Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por
Patrocinio Repsol

Llegó el día de “As bestas”

El director Rodrigo Sorogoyen presenta un potente thriller rural protagonizado por un descomunal Luis Zahera, Denis Ménochét y Marina Foïs
Luis Zahera y Denis Ménochet en "As bestas"
ImdbImdb
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Creada:

Última actualización:

La vida que brota de las extensas parcelas verdes y las fecundas entrañas de la tierra circundando la pequeña aldea gallega que sostiene geográfica y narrativamente “As bestas”, el último trabajo de Rodrigo Sorogoyen, es oscura, asfixiante, curvada y densa. A excepción de algún episodio en el que la pareja francesa protagonista contempla orgullosa cómo se hinchan las semillas, se alargan y avanzan enloquecidas agrietando las llanuras, desbordándose y transformándose en lechugas, en tomates, en alimentos completamente naturales y vivos –exentos de potenciadores químicos– que llevarse a la boca, recogen los huevos que han puesto sus gallinas o cuidan sensiblemente de su ganado, la atmósfera arranca, se desarrolla y exhala su última bocanada audiovisual abrazada a una neblina de hostilidad vecinal y desconfianza endémica al más puro estilo “Solo las bestias” (esa interesantísima propuesta cinematográfica enterrada en la nieve de Dominik Moll) o “Perros de paja”, de violencia agazapada, de odio germinado completamente extremo al que dan cuerpo Luis Zahera y Diego Anida a través de los hermanos Anta.

