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Aniversario

Picasso: ¿Genio o monstruo?

Este sábado se cumple el 50 aniversario de la muerte del genio malagueño y el artista se enfrenta a tres cuestiones: la influencia y vigencia de su obra y cómo acercarse a él

Pablo Picasso
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Picasso siempre está de actualidad es un hecho innegable. Pero, cuando se conmemora el 50 aniversario de su fallecimiento, la cuestión que verdaderamente nos tiene que interesar es de qué tipo es esta «actualidad» de la que goza en 2023 el pintor malagueño. Más allá de sus innegables logros artísticos –los periodos azul y rosa, la disruptiva «Las Señoritas de Avignon», la aventura cubista o el icónico «El Guernica»–, la efemérides que ahora se celebra debe aprovecharse para analizar cuál es la imagen que un gigante como Picasso proyecta en nuestros días y, a raíz de ello, valorar los diferentes estados de ánimo que se imponen en torno a su figura.

¿De qué manera es percibido Picasso en este punto concreto de la historia? Por paradójico y sorprendente que parezca, la ascendencia histórica de Picasso es infinitamente mayor que su influencia real en las prácticas artísticas contemporáneas. Se podría decir que, con respecto a la incidencia que su obra tiene en el arte del siglo XXI, el «relato Picasso» constituye una narración cerrada y finalizada. Prácticamente ningún autor actual reivindica al autor de «La danza» (1925) como un referente expreso de su quehacer artístico. El arte contemporáneo va por derroteros diferentes a los transitados por Picasso, y autores como Duchamp o Louise Bourgeois disfrutan de una mayor vigencia en un panorama artístico en el que lo conceptual y los discursos de género triunfan como estrategias de construcción de los trabajos. La influencia de Picasso fue exprimida por las generaciones inmediatamente posteriores a las suyas, y se materializó en una síntesis lingüística –la del cubismo sintético– que alcanzó hasta la década de 1960. Después, su capacidad para influir en las corrientes hegemónicas de la posmodernidad y de lo contemporáneo ha sido, en realidad, mínima y escasamente relevante.

Arte tradicional

Esta disimetría entre un gigantismo histórico y una influencia artística residual en el arte último posee dos explicaciones fundamentales. La primera de ellas reside en la propia naturaleza del modelo de creación y del lenguaje picassianos. Su fidelidad al objeto artístico –pintura, obra gráfica, escultura y cerámica– le apartan de la línea de desmaterialización del arte, que ha sido la imperante desde la crisis de la modernidad. De igual modo, su forma de entender la pintura se mantuvo al margen de los procesos creativos más performativos –como, por ejemplo, el de la pintura de acción– y explotó hasta la saciedad –sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial– una serie de temáticas y géneros hasta cierto punto «tradicionales» que poco margen de desarrollo han tenido en un escenario tan político como el del arte contemporáneo. Precisamente –y he aquí el segundo factor a destacar–, el paradigma vivencial que representa la persona de Picasso ha interferido decisivamente en la valoración de su arte en nuestros días. En un momento en el que el feminismo y los discursos de género han permeado gran parte de las prácticas artísticas contemporáneas, la misoginia y el machismo rampante de Picasso lo han situado en el punto de mira de la cancelación.

¿Cancelar a Picasso? De los numerosos estudios y biografías que se han publicado sobre Picasso, así como del testimonio ofrecido por sus diferentes parejas, se deriva que el genio artístico era poco menos que un monstruo y un maltratador. El protagonismo alcanzado por las exhaustivas investigaciones de John Richardson sobre la producción de Picasso ha conllevado que, hasta no hace mucho, la aproximación a él se realizará desde la priorización de su faceta como artista. Pero, desde el auge de movimientos como el #MeToo, la denuncia de su machismo ha ido creciendo hasta llegar a plantearse si una personalidad como la suya debía ser exculpada de cualquier penalización histórica. ¿Hay que separar el artista de la persona con una precisión quirúrgica tal que la mezquindad de la segunda no empañe la excelencia de la primera? La respuesta está muy lejos de ser sencilla.

