Sucesos

El Dioni, ¿dónde está el dinero?

El vigilante que puso en jaque a la policía española hace 30 años tras robar 298 millones de pesetas revive a diario aquella mañana. Desde entonces reza todas la noches en latín y saca tajada del robo histórico. 140 millones nunca aparecieron.

Fotos: Gonzalo Pérez
Fotos: Gonzalo Pérezlarazon

El vigilante que puso en jaque a la policía española hace 30 años tras robar 298 millones de pesetas revive a diario aquella mañana. Desde entonces reza todas la noches en latín y saca tajada del robo histórico. 140 millones nunca aparecieron.

Pese a que ya han pasado 30 años, «aún flipa rememorando aquella mañana», como escribe Joaquín Sabina en la canción que le dedicó. El Dioni es el ladrón «menos hijo de puta», reitera, de la historia reciente de España. El 28 de julio de 1989 robó un furgón blindado con casi 300 millones de pesetas, kilos que le pesaron como gramos, como plumas con las que voló en un viaje que le hizo dar la vuelta al mundo. Cuenta la leyenda que la noche anterior al golpe echó un polvo. Que se levantó en un día caluroso con la esperanza de que le reincorporaran a su puesto de trabajo, después de que le degradaran de guardaespaldas a vigilante jurado de seguridad. Recuerda que se tomó un café y que salió disparado para estar puntual en la reunión que tenía fijada a las 10 de la mañana con el jefe de personal, quien le apuntilló que «estaría en furgones hasta que le saliera de los cojones». Y por los del Dioni, ésa no sería la última palabra, sino la gota que colmó un vaso que pronto se llenaría de champán y ginebra y whisky del caro. Madrid era por aquel entonces un polvorín. Una retahíla de secuestros, atracos, tiroteos, asesinatos... que incluso se llevaron por delante a alguno de sus compañeros. Ello, unido al hiriente tajo que le metieron en su sueldo por la bajada de categoría y a la presión que le generó la posibilidad de que le embargaran sus más valiosos bienes, le causó una sed que solo podía saciar con venganza.

No fue un robo demasiado premeditado puesto que la jornada previa, sin ir más lejos, pudo haberse llevado el doble. Aun así, dejó en bancarrota a la empresa Candi –en la que trabajaba–, haciéndola desaparecer. Recuerda haber conducido, por primera vez, el furgón durante no más de 10 minutos. Y que a los pocos metros de arrancar se le puso el semáforo en rojo. A su izquierda, en un Ford Escort descapotable atronaba un entonces exitoso «Bambolero», de Julio Iglesias, antes de dar paso a un «¡Ay, Jalisco, no te rajes!». Y no se rajó. Aceleró, tarareando y silbando la letra, dándose el pire. Luego cogió su coche para ir a la casa de unos amigos, donde se camufló hasta el 12 de agosto. Los medios bombardeaban diariamente con la noticia del robo, como si de guionizar un «thriller» americano se tratara. Y el protagonista se mantuvo ahí, escondido, hasta el puente estival que aprovechó para pasar desapercibido entre la muchedumbre durante su viaje a Lisboa, pensando en saltar el charco.

Más mujeres que Julio Iglesias

Desde Portugal a Brasil, el Dioni seguía perpetrando una gesta delincuencial que le llevó a comerse el mundo a cachos, a bebérselo a tragos, acordándose hasta en sueños de la madre que lo parió en 1949 en el madrileño Barrio de Salamanca. Lo cuenta en «Yo robé un furgón blindado» (editorial Mueve tu lengua), una novela de no ficción que presenta, bajo un peluquín, enfundado en un destellante traje azul sobre una camisa blanca. Mira el Dioni de frente para relatar su pasado, aunque una catarata traumática en el ojo izquierdo le permite esa visión lateral de todo cuanto acontece a su alrededor. Eso agudiza su truhanería, su pose algo canalla, su caradura que, sin embargo, a veces también ablanda.

Fue la primera vez que robaba y, espera, la última; aunque «nunca se puede decir que de este agua no beberé», confiesa. Y es que, quizás, ya haya bebido bastante. El Dioni vivió en Brasil lo que no han vivido todos esos ricos «que se comen lo que cagan», a sabiendas de que terminarían pillándole y convenciéndose de que podrían llamarle ladrón, «pero no gilipollas». Cuenta que se fundió 40 millones de pesetas, 40, en dos meses. Comiendo y bebiendo. Viajando en limusinas, helicópteros y yates. Alojándose en los mejores hoteles, a todo trapo. Dice que se acostó con muchas mujeres guapas. «Tenía 39 años. La juliana se me ponía desde por la mañana. He follado un poco más que Julio Iglesias. Él habla de boquilla», confiesa. Capturado en Río de Janeiro menos de dos meses después del golpe, recuerda que unos cretinos le llegaron a meter una pistola en la boca y a sumergir la cabeza en el mar para que confesara el paradero de la pasta. Y revela que cuando se estaba despidiendo de la Policía Federal, la persona que le torturó le amenazó diciéndole que iría a buscarle si le delataba.

Parchís con Mario Conde

Su cautiverio en la prisión brasileña fue la pesadilla que ahogó –quizás entre lágrimas– su cuasi cinematográfico sueño. Ansió y logró que lo extraditaran. Y al subir a bordo del avión que lo traería de vuelta a España, el comandante descorchó una botella, invitándole a brindar y comunicando al resto de pasajeros que llevaban al Dioni a casa.

Saltó a la fama por caco, vividor y golfo. Pero la mayoría de la gente le respeta y aprecia. «Es que yo no robé a ningún español», asegura un ex guardaespaldas de élite a quien le guarda las espaldas la fuerza de la razón. «Creo en Dios. Rezo, en latín, todas las noches desde hace 30 años. Él me sacó de la cárcel de Brasil y me curó de un cáncer que me detectaron hace 10 años en la cuerda vocal derecha», afirma sin disimulo. Ya en España coincidió en chirona con Mario Conde yJesús Gil, un crack al parchís que nada más entrar en prisión invitó a todos los reclusos a pizzas.

Se llevó 298 kilos que entonces apenas le pesaban, cuando ahora el mero hecho de levantar una caja de botellines podría provocarle un lumbago. Dejó el dinero correspondiente para pagar las nóminas de los trabajadores que limpiaban los aviones de Iberia. Regaló 50 a un amigo suyo que se compró un Mercedes y, desgraciadamente, se mató. Y otros 50 a otro, más listo, que desapareció del mapa. Quedan por aparecer 140 millones. Ésta es la historia del Dioni. «Aún flipa rememorando aquella mañana».

650 euros de alquiler y una pensión de 830

Lo más importante que le ha enseñado la vida ha sido a ser humilde y a querer, aún más, a su familia. Tiene 70 años, una hija, un nieto y dos bisnietos que le llaman «bisa». Paga 650 euros de alquiler y vive con una pensión de 830 euros, que engrosa con algunos bolos y participaciones en programas televisivos –ahora está en trámite de hacer una serie–. De los ladrones «me jode» que, como los banqueros y políticos, roben sin necesidad y encima salgan de rositas. Es consciente de que no estuvo bien lo que hizo, pero añade que si volviera a hacerlo se llevaría más dinero para comprar al juez, lo único que se le resistió.