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Pedro Narváez

Déjanos en paz, Yoko

Ser la mujer de John Lennon, hizo de ella no solo la mujer más odiada por los seguidores de The Beatles, sino una artista pedante de las que necesitan una tesis para explicar un axioma.

Un momento de la «performance» titulada «Cut Piece» que forma parte de la muestra de Ono / Efe
Un momento de la «performance» titulada «Cut Piece» que forma parte de la muestra de Ono / Efelarazon

Ser la mujer de John Lennon, hizo de ella no solo la mujer más odiada por los seguidores de The Beatles, sino una artista pedante de las que necesitan una tesis para explicar un axioma.

El arte contemporáneo oscila entre las vacas sagradas que pastan en los museos, los malditos incomprendidos, aquellos que hacen «business» a la manera de un broker pintado por Rothko y tamizado por un lobo de Wall Street, y la estupidez que al cabo nos define como civilización adelantada a un tiempo de apocalipsis cultural. La obra de Yoko Ono podría encasillarse en esta última categoría, la de la estupidez.

Ser la mujer de John Lennon, un genio atroz que parecía llevar un pijama de rayas incluso cuando posaba desnudo, enclaustrado en la cárcel de los años 70, hizo de ella no solo la mujer más odiada por los seguidores de The Beatles, sino una artista pedante de las que necesitan una tesis para explicar un axioma. Su última y magna exposición en Leipzig recoge algunos de esos trabajos que ni ella misma ha realizado, que para eso está la clase trabajadora por la que tanto se ha manifestado. Los operarios de los artistas son como las chachas de los marqueses de Berlanga. El título ya nos avisa del material reciclado, «Peace is Power». Aquella paz de mentira y chichinabo que todos los cantautores del mundo tararean desde la guerra de Vietnam. Los pacifistas tienen el mérito de un fracaso bomba. Tuvo más éxito el napalm.

Yoko Ono es uno de esos especímenes de la galaxia de las celebridades que a través de las palabras intentan transformar la realidad de un objeto, como dejó dicho en el suplemento cultural de «Clarín» la crítica mexicana Aveline Lésper. Pone paz y ya todo se transforma porque ha dado con la palabra fetiche que, como el término diálogo, ya significa tan poco y cuestan tanto como un discurso de Obama. Una mujer vestida a la que le van recortando el traje hasta dejarla desnuda es la «performance» estrella. Recuerda al cuadrado amarillo de la película «The Square», una sátira del arte de hoy que se llevó la Palma de Oro en el festival de Cannes, muy recomendable como antídoto al virus de los que, he ahí el «ninot» del Rey de Santiago Sierra en ARCO, suben la fiebre mediática de esta neurosis. En aquel cuadrado pintado en el suelo a las puertas de un museo, todos tenían «los mismos derechos y obligaciones», una consigna de solidaridad, a decir del comisario que lo idea para que el público acudiera al centro. El resultado provoca vergüenza ajena. Hay que reconocer al protagonista el mérito de ocultar la mediocridad en un chispazo genial. la apoteosis de los vendemotos. Si no tienes «La Gioconda», invéntatela. Y como ya no quedan Giocondas o Meninas lo que se crea es un fraude todavía no perseguido por la ley. Es como si Torra decide que el lazo amarillo es la nueva lata de sopas Campbell. ¿Quién de entre los suyos le iba a llevar la contraria?