Crítica de "El trío en mi bemol": arte en construcción ★★★★

Este es un filme en proceso, aunque no sabemos si de construcción o de demolición. Un cineasta (el gran Adolfo Arrieta, tan proclive a los experimentos) filma los siete encuentros casi sentimentales de dos examantes que pueden reconciliarse (o no) en el “Trío en mi bemol” de Rohmer, obra de teatro que toma prestado su nombre de una pieza de Mozart, y a su vez Rita Azevedo filma esa filmación. El arte elevado al cubo: se trata de examinar, pues, las simetrías que se establecen en ese otro trío (cine-teatro-música) que desemboca en la vida misma.

Así las cosas, en el acto del ensayo y la recreación, de la repetición y sus bambalinas, siempre nace algo nuevo que se dispone a envejecer, y a ser inventado de nuevo. Como en el amor: por eso el texto de Rohmer, que divaga sobre la volatilidad de la palabra a la hora de demostrar lo que sentimos y sobre la intervención del azar en la interpretación de los gestos de deseo por el otro, es ideal para hablar sobre el acto de creación, tan etéreo y efímero como el amor. Azevedo filma esa puesta en abismo sometida al rígido cartesianismo de la arquitectura de una casa que intenta encapsular todo ese proceso que, por contraste, despierta la fascinación de un juego laxo, flexible, caprichoso, ligero como una idea o un sueño.

Las sofisticadas rimas que establece entre texto y adaptación fílmica, y la presencia de Adolfo Arrieta.

Que algunos la confundan con simple teatro filmado.