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Guerra cultural

No discuta con un progre, mejor lea a Michael Huemer

En «Mitos progres», el autor americano, además de desmontar el discurso woke, enseña al lector a interceptar las falsas ideas izquierdistas

MADRID, 14/09/2025.- Manifestantes propalestinos cortan el recorrido de los ciclistas en el Paseo del Prado, este domingo, durante la última etapa de la Vuelta a España que se disputa entre las localidades madrileñas de Alalpardo y Madrid, con un recorrido 103,6 Km.- EFE/ Daniel González
Las manifestaciones propalestinas cortan el recorrido de la Vuelta en el centro de MadridDaniel GonzálezAgencia EFE

Michael Huemer (Estados Unidos, 1969) es profesor de Filosofía en la Universidad de Colorado y también es autor del ensayo «Mitos progres» (Deusto), donde describe de la siguiente manera qué es un mito progresista: «Una afirmación de tipo empírico basada en hechos, que muchos progresistas dan por cierta, que parece respaldar de forma clara y firme algún aspecto de la ideología progresista, pero que es demostrablemente falsa o muy engañosa.» Por ejemplo, que las mujeres ganan un 30% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo, que la policía estadounidense asesina con frecuencia a hombres negros por puro racismo o que la mayoría de los ricos de Estados Unidos lo son por herencia.

Expone el autor que «lo controvertido de la ideología progresista es, sobre todo, que formula afirmaciones empíricas, es decir, declaraciones que dependen de pruebas observables. Los conservadores y progresistas no discrepan sobre juicios de valor como que ‘‘el racismo es malo’’ o ‘‘los hombres y mujeres merecen tener los mismos derechos’’. Lo que discuten son afirmaciones tales como ‘‘el racismo y el sexismo están muy extendidos en Estados Unidos’’ o ‘‘los pobres estadounidenses no tienen oportunidades para salir adelante’’».

¿Y cómo sostienen esto los progresistas? Pues, como explica Huemer, recurriendo a mecanismos de defensa intelectual que impiden someter sus principios a examen crítico. O sea, mediantante un blindaje moral –de ahí la famosa superioridad moral de la izquierda– que, como escribe el psiquiatra Pablo Malo en el prólogo, «el núcleo de este sistema de blindaje o defensa es que es moralmente incorrecto cuestionar un determinado mito o sistema de creencias. Los progresistas actuales (...) emplean ideas similares [a las de las religiones tradicionales] y el desacuerdo con ellas se considera inmoral. A quienes discrepan se los tacha de ‘‘racistas’’, ‘‘tránsfobos’’, etcétera, y sus declaraciones se califican de ‘‘discurso de odio’’, la versión moderna de la herejía».

«Los progresistas emplean ideas casi religiosas, y el desacuerdo con estas se considera inmoral»

De ahí, que el propio autor de «Mitos progres» describa al progresismo woke contemporáneo como «un virus intelectual cuasirreligioso que ha infectado las mentes de buena parte de las élites de Occidente». Y abunda: «Como ocurre con otras religiones, este virus mental se propaga aprovechando la necesidad humana de encontrar sentido y pertenecer a una comunidad, y recurre a mecanismos de defensa intelectual que impiden someter sus principios a un examen crítico».

Desmontando mitos

Pese a este blidaje moral antecitado, Huemer, que es habilidoso como ratón de área, sortea estas trampas intelectuales para desmontar, caso por caso, toda clase de mitos, bulos o leyendas progres; ya sean de corte feminista, racial, económico o de género. ¿Cómo lo hace? Sometiéndolos al siguiente proceso: identifica el mito, recoge frases de personajes célebres que lo expandieron, expone ejemplos concretos y lo desmonta con datos.

¿Un ejemplo? «Las mujeres no mienten sobre violaciones ni agresiones sexuales, o bien, si lo hacen, es muy raro que mientan: no ocurre en más de entre el 2 y el 10% de las veces. Por tanto, el movimiento #YoSíTeCreo supone una respuesta razonable en este tipo de situaciones». ¿Qué hace Huemer? Pasarlo por el filtro de la realidad, de la pura matemática sin segos, para concluir que, «con certeza, sólo podemos afirmar que la tasa de denuncias falsas se encuentra entre el 6 y el 80%».

Y, ojo, porque estos mitos no son inocuos y, como bien dice Pablo Malo, «generan sufrimiento a toda la sociedad». Importando el caso que acabamos de exponer al contexto español, nos topamos con la conocida como «Ley del sólo sí es sí», promovida por la entonces ministra de Igualdad Irene Montero, que, en teoría, se hizo para proteger a la mujer pero, en la práctica, acabó con muchos encarcelados por delitos sexuales en la calle o amparándose en ella para reducir su pena. Lo que se dice castizamente salirle el tiro por la culata.