Además, y junto con este perfil de maltratador y controlador hacia las mujeres, el perfil psicológico de Picasso se complica cuando se añaden sus tendencias depresivas. El artista malagueño no se comportaba siempre como ese macho alfa, seguro de sí mismo, que aplastaba con su virilidad a cualquier representante del sexo contrario que se hallara cerca de él. Como señala una de sus mujeres, Françoise Gillot, «una de las arduas tareas que me tocó en suerte fue lograr que Pablo abandonase la cama por las mañanas. Siempre despertaba inmerso en un profundo pesimismo y era preciso seguir un ritual, una especie de letanía que se repetía a diario, con más o menos insistencia». Tras traerle el desayuno y la correspondencia, Gillot trataba de convencerlo para que se levantara y olvidara sus miedos y tormentos. La reacción de Picasso no ayudaba a que esta tarea se resolviera con prontitud: «Y mañana será peor –decía al artista–. Surgirá algo o alguien haciéndome la vida imposible. [...] ¿Te extraña que no tenga ganas de seguir adelante? Bien estoy terriblemente desesperado y me pregunto para qué voy a levantarme. Bueno pues no me levantaré. [...] Una vida como la mía resulta intolerable». Picasso sería un monstruo, pero también un inseguro patológico.

El paradigma del Picasso machista, homófobo y emocionalmente inseguro ha sido rebatido recientemente por el Eugenio Carmona, Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga, quien, por medio de una ardua y lúcida labor de conectar lo que hasta ahora eran cabos sueltos y para muchos inexistentes, ha demostrado que, lejos del modelo de masculinidad que se le ha asignado históricamente, el artista español propuso una revolucionaria visión no-binaria del género que la acompasó con su ruptura estética. Si el profesor Carmona estuviera en lo cierto, todo el movimiento de cancelación de la figura de Picasso debería ser puesto en suspenso para procederse a una revisión drástica de los criterios que regulan su valoración presente. El revisionismo de Picasso por parte del feminismo contemporáneo y sus intentos de cancelación podrían llevar a pensar en un artista que, dentro de las dinámicas del mercado del arte, podría haber sido puesto entre paréntesis o hallarse en un proceso de declive. Pero nada más lejos de la realidad.

El rey de las subastas

En 2015, «Las mujeres de Argel» (1965) –una obra que, en el contexto de su obra, podría ser calificada como menor–, alcanzó los 179,3 millones de dólares en una subasta celebrada en Christie’s, convirtiéndose en la pieza más cara de Picasso jamás vendida. Aunque este este nivel de cotización nunca ha llegado a repetirse, la línea de precios de Picasso ha permanecido siempre alta. Durante el último año, llama especialmente la atención la trascendental relevancia adquirida por la pintura que hizo durante la década de 1930, que se ha tornado en uno de los focos de atención de los colectivos ionízate.

Así, por ejemplo, hace un mes, un retrato de su hija Maya de 1938 fue subastado en Sotheby’s por 20,2 millones de euros, cuando, en 1999, en la misma casa subastadora, esta pieza se remató en 3,7 millones. Un poco más atrás en el tiempo, en mayo del pasado año, el cuadro «Femme nue couchée» (1932), de su periodo surrealista, se subastó –también en Sotheby’s– por 67,5 millones de dólares, convirtiéndose en la obra estrella de la soirée. En la reciente TEFAF de Maastricht, la canadiense Landau Fine Art exponía un Picasso valorado en 25 millones de dólares, lo que le situaba entre las cinco piezas más caras de la esta lujosa y prestigiosa feria.

A pesar de su escasa influencia en las generaciones más jóvenes de artistas y del empuje de movimientos feministas para su cancelación, la figura de Picasso posee un aura histórica imbatible y a prueba de cualquier veleidad. En términos generales, su cotización es la mayor de cualquier artista de vanguardia y nada augura que vaya a estancarse o declinar. Picasso es como el oro: un valor seguro. Y, con toda probabilidad, los fastos del «año Picasso» solo repercutirán en positivo en esta cotización al alza.