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Don Winslow: "O luchamos contra nuestro apetito de drogas o no podremos hacer nada"

El autor estadounidense, que cierra la exitosísima trilogía del agente Art Keller con «La frontera», asegura que el verdadero origen del problema de los narcóticos está en su país y en Europa, en los consumidores.

Foto: Luis Díaz
Foto: Luis Díazlarazon

El autor estadounidense, que cierra la exitosísima trilogía del agente Art Keller con «La frontera», asegura que el verdadero origen del problema de los narcóticos está en su país y en Europa, en los consumidores.

Don Winslow publica «La frontera» (HarperCollins), su descomunal y último asalto en la guerra contra las drogas. Tras «El poder del perro» y «El cártel», su nuevo libro cierra la trilogía del agente de narcóticos Art Keller. Con prosa electrocutada, y armado de una devoción al detalle digna del más meticuloso de los investigadores, retrata uno de los grandes fracasos civilizatorios de nuestro tiempo.

–Alguna vez ha comentado que hasta el crimen de Ensenada, en septiembre de 1999, no quiso escribir sobre el mundo de las drogas.

–Fueron 19 mujeres y niños inocentes, en una pequeña ciudad cerca de la frontera con EEUU. Asesinados por hombres del cártel porque supuestamente entre ellos había un informante. Me provocó tal shock que empecé a investigar. En principio ni siquiera pensaba en escribirlo.

–¿Qué ha sucedido entre «El cártel» y este nuevo libro?

–Entre 2002 y 2014 el cártel de Sinaloa dirigió una campaña para hacerse con el control del tráfico de drogas en México. Y ganó, con la ayuda táctica de la administración mexicana, que estaba desesperada por la violencia y el número de muertos. Mientras Joaquín Guzmán, conocido como El Chapo, fue arrestado, escapó y volvió a ser detenido, el cártel se había dividido en facciones, una liderada por su antiguo socio, Ismael El Mayo Zambada, otra por los hijos del Chapo, y una tercera al mando de su antigua mano derecha, Dámaso López. Comenzaron a pelear entre ellos y surgió una nueva organización, el cártel Jalisco Nueva Generación.

–Alguna vez, preguntado por la caída de El Chapo, ha invocado a Irak. ¿Derrocamos a Sadam Hussein y llegaron Al Qaeda y el Estado Islámico?

–Se trata de una analogía decente, hasta cierto punto. Conviene saber, eso sí, que El Chapo no era el jefe del cártel tal y como lo imaginamos, se parecía más a una tarta de boda, con distintos niveles, y El Chapo era uno de los tres hombres arriba, quizá ni siquiera el más poderoso, sí el más conocido. Al caer entraron en juego facciones externas.

–Una queja habitual de los periodistas que cubrían su juicio es que costaba sustraerse al elemento romántico.

–Imposible negar que alguien como El Chapo tiene un aura romántica. Las fugas, las amantes, la pistola de oro y diamantes, la mitología de Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, la bella esposa, las hijitas... Es muy tentador. Pero si encaras la violencia, si piensas en las familias de sus víctimas, en su brutalidad, resulta más difícil idealizar. Provocó dolor a una escala casi inimaginable.

–Sin embargo, en su país hay gente que mantiene con él una relación de amor/odio.

–Y no es algo único de El Chapo. Porque es cierto que dieron dinero a los pobres, construyeron parques, piscinas, incluso escuelas y hospitales, y bueno, aquí en EEUU también hemos visto la fascinación que despertaba gente como John Gotti. Pero nada eso le exime de sus crímenes.

–Al mismo tiempo tenemos a los tipos que luchan desde el otro lado de la trinchera, gente que ha sido capaz de meter en la cárcel al Chapo y que sabe muy bien que el mismo día en que fue condenado las calles de EEUU están llenas de drogas y que son más accesibles y potentes que nunca.

–Algunos de estos tipos son auténticos creyentes. Otros menos. Es bueno que el Chapo vaya a la cárcel. Al mismo tiempo, da igual. Al menos si pensamos en la droga que sigue llegando a EEUU o a Europa. La guerra contra las drogas se ha transformado en una industria, una maquinaria gigante, casi un cártel, con cantidades inmensas de dinero. Con sus ejércitos de policías, jueces, con sus cárceles y sus necesidades de materiales de todo tipo y las industrias que las satisfacen.

–¿Hemos creado una red de incentivos tóxicos?

–Después de 80 años las drogas son más abundantes, más baratas y potentes que nunca. En los últimos tres años han muerto más personas por sobredosis en EEUU que en ningún otro momento de la historia. Tenemos más de dos millones de personas encarceladas, la mayor población reclusa en la historia, y en las prisiones federales aproximadamente el 50% de los presos están ahí por delitos de drogas. Todo esto cuesta miles de millones de dólares anuales. Por no hablar de las consecuencias indirectas, las familias, con padres y madres encarcelados, los niños que acaban por criarse en la calle, las comunidades arrasadas y etc.

–A lo mejor bastaría con recordar lo que sucedió con la Ley Seca.

–Es que todo esto ya lo intentamos. Fracasó porque había demanda de alcohol. Eso sí, creamos la mafia moderna.

–La paradoja es que, tal y como usted sostiene, la reciente legalización de la marihuana en Colorado y el hecho de que su consumo ya no sea perseguido pudo generar la actual crisis de los opiáceos.

–Los cárteles ya no podían competir en el mercado de la marihuana, la legalización hizo insostenibles sus costes. Pero la industria farmacéutica había creado un mercado de adictos a los opiáceos sintéticos. Se propusieron inundar EEUU de heroína. Bajaron el precio a más de la mitad y subieron la pureza del 47% a más del 90%. Fue irresistible.

–¿Ha pagado un precio por escribir sobre estos asuntos?

–Bueno, a nadie debería de importarle mucho si un escritor estadounidense de ficción tiene algunas pesadillas. Nada de lo que yo haya pasado puede compararse con lo que han vivido tantas personas en estos países, empezando por los cientos de periodistas asesinados. Ellos sí han pagado el precio...

–¿Alguna vez pensó que el trabajo era demasiado ambicioso?

–Lo pienso a menudo. Desde el punto de vista estructural era complicadísimo. Al mismo tiempo sentía, y esto puede sonar ególatra, que entendía lo que estaba ocurriendo y que podía ayudar a que otros lo entendiesen. En fin, es difícil que puedas lograrlo mediante el periodismo.

–Ha dicho que este viaje le ha permitido ver lo mejor y lo peor de la humanidad.

–He seguido el rastro de algunas de las peores monstruosidades, torturas, violaciones, secuestros y asesinatos. Algunas cosas, de hecho, no entraron en los libros porque eran de una violencia insoportable. Al mismo tiempo he visto tal nobleza, tal coraje, por ejemplo, en algunas mujeres, como aquella médico que ya había sido tiroteada dos veces hablando en televisión y diciendo que el cártel no lograría pararla. Por supuesto, fue asesinada.

–¿Hay esperanza para países como México?

–El origen del problema de la droga está en EEUU, en Europa, entre los clientes, entre nosotros. O luchamos contra nuestro apetito de drogas y dejamos de enviar decenas de miles de millones a unos sociópatas que están destruyendo estos países, o no podremos hacer nada. Es fácil señalar la corrupción en México, existe, es cierta, pero qué hacemos con la corrupción de nuestra propia sociedad. Conozco a gente que protesta porque un supermercado vende unos pollos criados en granjas o con antibióticos, y luego vuelven a casa y se fuman un porro o esnifan una raya producidas por asesinos de masas.