Esto lo explica Huemer: «El perjuicio más evidente de cualquier mito político es que conduce a políticas fallidas. Para resolver un problema social, primero es necesario comprenderlo bien. Si no se identifica el problema ni su causa, las soluciones propuestas serán, en el mejor de los casos, inútiles».

«El perjuicio más evidente de cualquier mito político es que conduce a políticas fallidas»

Si una pega podemos ponerle al libro de Michael Huemer es que se centre exclusivamente en la realidad de Estados Unidos, dedicando, por ejemplo, muchas páginas a la supuesta violencia policial contra la raza negra, algo que aquí, sinceramente, nos coge algo lejos. Claro que, por supuesto, si nos quedamos con los conceptos generales, como ya se ha visto, es absolutamente extrapolable a la realidad española.

Mitos progres españoles

Sin ir más lejos, hoy se publica el ensayo «Esto no existe: Las denuncias falsas en violencia de género» (Debate), donde el periodista Juan Soto Ivars desmonta pormenorizadamente uno de los grandes mitos del feminismo español: el que dice que sólo entre el 0,01 y el 0,02 de las denuncias por violencia machista son falsas. Falsos son los datos, desde luego, tan cacareados en medios de comunicación progresistas –valga la redundancia–. ´

Así, nuestro Michael Huemer murciano escribe que «La sociedad ha respondido siempre con un ‘‘Esto no existe’’ a cada denuncia falsa que estas mujeres han utilizado como arma arrojadiza.Hay quien dice que es mejor no hablar de esto. Pero no se hace daño diciendo la verdad, sino callando. (...) Se ha tachado de ‘‘negacionista’’ a quien mencionaba este fenómeno y se ha impuesto una espiral de silencio.»

Atención, detengámonos en este párrafo, donde encontramos claramente algunos elementos de los que expone el autor de «Mitos progres». Uno es el ya citado escudo moral –espiral de silencio, acusación de negacionismo– con el que los progresistas blindan sus sacrosantas ideas. Otro, el perjuicio causado a la sociedad en general y a las propias minorias –en este caso, las mujeres y más concretamente a las mujeres que realmente han sido maltratadas– que expone Huemer en el capítulo dedicado al peligro de los mitos progresistas. Y si Soto Ivars dice que «no se hace daño diciendo la verdad, sino callando», el propio autor de «Mitos progres» comienza su ensayo así: «He escrito este libro porque creo que la verdad importa. Una sociedad no puede avanzar con mentiras, exageraciones ni relatos engañosos; necesita conocer la realidad tal como es».

El mito de las fosas comunes

Otro mito «made in Spain» que ha tenido mucha resonancia, aunque afortunadamente parece que ha perdido popularidad, es el que dice que España es el segundo país con más fosas comunes –producto de la Guerra Civil, claro– después de Camboya. Algo tan fácil de desmontar como preguntando a quien lo afirma por el tercer país en la lista: como cuando decían que el Partido Popular era el partido con más casos de corrupción de Europa, le interrogabas por el segundo en esa lista, por tener una comparativa, y el susodicho se quedaba mudo.

Total, que este mito de las fosas comunes ya se encargó Arturo Pérez-Reverte de desmontarlo en un artículo publicado en «XL Semanal» el octubre de 2019 titulado «Menos Camboyas, caperucita». Allí, el escritor y académico expone que «En España, donde según historiadores solventes el número de víctimas en represión, combates, hambre y enfermedades se situó en algo más de medio millón, hubo unas 150.000 víctimas de las matanzas franquistas y otras 50.000 de las republicanas. O sea, que dos de cada cinco muertos de la guerra habrían sido asesinados por rojos o por nacionales. La mayor parte de los asesinados en zona republicana fueron desenterrados por los vencedores; pero se dice que los desaparecidos y enterrados por los franquistas, que aún quedan por encontrar e identificar, son unos 115.000».

«Y convendrán conmigo –prosigue Reverte– que situar a un país con 115.000 supuestos desaparecidos en fosas comunes en segundo lugar detrás de Camboya, donde los jemeres rojos exterminaron a 1.700.000 personas resulta un poco forzado y síntoma de poca memoria o mucha ignorancia; sobre todo si consideramos que, entre 1921 y 1953, la Unión Soviética metió en fosas comunes con toda naturalidad a tres millones de personas, asesinadas directamente...». Luego de mentar los casos flagrantes de Alemania, Turquía, China, Japón, Estados Unidos o Yugoslavia, el padre de Alatriste remata con un «Así que se lo ruego a quien corresponda: hágame el favor. No ofenda la historia ni la inteligencia del prójimo. No vuelva a decir que España es el país con más fosas comunes después de Camboya».

Como escribe aquí Pablo Malo: «Ya dijo Chesterton que llegaría un día en que habría que desenvainar una espada para decir que el pasto es verde. Ese día ya ha llegado».