ciudadanos y vulneran la sociedad. «Vivimos en un universo en el que no nos respetamos mutuamente y nos mostramos agresivos unos con otros. No aceptamos la opinión de los demás. Si alguien tiene otra opinión, lo declaramos enemigo. No somos capaces de abrirnos a otros puntos de vista. Enseguida, perdemos los estribos y sentimos resentimiento y odio hacia el contrario. El respeto es el adhesivo que cimenta la sociedad. La democracia está basada en el respeto y, si perdemos esa virtud, ponemos en peligro la democracia».
«Hoy todos somos adictos a algo, vamos pasando de una adicción a otra»
Byung-Chul Han, que ha pergeñado una serie de ensayos que acometen las grandes problemáticas actuales -la sociedad digitalizada, la tecnología, el mal de la igualdad, los daños de un capitalismo sin estribos, la soledad, el miedo, la depresión, el síndrome del trabajador quemado o la sobreabundancia de información-, está inmerso en dos nuevos trabajos: «Sin respeto. Una crisis social», que ya está en imprentas, y el título de cierre de su tríptico de crítica social y que inició con «La sociedad del cansancio». «En él hablaré sobre la adicción, porque hoy todos somos adictos al consumo, la información, el juego, las redes sociales. Pensamos que somos libres, pero vamos pasando de una dependencia a la siguiente».
El pensador surcoreano, un hombre de acentuada voz crítica, disertó sobre «los fenómenos patológicos que me preocupan en la sociedad actual». Reconoció que «lo que me tortura es la crisis del liberalismo y la democracia liberal, no solo en Europa, sino también a nivel global. El liberalismo es bueno, de entrada, pero una de sus debilidades es que no es capaz de generar contenidos por sí mismo que permitan llenar los vacíos que genera». Byung-Chul Han especificó que existen «dos tipos de libertad: la negativa y la positiva. La primera es la ausencia de obligaciones y crea espacios vacíos. Hay que llenar estos huecos con algo a lo que poder agarrarnos, con contenidos, símbolos, que tengan significación. Una libertad sin significado es arbitraria. Estamos en una fase en que la libertad produce aleatoriedad. El material simbólico en el que pienso son valores y objetivos con los que orientar nuestra sociedad».
«El vacío simbólico pone en peligro la democracia»
Esta crisis de principios en la época presente es uno de los asuntos que mayor zozobra le provoca y es uno de los temas que concentra su curiosidad y sus reflexiones. Han sostiene, de hecho, que «nuestra democracia se ha convertido en algo aleatorio porque no poseemos valores ni objetivos nobles». Sostiene que todos «los valores se sustentan en determinadas premisas» y que estos no «se crean porque sí, sino que parten de premisas que el liberalismo no genera por sí mismo». El contratiempo es que las instituciones que aportaban estos valores, como son la religión y la cultura, son instancias erosionadas en la actualidad. «Se están erosionando, y, como consecuencia, estos valores pierden significado y son los que rellenan esos vacíos y los que nos aportaban algo a lo que aferrarnos».
Por eso, el grito de Byung-Chul Han es claro y es alto: «Necesitamos ideales y principios. ¿Qué objetivos nobles tenemos ahora? Ninguno. Es el vacío del material simbólico y eso que pone en peligro la democracia. Sin objetivos no existe el progreso. No hay objetivos nobles que persiga la política. Una sociedad consiste en resolver problemas compartidos y ahí es necesario defender unos objetivos o ideales comunes. Sin valores, la libertad es arbitraria y una libertad arbitraria no es libertad, es una quimera. La libertad debe estar vinculada a un significado. Estamos en una fase sin ningún sentido. La democracia y el sinsentido son excluyentes».
