Serra y Sorogoyen: el cine español da la nota (alta) en Cannes
Albert Serra presenta en la Sección Oficial de Cannes «Pacifiction», la película más radical del certamen, mientras que Rodrigo Sorogoyen, fuera de concurso, nos ofrece «As bestas», un thriller rural
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Ayer, al catalán Albert Serra le tocó el turno de consagrarse en la competición de Cannes. Aquí, en la Quincena, se estrenó la memorable “Honor de cavalleria” en 2004, los franceses le adoptaron y en Cannes se han presentado todas sus películas excepto “Història de la meva mort”, que ganó en Locarno. A bote pronto, puede parecer que “Pacifiction”, que también se ha titulado “Bora, Bora” y “Tourment sur les îles”, es su película más accesible, porque es la más narrativa de su obra. A poco que avanzan sus casi tres horas de metraje, la impresión se revela como un espejismo: esta debe de ser la propuesta más radical de la sección oficial.
En una isla de la Polinesia francesa, un alto funcionario del Estado (extraordinario Benoît Magimel) empieza a lidiar con el rumor, cada vez más fundado, de que el gobierno piensa reanudar pruebas nucleares en la zona, abandonadas veinte años atrás. Los rumores se extienden como telarañas invisibles, y el diplomático sigue el hilo encontrándose con una serie de personajes, cada vez más siniestros, que construyen una topografía de la paranoia contemporánea, donde los políticos honestos apenas tienen espacio para respirar en un conglomerado de poder que los ahoga con sus intrigas elusivas y sus amenazas ominosas.
La decadencia del lujo
No es la primera vez que Serra se preocupa por retratar los mecanismos del poder: en cierto modo, “La muerte de Luis XIV” ponía en circulación sus rituales para perpetuarse en el imaginario del pueblo, aunque aquí la aproximación es más acuciante, más actual, y mientras el pueblo vive engañado o en la inopia, la política abre su caja de Pandora para que el Mal lo devore en secreto. Una de las virtudes de esta brillante película es su capacidad para describir a su protagonista a través de sus constantes derivas, a la vez que caracteriza la atmósfera de los espacios, de un lujo decadente. Magimel interpreta a este diplomático benéfico como si pensara en ciertas novelas de Graham Greene (“El americano tranquilo”, “Cónsul honorario”) o en el fantasma de las Navidades Pasadas del Geoffrey Firmin de “Bajo el volcán”, metido en su traje de lino blanco incluso para cabalgar las olas. En el Club Paradise, centro de operaciones donde se reúnen los occidentales de la isla para pasar sus noches de cócteles vaporosos, se huelen los negocios sucios y los trajes sudorosos, mientras los camareros reparten copas en ropa interior.
Ese ambiente pegajoso empieza a ralentizar el relato, a transformarlo en una conjunción de fuerzas maléficas que apelmazan el cielo hasta que el Club Paradise se convierte en el Club Silencio de Lynch, y la película se abstrae, de un modo ejemplarmente orgánico, de los intentos de su protagonista para controlar una situación en la que no es más que un pelele. Es entonces cuando ese paisaje frondoso se hace extraño, y se transforma en una especie de antesala al infierno, un purgatorio violeta con aroma a azufre. La política, nos dice Albert Serra, es una película de terror que transcurre en una isla paradisíaca.
Hablando de terror, en la primera parte de “As Bestas” (la primera vez que Cannes selecciona, fuera de concurso, a Rodrigo Sorogoyen) se huele el miedo, la rabia, también la paranoia. Este thriller rural está atravesado por el malestar de la España vaciada, absorbido por Sorogoyen y su fiel coguionista, Isabel Peña, durante el proceso de documentación previo a la escritura del guion. “Hicimos mucho trabajo de campo, y siempre nos encontrábamos con opiniones muy polarizadas”, explicaba en Cannes. “Por un lado, la gente de ciudad que se instala para trabajar la tierra y restaurar casas, y por otro, los que se quieren marchar a toda costa”. Ese conflicto, llevado al paroxismo, vertebra una película tensa como un alambre de espino, en la que, en una aldea gallega, un matrimonio francés y una familia de locales entran en una espiral de amenazas que puede recordarnos a títulos tan emblemáticos como “Perros de paja” o “Deliverance”. La violencia de “As Bestas” no es tan explícita como en Peckinpah o en Boorman, pero a Sorogoyen le basta una conversación entre Antoine y Xan (espléndidos Dénis Menochet y Luis Zahera), rivales acodados en la barra de un bar, para, por un lado, exponer las razones de los bandos en liza y, por otro, crear un clima de zozobra insoportable.
Dice Sorogoyen que no quiere ser identificado como un especialista en thrillers. De ahí que, en un momento clave, “As Bestas” derive hacia el estudio psicológico de Olga (Marina Foïs), que, durante la mitad del metraje, había sido un personaje secundario. El cambio de punto de vista de la película no funciona como un mero recurso de guion, sino que transforma la idea de violencia que había impregnado el filme. “Hay una oposición entre lo masculino y lo femenino en esa ruptura”, afirma Sorogoyen, que afecta, también, a la puesta en escena. Al ritmo nervioso le corresponde una cadencia dilatada en el tiempo; al montaje sincopado, una cierta inclinación al plano-secuencia. La furia se convierte en obsesión, uno de los temas favoritos del cine de Sorogoyen desde “Que Dios nos perdone” hasta la serie “Antidisturbios”: la obsesión destructiva, que solo ve un punto en el horizonte, que trabaja minuciosamente para demostrar su verdad.
El thriller rural busca su contradiscurso, y lo encuentra en el modelo de “Madre”, en la que una mujer creía (re)encontrar a su hijo secuestrado en un turista adolescente. La determinación de Olga se parece mucho a la de Marta Nieto en aquella película. Esa mutación estructural que conecta “As Bestas” con la bipolaridad de “Stockholm” es muy interesante en el plano teórico, pero puede provocar ciertos problemas a nivel práctico. La adrenalina se descomprime, y la intensidad dramática se cuece ahora a fuego lento. Al cuerpo le cuesta acostumbrarse al cambio de temperatura. Y al espectador le puede parecer que está condenado a vivir una venganza anunciada.