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India

David Lynch: fuego, medita conmigo

El director nos visita para hablar de la disciplina que practica desde hace años. Es uno de los grandes, un transformador radical del lenguaje cinematográfico. Y ayer visitó el Festival Rizoma, aunque no fuese para hablar de su cine

El cineasta estadounidense David Lynch, que se encuentra en Madrid para clausurar el festival de cine Rizoma con una clase magistral y una charla sobre meditación trascendental, momentos antes de la rueda de prensa que ha ofrecido esta mañana.
El cineasta estadounidense David Lynch, que se encuentra en Madrid para clausurar el festival de cine Rizoma con una clase magistral y una charla sobre meditación trascendental, momentos antes de la rueda de prensa que ha ofrecido esta mañana.larazon

A lo mejor, el que uno de los cuellos de la camisa blanca esté escrupulosamente doblado hacia arriba forma parte de la puesta en escena, de la composición de un fabuloso personaje, David Lynch, que parece el protagonista de su próxima producción. Y que no tarde, ya son muchos los años que vagan por ahí los fans huérfanos, cabizbajos, errabundos, como los caminantes esos de «The Walking Dead» aunque más limpitos. «He escrito algo, y estoy contento con ello, pero siempre surge la necesidad de hacerlo mejor. No sé qué será lo siguiente que ruede, las ideas fluyen», reconoce de manera imprecisa Lynch, el director de «Cabeza borradora», «Terciopelo azul», «Mulholland drive», «Una historia verdadera» o «Inland Empire», una obra maestra incomprendida y extrema de 2006, otra revolución del lenguaje cinematográfico, el último filme hasta hoy del realizador nacido en Montana que también conmocionó el medio televisivo. Era «Twin Peaks», y la rubia Laura Palmer tuvo la culpa. O su padre, o el novio, o los marcianos, quién sabe. No, no quiere concretar nada sobre este tema el director, el fotógrafo, el pintor, el escultor, el fabricante de muebles. Miren, sólo un ejemplo: en mayo pasado publicó su segundo álbum de pop electrónico.

Por lo demás, Lynch, 67 años, lleva el frondoso tupé totalmente canoso y el traje negro, como siempre. Y la camisa, cerrada hasta el último botón, hoy tampoco lleva corbata. Elegante, abierto, carismático, un poco rarito y único, este enorme director sobre los sueños que producen monstruos y el terror que provocan los ruidos de un aserradero (y que al espectador se le incrustan en la cabeza igual que pequeñas y dolorosas estalactitas), visita un par de días Madrid para hablar en el Festival Rizoma de la meditación trascendental, que practica desde 1973 (en dos semanas, afirma, «la ira y la depresión empezaron a desaparecer»). Lynch, cuando habla, mueve mucho la mano derecha mientras la izquierda descansa, la lleva al corazón, la agita hacia arriba como una paloma coja en el aire y estalla (pum, pum, pum, pronuncia con ganas una vez, dos, tres veces, y nosotros sentimos la explosión dentro), porque gracias a esta técnica del amor y la energía, «la negatividad desaparece, la ansiedad, la tristeza, el odio, la rabia, el miedo, la desesperación se hacen cada vez más débiles». Estoy por apuntarme en lo que sea y para lo que sea. E incluso luego comenta, tras enredar con las uñas de los pulgares unos segundos, que «hace descender la presión sanguínea; todas las demás técnicas, cero». También el cero adquiere forma entre nosotros. En 2005, Lynch levantó una fundación para recaudar dinero destinado a facilitar el acceso de esta práctica, convencido de que con ello contribuiría a extender la paz en el mundo, una tarea que tiene narices, máxime cuando el coste del programa para conseguir un mantra personalizado ronda los 1.000 dólares (740 euros), y desde Hollywood hay quienes lo apoyan: Martin Scorsese, Susan Sarandon... «Los precios están bajando y espero que aún en la situación de crisis puedan afrontarse», confía Lynch; con todo, da la impresión de que no se trata de un tipo al que le guste hablar de pasta.

La palabra clave, insiste, es trascender, «experimentar el nivel eterno de la existencia. Se trata de lo único que consigue que todos los aspectos mejoren». Y reconoce que le encantan «las preguntas extrañas» –bien, en algo hemos avanzado– mientras confiesa no saber «nada del cine yugoslavo, ni del alemán o el español. Pero conozco a Pedro Almodóvar. Es mi amigo». Duda bastante menos cuando alguien le pregunta por la situación en su país: «Al Gobierno americano no le importa la industria, solamente si da dinero. Es vergonzoso que no se apoye».

No hay que sufrir

Pero volvamos al meollo, a la gran cuestión antes de que este hombre multidisciplinar y nervioso comience a firmar autógrafos y su rostro sonriente sea inmortalizado por numerosos móviles: amén de tanta armonía, de tantas respiraciones profundas y serenidad que, repite, proporciona la disciplina que nació en India de la mano de Maharishi Mahesh Yogi y que él defiende ciego. ¿Por qué las hermosas, inquietantes, casi terroríficas películas de Lynch son siempre un agujero de tragedia espesa, de personajes perdidos en un espacio inconcreto atestado de una cierta locura y desesperación? «El artista no debe sufrir para mostrar el sufrimiento, sino entenderlo, ésa es la clave». Bueno, en el fondo, quizá ni David Lynch ni el agente Cooper tengan jamás la exacta respuesta a ese asunto.

Después de todo, está el cine

Su última película hasta hoy, «Inland Empire» (2006, aunque bien es cierto que desde entonces ha grabado numerosos cortos, vídeos y documentales) fue tachada por algunos de incongruente mientras que otros la entendían como una nueva obra maestra del director. Como nuestro crítico, Sergi Sánchez, quien comenzaba de esta manera su texto: «Después de todo, está el cine. Las imágenes como invocación de lo irracional, el estilo como gramática que huye de la semántica, la narrativa como crónica del amor de los que pierden la cabeza». Igual que el propio Lynch, el artista explorador enamorado del arte.