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Premios Princesa de Asturias
Discurso de Mario Draghi, Premio de Cooperación Internacional: "Las perspectivas de Europa son las más difíciles que recuerdo"
El que fue primer ministro de Italia ha recibido hoy el galardón en Oviedo, donde ha ofrecido unas palabras que reproducimos de manera íntegra
Nacido en Roma en 1947, Mario Draghi fue presidente del Banco Central Europeo (BCE) entre 2011 y 2019, así como primer ministro de Italia, donde lideró un gobierno de unidad nacional con perfil técnico, apoyado por fuerzas parlamentarias de ideología diversa. Hoy ha recogido el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025, un galardón que se le concede "por ser figura clave en la defensa de la integración europea y la cooperación internacional, reconocido ampliamente por su liderazgo y firme compromiso con los valores fundamentales y el progreso de la Unión Europea", dice el acta del jurado. "A lo largo de su amplia trayectoria de más de cuatro décadas, Draghi ha promovido el multilateralismo, la cooperación entre los Estados miembros y el fortalecimiento institucional y económico de la Unión, así como su papel en la escena global. Símbolo de una Europa unida, libre, fuerte y solidaria, ha defendido con independencia y visión de largo plazo el crecimiento y la mejora de la competitividad, centrada en tres transformaciones: innovación, descarbonización y seguridad económica, apelando a las políticas comunes de salud, transición energética y digitalización", añaden.
Reproducimos a continuación el discurso íntegro que ha pronunciado tras recoger el premio en el Teatro Campoamor de Oviedo:
Majestades,
Altezas Reales,
Excelentísimas autoridades,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores:
Es un inmenso honor recibir este premio. Lo acepto no sólo con gratitud, sino con un profundo sentido de responsabilidad hacia un proyecto que ha definido mi vida profesional.
Mis funciones públicas en Italia comenzaron con las negociaciones del Tratado de Maastricht. Desde entonces, construir Europa ha sido una misión central de mi carrera, como responsable de las políticas nacionales, así como jefe del Tesoro italiano y luego como primer ministro, y como responsable europeo, al mando del BCE.
Pero hoy, las perspectivas para Europa son las más difíciles que yo recuerde. Casi todos los principios sobre los que se fundó la Unión están tensionados.
Construimos nuestra prosperidad sobre la apertura y el multilateralismo, pero ahora nos enfrentamos con el proteccionismo y la acción unilateral.
Creíamos que la diplomacia podía ser la base de nuestra seguridad, sin embargo ahora asistimos al regreso del poder militar duro.
Prometimos liderazgo en materia de responsabilidad climática, pero ahora vemos cómo algunos se retiran mientras nosotros asumimos los costos crecientes.
El mundo que nos rodea ha cambiado fundamentalmente y Europa se afana por responder. Esto plantea una pregunta crítica: ¿por qué no podemos cambiar?
A menudo nos dicen que Europa se forja en las crisis. Pero ¿cuán aguda ha de ser una crisis para que nuestros líderes se reúnan y encuentren la voluntad política para actuar?
Después de la gran crisis financiera y la crisis de la deuda soberana, el BCE —también gracias a su mandato europeo— evolucionó hasta convertirse en una institución más federal y así se puso en marcha la unión bancaria.
Desde entonces, sin embargo, nuestros desafíos se han vuelto cada vez más complejos y ahora exigen una acción común por parte de los Estados miembros.
Tales desafíos afectan áreas como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías punteras que requieren inversiones compartidas y ser tratadas a escala continental.
En algunos de estos campos —especialmente la defensa y la política exterior— se necesita mayor legitimidad democrática.
No se ha cambiado nuestra gobernanza desde 2007. Hoy somos una confederación europea que simplemente no puede hacer frente a semejantes exigencias.
Deja en manos nacionales competencias que ya no pueden ejercerse a tal nivel de manera efectiva. Y aunque quisiéramos transferir más poderes a Europa, ese modelo no nos ofrece la legitimidad democrática para hacerlo.
Esta situación no se debe únicamente a las limitaciones jurídicas de los Tratados de la UE. La mayor traba es que, frente a este nuevo mundo, no hemos construido un mandato compartido —respaldado por los ciudadanos— para aquello que nosotros, como europeos que somos, pretendemos llevar a cabo conjuntamente.
Más allá de las declaraciones, y por necesidad, el futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo.
Pero, por deseable que fuera una auténtica federación, ésta requeriría condiciones políticas que hoy en día no existen. Y los desafíos con que enfrentamos son demasiado urgentes como para esperar a que surjan.
Por lo tanto, un nuevo federalismo pragmático es el único camino viable.
Es éste un federalismo basado en cuestiones concretas, flexible y capaz de actuar al margen de los mecanismos más lentos de toma de decisiones de la UE.
Se construiría mediante coaliciones de personas dispuestas a ello en torno a intereses estratégicos compartidos, reconociendo que las fortalezas diversas que existen en Europa no requieren que todos los países avancen al mismo ritmo.
Imaginemos que los países con sectores tecnológicos fuertes acuerden un régimen común que permita a sus empresas escalar rápidamente.
Que las naciones con industrias de defensa avanzadas unan esfuerzos de I+D y financien adquisiciones conjuntas.
Que los líderes industriales inviertan conjuntamente en sectores críticos como los semiconductores o en infraestructuras de red que reducen los costos energéticos.
Este federalismo pragmático permitiría a aquellos con mayores ambiciones actuar con la velocidad, escala e intensidad de otras potencias globales. Y lo que es igual de importante, podría ayudar a renovar el impulso democrático de la propia Europa.
Dado que optar por participar requeriría que los gobiernos nacionales asegurasen el apoyo democrático para objetivos compartidos específicos, se convertiría en la construcción de un propósito común de abajo hacia arriba, y no una imposición de arriba hacia abajo.
Todos aquellos que quisieran sumarse podrían hacerlo, mientras que quienes intentasen bloquear el progreso ya no podrían frenar a los demás.
En resumen, esta fórmula ofrece una visión de Europa llena de confianza, en la que los ciudadanos puedan creer.
Una Europa donde los jóvenes vean su futuro.
Una Europa que se niega a ser pisoteada.
Una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr.
Ésta es la visión que debemos ofrecer si Europa quiere renovarse. Y estoy seguro de que podemos hacerlo.
Gracias.
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