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Crítica de 'Deliver Me from Nowhere': Lamentos desde Nebraska ★★ y 1/2
Dirección y guion: Scott Cooper, según el libro de Warren Zanes. Intérpretes: Jeremy Allen White, Jeremy Strong, Paul Walter Hauser, Stephen Graham. USA, 2025, 120 min. Género: Biopic.

El vulgo conoce a Bruce Springsteen por sus conciertos kilométricos, por su generosidad de espíritu fuera y dentro de los escenarios, por su aura de músico proletario, con vaqueros y camisa a cuadros, en comunión con su público cuando practica una poética del fracaso americano, antiheroico y romantizado. Sus temas más célebres –por poner algunos ejemplos icónicos: «Born in the USA», «Glory Days» o «Dancer in the Dark»– son pura energía. En ese sentido, sorprende que «Deliver Me from Nowhere» utilice esa energía que mueve masas solo como un paréntesis que abre y cierra el relato, para dedicarse en cuerpo y alma a descender a las profundidades abisales de la creación, justo cuando la potencia está bajo mínimos. No se trata tanto de seguir el camino del auge y caída sino de permanecer en un ánimo hipotenso, depresivo, en el que los fantasmas del pasado amenazan con delatar el lado oscuro del Boss. No se trata, tampoco, de regar con alcohol y drogas la vida de la estrella del rock, no estamos en esa clase de biopic, más monástico, también más insípido.
Si en el proceso de escritura y composición de «Nebraska», su álbum más personal, influyeron los cuentos completos de Flannery O’Connor, la pasión incendiada de las «Malas tierras» de Malick o los gritos rasgados de Suicide, este crítico esperaba al menos la intensidad atormentada de dichos modelos. Lo que nos encontramos es casi lo contrario: con la complicidad de un Jeremy Allen White casi autista en su introversión traumática, Scott Cooper ha filmado un biopic tan contenido, tan ahogado en sus tópicos claroscuros, que acaba por desdibujar la potencia de su drama. Se supone que debemos acompañar a Springsteen en sus dolorosos recuerdos con su padre, y que su infancia es la fuente de sus angustias y temores, pero nunca terminamos de entender la gravedad del asunto, ni tampoco los ímprobos esfuerzos que supuso vender «Nebraska» a contracorriente de lo que le pedía el mercado discográfico. Lo más interesante es la crónica del proceso creativo, la grabación en una cinta que reforzaba las imperfecciones del sonido, el eco como de disco antiguo, la fascinación quimérica de Springsteen por conservar esa textura áspera, sucia, de sus poemas torturados sin pensar en su público. Tal vez la película sea víctima de ese solipsismo, aunque creemos que su principal problema es su falta de pasión.
Lo mejor: Acierta en el relato de los pormenores del proceso creativo de una obra radical.
Lo peor: Le falta garra e intensidad dramática, fundamental para que el via crucis espiritual del Boss cuando compone “Nebraska” sea creíble.
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