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Escenarios

Crítica de 'El entusiasmo': La grisura de los adultos ★★★★☆

Remón habla, con perspicacia literaria y argumentativa, de esa emoción vitalista y esperanzada que gobierna nuestras vidas cuando somos jóvenes y que se va desvaneciendo a medida que cumplimos años

Francesco Carril es uno de los cuatro actores 'El entusiasmo'
Francesco Carril es uno de los cuatro actores 'El entusiasmo'Geraldine Leloutre

Autoría y dirección: Pablo Remón. Reparto: Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 28 de diciembre.

Solo atendiendo al título que ha dado Pablo Remón a su nuevo trabajo, cualquiera puede hacerse una idea de cuál es el tema fundamental que ha querido abordar en esta propuesta en la que se advierten todos los rasgos de su cada vez más definido estilo teatral. En efecto, 'El entusiasmo' habla, con perspicacia literaria y argumentativa, de esa emoción vitalista y esperanzada que gobierna nuestras vidas cuando somos jóvenes y que se va desvaneciendo a medida que cumplimos años. Las dificultades económicas y laborales y los conflictos de pareja, acentuados cuando los miembros que la forman se convierten en padres o madres, son otros temas que salen a colación en un espectáculo ingenioso, entrañable y divertido, como prácticamente todos los de Remón, cuyo resultado global hubiera sido más redondo, si cabe, ciñendo las escenas en su duración al jugo dramático que son capaces de ofrecer en realidad para que la trama evolucione con el ritmo oportuno.

Nada se perdería, más bien al contrario, quitando 20 minutos, por lo menos, a las dos horas largas que dura la función. Lo que pasa es que todo está contado con la gracia y el talento necesarios para que uno se zampe en su butaca lo que venga, sea o no sustancial, sin protestar lo más mínimo. Una gracia y un talento que no solo se advierten en la dramaturgia y la dirección, sino también en los actores que conforman el elenco, y que no podían estar mejor escogidos. En un papel que tiene más amplitud y recorrido que los demás, Francesco Carril vuelve a lucirse dando vida a un personaje, escrito a su medida, en el que sabe equilibrar a la perfección la inocencia, el egoísmo, la ternura, la lucidez y el cinismo. Natalia Hernández, con su proverbial desparpajo y su capacidad para ahondar en lo aparentemente fútil o anecdótico, explota al máximo las posibilidades de un personaje - la pareja del que interpreta Francesco- que está dibujado por el autor con menos minuciosidad y queda supeditado en exceso a su condición de madre. Por último, incorporando todos los secundarios que aparecen, que no son pocos, Raúl Prieto y Marina Salas -memorables haciendo de los dos niños pequeños de la pareja- funcionan como perfecta bisagra y aportan toda la frescura y el descaro necesarios que exige una función de este tipo.

Hay algunas escenas maravillosas que aúnan locura y trasfondo poético con una destreza envidiable, como el monólogo del crucero -aunque se alargue más de la cuenta- o la conversación entre los dos hermanos acerca de los supuestos problemas de uno de ellos; pero tal vez se vaya un poco de madre el juego formal: aunque estén justificados en la propia dramaturgia y tengan relación con el meollo de la historia, los continuos cambios en el punto de vista, en los planos de representación e incluso en la dimensión de realidad de los personajes distraen algunas veces, más que contribuyen, a la hora de que el espectador los acompañe plácidamente por los recovecos de su historia. Ahora bien, no dejan de ser pequeñas, pequeñísimas, tachas en una función que uno, como crítico, está deseando ver cada vez que va al teatro y que en contadísimas ocasiones se encuentra, tal y como está la cartelera plagada de tostones pretenciosos e infantilizados.

  • Lo mejor: La eficaz mezcla, con destellos poéticos, de ternura y comicidad.
  • Lo peor: El exceso de duración y de experimentación formal que hay en la narratividad.