«La democracia necesita discurso y las redes solo generan trivialización»
Para Han, «esta desorientación reclama autocracia, autócratas como Orbán o Trump. En cualquier parte del mundo sucede esto. Es por la crisis de la democracia. Lo podemos ver en todas y esta tendencia se va a acentuar. Tiene que ver con liberalismo, el consumo y las redes sociales que generan estímulos fugaces, pero no crean significados, no dan objetivos y no generan comunidad; la democracia sin comunidad colapsa. Los algoritmos nos dan lo que nos gusta, pero no aportan conocimiento. La democracia necesita discurso, una narración, y no podemos tener un discurso si declaramos al otro enemigo por mantener otra opinión. Esto asfixia el discurso en las redes, lo agota. La digitalización y las redes generan trivialización y nos encierran en nuestro propio eco. Cada uno tiene su realidad, pero sin una realidad común no hay democracia».
Han considera que «la democracia, más que procedimientos formales, como elecciones o instituciones como un parlamento, requiere ciudadanía. Sin ella no funciona la democracia. El sentido de comunidad es responsabilidad, confianza y respeto. De lo contrario, la democracia solo es un aparato, las elecciones devienen en un ritual vacío, no podemos conseguir un cambio social, la política se agota en luchas de poder y el parlamento se convierte en la puesta en escena de los políticos».
«Nos hemos vuelto demasiado sensibles al dolor. Ya no somos capaces de aguantarlo»
Uno de los síntomas del declive de esta sociedad es la relación de las personas con el dolor y la felicidad. Un tema que revela enormes hundimientos en el espíritu de los hombres y las mujeres. «La felicidad y el dolor son una balanza. El alma persigue reequilibrar los estímulos felices con impresiones negativas. Eso genera una paradoja y explica por qué los jóvenes, a pesar de las redes sociales, nunca antes han estado tan deprimidos ni tan solos como ahora. Si uno quiere conocer bien una sociedad, debe analizar su relación con el dolor. Hoy, nos hemos vuelto demasiado sensibles al dolor. Ya no somos capaces de aguantarlo, y nos hemos habituado a los opiáceos»
Otro de los asuntos que le inquieta es la brecha material que se ha abierto en el mundo. «En la sociedad liberal existe el bienestar material. El liberalismo se sostiene cuando hay bienestar material, pero esta premisa ya no es válida y la distancia entre ricos y pobres ha crecido. Si el bienestar se resquebraja, y esta es la última ancla de la democracia, el liberalismo entra en crisis. El neoliberalismo ha producido muchos perdedores y genera miedo y resentimiento, y esto desestabiliza la sociedad y lanza a la gente en brazos de populistas y autócratas. La justicia económica es importantísima».
«Tenemos que inventar una economía que se pueda regenerar a sí misma. Esta economía se destruirá»
Uno de los motivos de la crisis es cómo se han devaluado las relaciones en las universidades y el binomio maestro/alumno se ha convertido en «vendedor/consumidor». Algo que ha corrompido la enseñanza. Esto abre las puertas a otra crisis: la de autoridad. Algo que podemos percibir en varios ámbitos. «Tenemos influencers que venden productos, objetos, pero no nos dan soporte ni orientación a nuestra sociedad. Estamos desconcertados y esto hace que muchos caigan en manos de populistas y autócratas».
Pero quizá su conclusión más sustancial la reservó para el final, en su reflexión sobre lo que ha hecho el mercado con los hombres: «El neoliberalismo ha hecho que el ser humano se convierta en ganado. La diferencia entre el ganado y un trabajador es que el ganado no se revoluciona. Lo oprimes y no pasa nada. El trabajador se rebela. Ahora nosotros somos ganado de trabajo, ganado electoral; nos hemos convertido en ganado. El ganado está estabulado, porque es donde encuentra alimento. ¿Para qué se va a sublevar o ir si ahí tenemos bienes de consumo y es confortable? ¿Cómo nos vamos a rebelar contra el sistema? El ganado no se subleva, ¿cómo poner en tela de juicio el sistema?».
Para Han, solo queda una esperanza: «Que el capitalismo, que ya tiene grietas, acabe destruyendo sus fundamentos. El capitalismo es productivo, pero no reproductivo; no se genera a sí mismo. Tenemos que inventar una economía que se pueda regenerar a sí misma. Esta economía se destruirá. La esperanza es que colapse el sistema y eso va a pasar pronto», augura Byung-Chul Han.
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