
 Sección patrocinada por 
Arte
Cuestión de pedagogía: ¿Por qué no entendemos el arte contemporáneo?
La periodista Laura Revuelta analiza en el ensayo «Arte parece, plátano es» el devenir del arte contemporáneo y por qué cuesta comprenderlo al profano. ¿Es un problema del que crea, del que mira o de la crítica?

El arte contemporáneo padece lo que podríamos denominar una «programación cultural invertida»: pese a vivir en la era de la imagen, se ha perdido la capacidad de leer imágenes críticas, simbólicas o conceptuales. ¿Por qué cualquier individuo actual comprende, de forma natural, el cine, el cómic, la literatura o la música de nuestro tiempo, y, sin embargo, considera a las prácticas artísticas contemporáneas como una entidad extraña y por entero alejadas de sus intereses? La respuesta apunta en una dirección: la educación visual actual entrena para el consumo, no para la interpretación. Recordemos cómo, en su libro «Contra la interpretación», Susan Sontag diagnosticó lúcidamente esta enfermedad, afirmando que el espectador contemporáneo no tolera la opacidad y quiere entenderlo todo de inmediato, en un proceso intolerante con el tiempo lento de la hermenéutica.
En un panorama como este, en el que los especialistas de arte contemporáneo conformamos una suerte de tribu alejada de la civilización que funciona con unos códigos propios e intraducibles, un libro como «Arte parece, plátano es» (editorial Taurus), de Laura Revuelta, navega con decisión a contracorriente hasta el punto de volver legible lo que habitualmente el público considera como oscuro e intratable. Reconocida como una de las periodistas culturales españolas más importantes, Revuelta rentabiliza, en este volumen, su posición de observadora privilegiada del sistema artístico contemporáneo para dibujar una cartografía del convulso escenario creativo del primer cuarto del siglo XXI.
Como reconoce en el prefacio, «la idea de este libro surgió, precisamente, de una combinación juguetona entre ambas cifras: las veintiuna claves para saber, y poder entender, qué ha sucedido en el arte contemporáneo a lo largo de estos últimos veinticinco años». El objetivo, en sí mismo, es una osadía: la crítica y teoría del arte suele rehuir de las visiones generales y omniabarcadoras, para centrarse en casos de estudios, fragmentos de un mundo que solo se puede atacar desde el detalle y las situaciones específicas. Reunir, en veintiuna claves, toda la luz necesaria para esclarecer la orogénesis del paisaje artístico contemporáneo es algo que, solo desde la ausencia de mochilas que ofrece el no pertenecer al estamento de sacerdotes e intérpretes del arte contemporáneo, se puede acometer.