Felicidad rural truncada

Ambos llevan toda la vida en la aldea, habitando una tierra que les ha visto crecer y convertirse en el reflejo deformado de lo que siempre quisieron ser pero nunca se atrevieron a parecerse, acomodados en un espacio salvaje que consideran propio por derecho de nacimiento y de pronto ven en el matrimonio extranjero recién llegado integrado por Antoine y Olga y su forma ecológica y autogestionada de vida una potencial amenaza capaz de destruir sus atávicas costumbres y hacer estallar sus anquilosadas convicciones. “Nos gusta oler a mierda”, espeta en un momento determinado Zahera a Antoine (a quien da vida un totémico Denis Ménochet). Y no quieren bajo ningún concepto dejar de hacerlo.
“Cuando nos topamos con la noticia real, comenzamos a alucinar con todo aquello, a leer mucho sobre la historia y a tener claro que queríamos que esa fuese nuestra próxima película, enseguida nos dimos cuenta de que no queríamos hacer una peli basada en hechos reales sino inspirada. Había muchas cosas que nos habían llamado la atención, por supuesto, pero primaba el respeto por las personas reales que conformaban la historia. Por eso nos hemos alejado de nacionalidades, de nombres y más tarde las propias exigencias narrativas nos empujaron a tomar decisiones como la aparición del personaje de la hija, que no existió en la vida real”, matiza Isabel Peña en conversación matutina con este periódico, coguionista de la cinta –que después de estrenarse con éxito en Cannes y pasar por San Sebastián, viene ahora de arrasar en el Festival Internacional de Cine de Tokio– y asidua colaboradora de Sorogoyen desde los tiempos de “Stockholm” acerca del grado de aproximación que se produce en la película hacia los hechos reales que la inspiraron. “De hecho, el personaje ficticio de la hija se nos ocurre para articular el personaje de Olga, para poder entenderlo nosotros y que también lo entienda el espectador, o por lo menos lo acepte. La hija es el altavoz del espectador, es quien le hace las preguntas, creemos, que el público se está haciendo: “¿Por qué estás aquí?”, “Estás loca”, “Te van a hacer daño”, “¿Por qué te quedas?””, apuntala Sorogoyen.
Estos hechos referidos tuvieron lugar en 1997 en Santoalla do Monte por parte de Martin Verfondern y su mujer, Margo Pool, unos holandeses que sustituyeron su vida predeciblemente burocrática en Holanda por la felicidad rural y sostenible en este pueblo de Ourense y confeccionaron su propio reducto de seguridad ecológica y colaborativa hasta que empezaron los problemas con los pocos vecinos de la zona por asuntos de dinero, discrepancias enmarañadas y malentendidos rurales que se espesaban a medida que el matrimonio continuaba empecinado en quedarse allí.
“¿Quién tiene más derecho a la tierra? ¿El que nace en ella o el que la trabaja? ¿Ambos? Ponemos en duda el discurso de quienes aseguran que tienen más derecho porque han nacido en un lugar concreto, pero ponerlo en duda no significa que estemos radicalmente en la otra posición”, se interroga Sorogoyen sobre la pertenencia a los lugares que configuran nuestro particular mapa de migraciones vitales antes de que Peña reflexione sobre este reciente retorno artístico -literario pero también audiovisual- que se está produciendo de los grandes núcleos urbanos al campo: “Realmente no es casual (nosotros no creemos en las casualidades en general) este retorno a los pueblos sino causal, totalmente. Muchísima gente joven se está yendo a vivir al campo, la pandemia lo ha acelerado todo mucho también, nos hemos ahogado en nuestros pisos pequeños y sin embargo la gente de los pueblos estaba pudiendo respirar. Todo esto forma parte del debate público, todo el asunto grave del cambio climático también nos está haciendo ver que la forma que tenemos de vivir en las ciudades no es asumible. Dentro de diez años en verano vamos a alcanzar temperaturas de 50 grados. ¿Quién va a querer quedarse aquí? Todo esto forma parte de las conversaciones y al final, las personas que tenemos la gran suerte de poder dedicarnos al cine nos empapamos de todo esto y en forma de preguntas y muy pocas respuestas terminamos transformándolo en películas”, comenta.
Concretamente esta, “As bestas”, pese a su carácter en apariencia localista, centrado en un pequeño pueblo de Galicia y circunscrito a las tradiciones telúricas del rural profundo, ha conseguido conectar con un público internacional que culturalmente podría demandar otras cosas, pero ¿por qué? ¿dónde está el truco? Isabel Peña parece tener la clave: “¿Cómo puede ser que una historia de dos franceses en una aldea diminuta de Galicia cale en Tokio por ejemplo no? Pues porque yo creo que estamos hablando de cosas como el amor, el miedo, la xenofobia, la violencia, lo masculino en contra de lo femenino, que se hable en gallego, en francés, en castellano. Creo que cinematográficamente tiene un empaque y una fuerza muy concreta, desde la música de Olivier Arson (muy percusionista, hueca y envolvente al estilo de la rigidez sonora de “Pozos de ambición”) hasta la música de Álex de Pablo. Todo ello acompaña a unos temas que son universales”, argumenta.
Otro de los epicentros temáticos que sobrevuelan una trama marcadamente asfixiante -de esas para las que Sorogoyen parece haber nacido para construir con precisión de orfebre- en la que el ritmo gradual de escalada de tensión agazapa y quiebra al espectador, respira en la figura de Xan (Zahera), un hombre de campo consciente del condicionamiento que su entorno supone para su desarrollo y para el de su hermano, que padece una minusvalía psíquica, pero custodio envalentonado de los valores adquiridos y las necesidades familiares que encuentra en el otro, en el de fuera, en el extranjero, en “el extraño”, al enemigo a batir. “Si hay tres o cuatro consignas en la política de extrema derecha actual, ya sea entre los propios políticos o entre los votantes, una de las que más parece calar es precisamente la que tiene que ver con el rechazo al extranjero. No le queremos, es peligroso, viene mal para nuestro país, para nuestra patria, para nuestra seguridad. Y este tipo de pensamientos fundamentados en el miedo entroncan directamente con la complejidad del personaje de Xan. En este sentido hay muchos Xan en nuestro país”, apunta el director de “El reino” aludiendo a la xenofobia implícita del personaje de Zahera.
En cuanto al personaje de Ménochet, Antoine, su corpulencia física, expandida y rotunda, facilitó tanto a Peña como a Sorogoyen la configuración de sus contradicciones como víctima -que al mismo tiempo resulta amenazante- hasta el punto de representar a la perfección esa simbiosis primaria y visceral entre el hombre y la bestia: “Este paralelismo tan interesante que mencionas también nos gusta jugarlo a la contra en la peli para que no sea solamente una cosa demasiado explícita. Siempre nos hemos imaginado a Antoine como una especie de animal ¿no? En nuestra cabeza era un hombre grande, salvaje, al que le gusta comer con las manos y hacer el amor con su mujer, pero noble. Cuando se queda obnubilado con los caballos por ejemplo, cuando va paseando con su perro, es porque de alguna forma los envidia: el ha huido del asfalto para vivir en libertad. Hay algo en él que tiene que ver con la pureza de las “bestas””, señala Peña. Una pureza animalizada que trasuda bondad pero que también advierte del peligro que entrañan aquellos que se lo quieren comer, porque como prevenía Amado Nervo, en ocasiones “el miedo es más injusto que la ira”.