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Crítica de "Mi crimen": Ozon, lo tuyo es puro teatro ★★★ 1/2

Director: François Ozon. Guion: F. Ozon, Philippe Piazzo. Intérpretes: Nadia Tereszkiewicz, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, Dany Boon, Jean-Christophe Bouvet, Rebecca Marder. Francia, 2023. Duración: 102 minutos. Comedia.
Un fotograma de "Mi crimen"
Un fotograma de "Mi crimen"Imdb
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Se abre el telón y cae el patriarcado. En el gran teatro del mundo de “Mi crimen”, ese que tanto le divierte a François Ozon (el de “8 mujeres” y el de “Potiche”), el feminismo se pone en escena como una farsa para echarle el pulso a todos esos hombres estúpidos que, desde una posición de poder, intentan subestimar la inteligencia de las mujeres. No es casual que, en las dos adaptaciones previas de la obra de Georges Beer y Louis Verneuil (“Confesión sincera”, con Carole Lombard, y “Cross my Heart”, con Betty Hutton), rodadas en el Hollywood de la ‘screwball comedy’, los protagonistas fueran una actriz y un abogado.
Aficionado a los cambios de género (Petra Von Kant fue Peter Von Kant en su último filme), Ozon subvierte la guerra de sexos de la comedia clásica (y del teatro de boulevard) para contar una historia sobre la sororidad como modo de supervivencia. Es refrescante, pues, que el director de “Bajo la arena” parta de una premisa afín al discurso del #metoo -el asesinato de un productor que ha intentado abusar de una actriz novata, que se inculpa del crimen para hacerse famosa- quitando hierro al asunto, como sugiriendo que la mejor manera de hacer una película feminista es subrayando lo mucho que tienen los roles sociales y de género de performativo, o lo que es lo mismo, de juego teatral.
Así las cosas, las acostumbradas puestas en abismo de Ozon, que cuestionan la verdad de las apariencias demostrando que todo relato está predestinado a sembrar la sombra de la duda, a reinventar una y otra vez una realidad que siempre es múltiple, nos remiten a los laberintos narrativos de “En la casa” o “Swimming Pool”, solo que teñidos por la lúdica autoconsciencia de la sátira que se ríe de sus propias estrategias discursivas.
El París de los años treinta huele a decorado en Technicolor, a ese cine de plató y retroproyección en el que resuenan los aplausos de la platea; las interpretaciones de los actores y actrices (mención especial para Fabrice Luchini como juez patoso y petulante y, por supuesto, para Isabelle Huppert, que irrumpe en escena con la fuerza autoparódica de una Sarah Bernhardt alucinando absenta) son premeditadamente histriónicas; la escena del juicio está planificada como un auténtico vodevil, una obra de teatro dentro de una obra de teatro; y las posibles versiones del crimen son a su vez películas dentro de una película que se divierte de lo lindo corroborando que la vida es puro teatro.
Lo mejor:
Nunca parece tomarse demasiado en serio a sí misma, pero es tan feminista como la que más.
Lo peor:
Un tramo central en el que le baja la tensión cómica, hasta que llega la Huppert y vuelve a volar.