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Historia

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Antonio Llucià Bussé: El hombre de las mil caras

Su nombre real fue Antonio Llucià, por muchos otros que usase, y terminó convertido en una leyenda del hampa internacional

Antonio Llucià se convirtió en leyenda del hampa internacional
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Su nombre real fue Antonio Llucià, por muchos otros que usase, y terminó convertido en una leyenda del hampa internacional.

Semanas antes del estallido de la Primera Guerra Mundial tuvo lugar en París el robo de un fastuoso collar de perlas en una de las mejores joyerías de la Rue de Paix. El suceso acaparó las portadas de los periódicos. La Policía ignoraba al principio que el autor era un estafador español, registrado con identidad falsa en el lujoso hotel Ritz. Tampoco sabía que el verdadero nombre de este individuo, camino de convertirse en leyenda del hampa internacional, era Antonio Llucià Bussé, cuya historia nos disponemos ahora a relatar.

Nacido en 1890 en Capellades, Barcelona, fue hijo del dueño de una fábrica de papel expropiada por un banco. Como consecuencia de ello, nuestro protagonista desarrolló una marcada aversión al gremio de los banqueros, a quienes acabaría convirtiendo en sus víctimas predilectas. Antonio era un niño de portentosa inteligencia y sabía también, mejor que nadie, mentir y fabular. Y sobre todo, poseía un carisma fuera de lo normal: era persuasivo, ingenioso y seductor. Tal vez en otra época podría haber liderado una secta, pero en el tiempo que le tocó vivir se propuso sacar partido a sus extraordinarias aptitudes siguiendo un plan individualista. Estudió en las Escuelas Pías de Barcelona, ciudad donde llegó a cursar el primer año de Medicina. Aburrido de la universidad, prefirió correr aventuras de todo tipo, convencido de que su verdadera vocación no era buscar el bienestar ajeno, sino la de procurarse el propio.

Hartos de sus continuas calaveradas, los padres le enviaron a Cuba, donde se colocó en una casa industrial. Pero el joven barcelonés no se resignaba a ser un don nadie, sino que aspiraba a darse la gran vida: mujeres hermosas, coches veloces, ropa elegante, manjares exquisitos... Abandonó así su rutinario trabajo y regresó por su cuenta a Barcelona, donde aparecen documentadas sus primeras fechorías. Algunos cuentan que Llucià llevó a cabo su primera estafa en 1911, y que el engañado resultó ser un comerciante de la calle Borrell; otros afirman, en cambio, que se trató de un robo en la Academia Berlitz, de donde era director. Sea como fuere, lo cierto es que obtuvo un capital importante con el que pudo participar en selectas monterías organizadas en los mejores cotos de caza de Europa y América.

Entre tanto, el gran impostor catalán puso en juego todas sus habilidades para infiltrarse en la alta sociedad de media docena de países. Gracias a su aura tan especial, la gente sentía verdadera atracción por él. Era simpático, culto, tenía buena planta y encima se expresaba con gran fluidez en seis idiomas.

Adoptó infinidad de nombres y personalidades diferentes, disfrazándose de lo que fuese necesario para consumar cada uno de sus delitos. Era el hombre de las mil caras, escondido bajo un ejército de seudónimos. Fingió ser militar, clérigo, agente diplomático, cineasta, aviador, hacendado e incluso primo del mismísimo rey Alfonso XIII de España.

Disfrutó cuanto pudo de sus días de vino y rosas, mientras la prensa española e internacional se hacía eco de sus «hazañas». Daba lo mismo. Debió hacerle especial ilusión que un rotativo tan prestigioso como «The New York Times» le tildase de «maestro de falsificadores». Menudo piropo, debió pensar él.

El riesgo constituía un acicate para él. Le encantaba jugar a la ruleta en el casino porque la bola se detenía siempre en la casilla ganadora. Por algo sería... Pero la fortuna se acabó para él. La Brigada de Investigación Criminal le detuvo en Madrid, en 1919. Aun así, Llucià logró fugarse de la cárcel, haciéndose pasar luego por loco para que le ingresasen en un psiquiátrico. Declarado demente, se suspendieron así todas las causas judiciales contra él.