Si hubiera que definir, en pocas palabras, un libro como «Arte parece, plátano es», esta sería como una interesante mezcla entre la crónica periodística, el comentario irónico y sutil -en la estela de Tom Wolfe- y el posicionamiento político firme -sobre todo en lo que respecta a reivindicaciones de género y feministas-. El resultado es un texto que fomenta la pedagogía -en la forma de genealogías claras y un lenguaje desencriptado-. Y, claro está, la pregunta que, de inmediato, urge trasladarle a la autora es si considera que el arte contemporáneo necesita menos teoría y más pedagogía.
En su opinión, «al arte contemporáneo no le sobra teoría, pero sí le falta mucha pedagogía. La teoría ha sido muy mal explicada o contada o transmitida. Llámalo como quieras. El caso es que el arte contemporáneo ha sido apartado, denostado, por el público porque no se le ha enseñado ni se le ha explicado bien. Siempre ha sido un gran incomprendido y eso es por culpa, entre otros muchos factores, del cripticismo con el que se ha contado y explicado». Lo cierto es que, a lo largo de las páginas de este libro, Laura Revuelta desdobla su relato de los últimos veinticinco años de arte contemporáneo para aproximarnos a ellos desde un doble punto de vista: de una parte, el de quien ha vivido desde dentro su funcionamiento hasta el punto de que ya nada le sorprenda; y, de otra, el de aquella cómplice del gran público, que reacciona estupefacta ante los gestos más provocadores y desafiantes de la lógica común.
Duchamp y Picasso
Los nombres de Picasso y Duchamp son, sin duda alguna, los que mayor número de veces se repiten a lo largo de todo el libro. Más de un siglo después de que el primero pintara «Las señoritas de Avignon» y el segundo «creara» su primer «readymade», todavía siguen siendo los dos faros que iluminan el arte contemporáneo. En palabras de Revuelta, «Picasso y Duchamp pertenecen al siglo XX y lo que yo quiero significar es que sus sombras son muy alargadas en este siglo XXI. Sin Duchamp no existiría la creación conceptual y sin Picasso no se entenderían otras muchas cosas, entre ellas el mercado».
Ahora bien, como bien ilustra en el libro, estamos en la era de las cancelaciones. Y la gran e inevitable pregunta que surge es: ¿se puede salvar al artista y condenar a la persona -como en el caso de Picasso? O dicho de otro modo: ¿somos capaces de mirar con ojos y mente desprejuiciados la obra de una mala persona? «Este, afirma Revuelta, es uno de los grandes debates de nuestro tiempo (…) Un artista debe ser juzgado según las leyes de la creación y es la Historia y la crítica quienes ponen a todo artista y su obra en su sitio. Y son otras leyes o reglamentos jurídicos los que juzgan a las personas y sus actos. Picasso, en concreto, es un genio indiscutible que tiene el lugar que se merece en la Historia del Arte y en los museos. Y Picasso fue un hombre, un ser humano, cuyos actos hoy no se miran con tan buenos ojos porque los tiempos afortunadamente han cambiado».
Junto con Duchamp y Picasso, no sorprende que el otro nombre que integra la tríada más influyente en el arte contemporáneo sea Warhol -cuya vida y obra están cerca de convertirse en una auténtica pandemia mistificadora-. Lo que, sin embargo, resulta más sorprendente es que Revuelta asegure, con absoluta rotundidad, que Yayoi Kusama es la artista más mediática del siglo XXI, cuando, desde un punto de vista crítico, constituye una figura marginal dentro del debate estético y conceptual presente. En este punto, es en el que la autora más énfasis pone más en visualizar el abismo existente entre crítica y «gusto común». Tal y como recalca Revuelta, «el arte va por un lado y el público, por otro. Yayoi es una de las artistas más ‘subidas’ a las redes sociales, más ‘instagrameada’, ‘tiktokeada’ (…) Por supuesto, no creo que la importancia de Kusama sea comparable a su popularidad, pero tampoco creo que por su popularidad tenga que ser penalizada o ninguneada».
Érase una vez un plátano
Que el título del último libro de Laura Revuelta haga referencia explícita a «Comedian» (2019), de Maurizio Cattelan expresa, de un lado, el carácter epocal que tuvo este gesto gamberro del artista italiano, y, de otro, la percepción que, en el imaginario colectivo, se ha instalado del arte contemporáneo -una suerte de circo en el que impera el posmoderno «todo vale»-. ¿Se podría considerar, en este sentido, que el plátano pegado con cinta de carrocero a la pared, de Cattelan, es, para el siglo XXI, lo que el urinario, de Duchamp, para el XX? Laura Revuelta lo tiene claro: «No, ya quisiera Maurizio Cattelan llegarle a la altura de los zapatos a Duchamp y su urinario. No hay comparación posible. Pero sin Duchamp y su “Fountain”, no existiría el plátano de Cattelan y otras piezas emblemáticas del siglo XXI».
La «iglesia duchampiana» -como Revuelta la denomina- ha traído que el arte conceptual se convierta en el canon crítico del siglo XXI -una dictadura, como se llega a sostener en el libro-. Sin embargo, las ferias de arte cada vez apuestan más por la infatigable pintura y sus expresiones más decorativas -expresionismos, monocromos-. ¿Vive el arte un momento esquizoide? Como reconoce Laura Revuelta, «sí es posible que viva un momento esquizoide. El arte conceptual triunfa en el discurso y poco en el mercado, mientras que la pintura arrasa en el mercado. Es lo que reclama el público comprador y es lo que ofrecen las galerías y ferias: pintura, arte retiniano, como diría Duchamp. Por otro lado, es lógico, porque una galería se dedica a vender, no a hacer discurso. No es su obligación, en absoluto».
✕
 Accede a tu cuenta para comentar 

La dimisión de Mazón
El PP no firmará otro pacto con Vox: «Si quieren ir a elecciones, que lo digan»

Juicio al fiscal general
	                
	                
	                