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Estreno

Crítica de "Ciudad sin sueño": un futuro con el cielo incendiado ★★★★

Dirección: Guillermo Galoe. Guion: Guillermo Galoe y Víctor Alonso-Berbel. Intérpretes: Antonio Fernández Gabarre, Bilai Sedraoui, Jesús Fernández Silva, Luis Bértolo. España, 2025. Duración: 97 minutos. Drama.

Un fotograma de "Ciudad sin sueño"
Un fotograma de "Ciudad sin sueño"Imdb

La imagen de un descampado con el cielo incendiado, como sangrando, las hierbas azules como en un planeta lejano, tan parecido al nuestro. Ante ese paisaje imposible, Toni, el protagonista de “Ciudad sin sueños”, exclama: “Mira, el futuro”. Y en verdad la película de Guillermo Galoe es una película que se conjuga en futuro imperfecto, con sus personajes, todos nativos de la Cañada Real, versiones más o menos imaginadas de los no actores que los encarnan, proyectándose hacia esas imágenes que los filtros de sus móviles (feliz, inspiradísima idea visual) convierten en una quimera, en un extraño trampantojo.

Es inevitable pensar en el barrio de Fontainhas de “En el cuarto de Vanda”, que Pedro Costa también captó en pleno estado de demolición, mientras sus habitantes, que iban a ser trasladados a un barrio de viviendas de protección oficial en la periferia de Lisboa, consumían sus últimas, conmovedoras confesiones ante una cámara impertérrita. Galoe parte de un escenario muy similar, aunque su película, mucho más accesible, documenta la realidad de un espacio marginal abrazando los mecanismos de la ficción, no solo en la búsqueda de una trama sino en la invocación de territorios fantásticos (“tres ríos, de vino, de leche y de café”…) que se cuentan alrededor del fuego, como las leyendas.

Así como Costa piensa en la poética zombi de Tourneur, Galoe filma la nocturnidad de la Cañada Real, que lleva sin electricidad desde el 2000, como un espacio de fantasmas, iluminado por las hogueras y los faros de los coches, intermitentemente poblado de sombras. Hay en el realismo de la película -que también atravesaba el corto en que se inspira, el premiado “Aunque es de noche”- esas derivas hacia lo fabulador que nos distancian de la mera denuncia social.

No hay nada que denunciar, porque la cámara es sincera, y es suficiente con que se pegue a los acentos de los personajes (como hacía Pasolini en “Accatone”), a su código de honor y al dilema que les supone algo tan complejo y hondo como aceptar que el espacio de sus raíces puede ser o no tierra quemada, y que el futuro puede estar en otra parte. Unos se quedan, claro, porque es su pequeña república; otros prefieren ver el mar o volver a empezar, con la alegría que da filmarlo.

Lo mejor:

El diálogo entre el relato realista, casi antropológico, y sus derivas fantásticas, a veces solo invocadas a partir de los filtros de los móviles.

Lo peor:

Es probable que los amantes del cine social al uso se sientan decepcionados.