Buscar Iniciar sesión

El Drogas: "Mi rincón en las redes es mi letrina y ahí solo va a cagar quien yo quiera"

El icónico y contestatario artista hace balance del recorrido de su trayectoria y reflexiona sobre el privilegio que supone seguir dedicándose a una profesión que ama
El Drogas, músico
El Drogas, músicoDaniel Fernández

Creada:

Última actualización:

Enrique Villarreal, El Drogas, nombre que comparte con su banda actual, fue durante casi treinta años el inconfundible cantante (también bajista) de Barricada, el icónico grupo de rock español cuyas canciones son hoy casi himnos generacionales. «Impresiona, sí, escuchar esas canciones y que se sigan tarareando», dice Enrique. «Son ya más del público que mías. A veces es incluso gracioso, cuando veo a mi nieto mayor, por ejemplo, que tiene diez años y lo veo cantando canciones mías. Se las sabe de arriba a abajo, le encantan. Y luego también le gustan otras cosas más de su edad y es muy divertida esa mezcla».
Tiene El Drogas a sus espaldas toda una carrera que le avala y un público fiel que le arropa, y es ese un lujo del que es consciente: «Tengo un público muy fiel que me acompaña y al que he visto evolucionar conmigo. A ver, en los ochenta, con el jaco y el posterior arranque del sida, ahí se quedó mucha gente y eso también forma parte de mi recorrido. Pero siguen viniendo muchos a verme, muchos que se mueven allá donde yo vaya. Eso sí que me parece alucinante. No es que sea una locura masiva lo que se junta en mis bolos, pero es un público muy fiel y eso se agradece. En la gira que hacemos ahora, por ejemplo, yo noto ese plus de gente que está ya más retirada de esto de ir a festivales y, sin embargo, a esto sí viene. Y me gusta mucho cuando a veces me paran abuelitas (con abuelitas me refiero a señoras con más edad que yo, que tengo 63), para decirme que les gusta mucho tal o cual canción. Me siento muy querido, sí».
"Quiero ir aprendiendo a ser cada vez mejor persona"El Drogas
Y aunque no es Enrique muy dado a echar la vista atrás, lo vivido no podría tener mejor balance. «Vivo desde hace ya mucho tiempo haciendo lo que me gusta, y en este país, cuando lo que te gusta es la música, poder decir eso es todo un lujo. Y aunque no soy muy dado a la nostalgia ni a mirar hacia atrás, soy consciente de que todo lo pasado es lo que hace que pueda ahora disfrutar de este presente y mirar al futuro de una manera muy ilusionante».
Y si es insólito y un lujo vivir de la música y disfrutar del éxito, hacerlo por dos veces, primero con Barricada y ahora con la banda que lleva su propio nombre, es ser afortunado por partida doble. «Veo mi carrera como una evolución natural, es la biografía de cualquier persona en la vida. Yo no la percibo con fisuras ni con rupturas, sino como un todo que discurre y sigue su curso. Me rodea gente que se cree y siente mis propuestas y que además aportan su postura. Yo ahora me siento más libre a la hora de decidir historias porque con el Flako, con Txus y con Brigi tengo la seguridad absoluta de que aquello que propongo va a ir más allá. No me gusta tener la sensación de repetición en los trabajos que voy haciendo, lo que me gusta es sorprender. Y eso en este oficio no siempre significa que sea para bien. A veces sorprendes pero es para mal. Pero a mí es lo que me gusta, necesito el movimiento».
El movimiento y también rodearse de buena gente. «Para mí», explica, «lo importante es la gente que te rodea. Y eso no significa que las relaciones vayan a ser siempre de la misma forma. A veces el tiempo las hace más potentes y las mejora y hay otras que se pudren. Y no lo digo de manera peyorativa, es solo que eso sucede. Sin más. Y se sigue adelante. Yo es que no soy de rencores, porque eso me llevaría demasiado tiempo y no quiero emplear el pensamiento en ese tipo de cosas. Prefiero emplearlo en lo creativo». Activo en redes e interesado en la conversación pública, él mismo se encarga de su perfil de Facebook. «Llevo yo mi Facebook, pero solo esa red social. Si no, sería una locura. Incluso a veces pienso en dejarlo, porque me quita mucho tiempo de tocar la guitarra, de seguir aprendiendo, de hacer otras cosas. Eso te acaba esclavizando y pierde todo su valor como herramienta. Yo bloqueo rápido, me tomo mi rincón como mi letrina y ahí solo va a cagar quien yo quiera», ríe. «Me interesa mucho la actualidad y seguir el debate público», prosigue, «pero es que, en realidad, en eso estamos todos. Incluso los que dicen que se mantienen al margen, aquellos que dicen lo de que ni frío ni calor, que racista y antirracista es lo mismo, o machista y feminista. Hay términos que son absolutamente incompatibles y yo sé por qué tipo de definición quiero transitar y aprender. Yo lo que quiero es ir aprendiendo a ser cada vez mejor persona y para eso necesito que sea coherente aquello en lo que creo y que se corresponda con mis actos».
