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Emma Suárez se enfrenta al elefante

La actriz, junto a Natalia de Molina, protagoniza la dura ópera prima de Aitor Echevarría

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Asegura Natalia de Molina con esa convicción propia de alguien que habla con conocimiento de causa que «cuando algo te duele, te habla hasta el pelo». Porque el cuerpo, claro, tiene un lenguaje propio capaz de desarrollarse con insolente libertad en el momento exacto en el que una circunstancia nos está dañando, como le ocurre a Blanca, o, lo que es lo mismo, al personaje que interpreta en su nuevo trabajo junto a Emma Suárez en la ópera prima de Aitor Echevarría «Desmontando un elefante». 

Enorme respeto

La forma que tiene esta bailarina profesional, hija menor de una adicta al alcohol como Marga (Suárez) de reflejar la tristeza y la rabia que le provoca la limitante situación de su progenitora se canaliza precisamente a través del cuerpo, de la liberadora estructura del movimiento: «Aunque tú no quieras verlo ni mostrarlo, es inevitable que el cuerpo hable por ti. Esa es una de las cosas más hermosas que creo que he aprendido con esta película, a poner en el cuerpo todo lo que no se puede poner en palabras, y me parece muy bonito cómo está rodada toda la parte de la danza porque de hecho ha sido un reto grande afrontarlo. Sirve para explicar el estado emocional en el que se encuentra Blanca», indica De Molina en entrevista con LA RAZÓN sobre la importancia de la expresividad artística para vivir y sobreponerse antes de que Suárez, sentada a su lado en cómplice armonía gestual, añada sobre la adicción que padece su personaje: «¿Cuántas personas hay que viven una y consideran que no la tienen? Esto es algo que está absolutamente generalizado y sobre todo el autoengaño, el hacerse creer a uno mismo que no pasa nada. La aceptación es uno de los pasos más importantes de la persona adicta. Asumir que tienes un problema para poder comenzar a trabajarlo. Unade las cosas que más me empujaron a meterme en este trabajo fue el enorme respeto con el que está tratado el tema», reconoce la actriz sobre la mirada cinematográfica intimista y cautelosa de Echevarría.

La misma que pone el foco ya no tanto en el adicto como en las personas que forman parte de la vida de este. Aquellas que, involuntariamente, coreografían a su alrededor toda una danza de complicaciones y silencio.