No le preocupa en exceso el revisionismo con excesivo celo de algunas canciones, e incluso si revisa algunas de las suyas ve que «hay letras escritas hace treinta años que para mí, para mi forma de moverme en el transcurso de la vida y desde este momento de la misma, no las diría ahora de esa forma. Pero tampoco me echo tierra encima ni me arrepiento. Lo entiendo como que refleja muy bien la evolución de esa persona que escribió esa letra en ese momento y que ahora es de otra manera. Hay que ponerlo en contexto. Todo tipo de arte es un tipo de expresión de quien lo hace, pero a partir de ahí también la visión del observador es importante. La crítica, cuando se hace con criterio y es constructiva, es interesante y enriquecedora. Pero es que a veces se ve cada imbecilidad…», sentencia.
Tras el apodo terrible
Por Javier Menéndez Flores
Algunos apodos los carga Satán. Van tan nutridos de dinamita que, más que pronunciarlos, te explotan en la boca. El Drogas, pongamos por caso. Uno asume que un tipo cuyo verdadero nombre –Enrique Villarreal Armendáriz– recuerda al de un aristócrata de novela, no se ganó semejante alias por su afición al aeróbic. Pero el susodicho desmintió la más elemental lógica y reveló que es un mote avant la lettre. Que se lo endosaron debido a su pintaza y no por unos excesos estupefacientes que llegaron más tarde. En Barricada, cosecha del 82, le arrancaba estampidos a su bajo con una fiereza gemela de su aspecto, entre el cabecilla de una tribu de caníbales y un tifón del mar de la China. Y esa temible faz pronto se convirtió en el logo del grupo.
Cuando en el norte del país se libraba una guerra que abría a diario los informativos, monopolizaba las primeras planas y teñía de un rojo atroz las aguas del Nervión, ellos le echaron gasolina a aquel fuego con uno de sus cantos mayores, «No hay tregua». A unos miles de muchachos para los que la policía y la Benemérita eran el Maligno, esos versos del calibre 9 mm Parabellum les alteraban aún más que la primavera: «Estás asustado, / tu vida va en ello, / pero alguien debe tirar de gatillo». La etiqueta de proetarras tardó apenas un segundo en llegar. Y no fue hasta años después que El Drogas aclaró que esa letra reflejaba su índole pacifista y antimilitarista, y que en modo alguno era su voz, sino una ficción en la que el terrorista sopesaba sus actos.
Hace ya más de una década que este músico y poeta defiende sus canciones bajo su sobrenombre. Desde que en el generalato de esa mítica banda se produjo un cisma y El Drogas, tras anunciar su «despido» con generosa traca mediática, se animó a seguir en el lío con los músicos de Txarrena, formación que fundó en los incipientes noventa y que mantuvo en paralelo a Barricada. Sostiene Google, el Oráculo de Delfos de nuestro tiempo, que el material más resistente del mundo es una aleación de cromo, cobalto y níquel. Pero eso es porque no han sometido a una prueba de dureza a El Drogas, capaz de recibir el impacto de un asteroide y, acto seguido, ordenar un zurito y un «moskovita» mientras se introduce un palillo en las fauces. Somos lo que cantamos. Y este navarro a prueba de misiles se revela como un tipo de una alta sensibilidad y lucidez. Tras el apodo terrible y las trazas de corsario nos encontramos con alguien que cae bien en los cuatro puntos cardinales, y para el que las únicas drogas irrenunciables son el escenario, la familia y los amigos. Porque no existe farlopa más potente.
Con tanto trajín de conciertos, libros, hijos, nietos, las horas del día se desvanecen enseguida, pero por las noches siempre refresca, hasta en el desierto del Sáhara. Y hay veces en que le cuesta seducir al sueño y recibe la visita luminosa de Boni. Y nota una mezcla de dolor y felicidad que quizá pueda escribirse pero es imposible verbalizar. Anda ahora de gira y cada vez que pisa un escenario es como si se citara con Mefistófeles para bailar con él la danza de sólo puede quedar uno. Lleva por armadura una levita fardona y el vientre de su bastón oculta un estilete. Mucho cuidado con él. Porque ahí arriba lo da todo. Pues aprendió que las cosas o se hacen con ardor o mejor te dedicas a la vida contemplativa. Qué química inigualable la de saberse tan vivo. Qué calambre único el de la gente que corea tu nombre de terremoto. Qué joven se puede seguir siendo pasados los sesenta.