Sección patrocinada por sección patrocinada

Literatura

Gonzalo Celorio: la lucidez resistente

Erudito sin afectación, narrador de la memoria y ensayista de la palabra, el escritor ha construido una obra que une reflexión y emoción, tradición y crítica

GONZALO CELORIO ESCRITOR
GONZALO CELORIO ESCRITOR LUIS SEVILLANOLA RAZÓN

Entre la cátedra y la narrativa, la escritura de Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) encarna una ética del lenguaje y una defensa de la literatura como conciencia del tiempo y del individuo, de ahí que haya cobrado tanto prestigio a uno y otro lado del océano. Ensayista, narrador, editor y académico, su obra se caracteriza por una erudición discreta y una sensibilidad crítica que lo sitúan en la línea de los grandes humanistas hispanoamericanos; no en vano, su trayectoria, marcada por el rigor intelectual y una sostenida defensa de la palabra literaria, combina el estudio de la tradición con una exploración lúcida de la memoria individual y colectiva.

«Soy cultor de la forma, de la palabra precisa y exacta»

Gonzalo Celorio

Formado en letras hispánicas, Celorio fue director de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, más tarde, del Fondo de Cultura Económica, desde donde consolidó su papel como mediador entre la academia y el ámbito editorial. Esa doble pertenencia —al mundo de las ideas y al de los libros— atraviesa toda su producción. De modo que podríamos decir que su escritura, al igual que su pensamiento, es una forma de resistencia frente al empobrecimiento del lenguaje y la banalización cultural. Desde 1974, por cierto, imparte clases de literatura iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y miembro correspondiente de otras academias de la lengua.

Como narrador, Celorio ha cultivado una prosa de notable hondura simbólica; él mismo afirmó: «soy cultor de la forma, de la palabra precisa y exacta». Por ejemplo, en «Amor propio» (1992), el relato autobiográfico se convierte en un espejo irónico del fracaso y la impostura intelectual. «Y retiemble en sus centros la Tierra» (1999) —título que alude al himno nacional— es quizá su novela más ambiciosa: una meditación sobre la identidad mexicana, el desencanto urbano y la persistencia de la memoria histórica. En ambas obras se advierte una mirada crítica hacia el país y sus mitologías.

Su obra constituye una invitación a recuperar la densidad del lenguaje y la responsabilidad del escritor

Por otra parte, el Celorio de tono ensayista o histórico, incluso dentro de su campo narrativo, despliega una prosa de alta precisión conceptual y musicalidad verbal. En libros como la novela «El metal y la escoria» o el ensayo «Cánones subversivos», reflexiona sobre la tradición literaria hispánica, la lectura como forma de vida y la tensión entre el canon y la ruptura. Además, su mirada sobre los clásicos —de Cervantes a Octavio Paz— hace que Celorio no sea solamente un heredero de la cultura letrada, sino un renovador que insiste en la vigencia moral de la literatura. Por ese motivo, a lo largo de su carrera, ha defendido la idea de que escribir es una forma de pensar y que el estilo no es ornamento, sino ética. Su obra constituye una invitación a recuperar la densidad del lenguaje y la responsabilidad del escritor frente a su tiempo, de ahí que Celorio represente la persistencia de la literatura como conciencia crítica y como forma de lucidez.

En primera instancia, su narrativa versa sobre el individuo que se interroga a sí mismo y sobre el país que habita; por ello, en obras como «Tres lindas cubanas» o «Los apóstatas», Celorio ha desarrollado una especie de saga irónica sobre la herencia familiar, la educación sentimental y la inevitable distancia entre los ideales y la realidad. A través de estas narraciones emerge un retrato lúcido de las clases medias ilustradas, de sus aspiraciones y sus derrotas, pero también un estudio sobre los mecanismos de la memoria y el desgaste del tiempo.

La memoria de una vida mexicana

Curiosamente, hace unos pocos días apareció en las librerías su último libro, «Ese montón de espejos rotos», una obra que trasciende la mera autobiografía para erigirse en una crónica literaria de la memoria mexicana. Tras la saga de sus orígenes, «Una familia ejemplar», Celorio se adentra ahora en sí mismo, pero con la agudeza de quien observa la vida propia como se contempla un espejo fragmentado: cada reflejo parcial es una pieza de identidad, un instante de tiempo, una sensación que configura, en su conjunto, la conciencia de una existencia intensa y compleja.

Un escritor profundamente consciente del tiempo y del lenguaje, capaz de convertir la memoria en materia literaria de primera magnitud

El libro se estructura en un zigzag narrativo que alterna entre la vida pública y privada del autor, entre la presencia académica y los ámbitos más íntimos de sus placeres y obsesiones. En este sentido, su voz de maestro universitario convive con la del lector que se recrea en la música de los bares del centro histórico. Este contrapunto entre lo institucional y lo personal confiere a la obra un dinamismo que obliga a leer con atención, saboreando cada línea, cada digresión, como si fueran fragmentos de un gran tapiz cultural que retrata al propio Celorio y, a la vez, a la sociedad que lo circunda.

Entre los temas que atraviesan el libro se destacan la literatura, la enseñanza, la música, el teatro, la arquitectura, la amistad y el amor, siempre tratados con elegancia narrativa. La prosa es al mismo tiempo introspectiva y expansiva: Celorio reflexiona sobre su propia vejez —la califica como el invierno de la vida— sin resignarse a la pasividad. Compara su experiencia con la de su padre y, a la manera de Montaigne, observa la continuidad y la discontinuidad entre generaciones, entre épocas, entre concepciones de la existencia. En esta mirada se percibe un escritor profundamente consciente del tiempo y del lenguaje, capaz de convertir la memoria en materia literaria de primera magnitud.

De este modo, «Ese montón de espejos rotos» es una buena entrada para conocer la andadura general del autor, pese a ser su último trabajo, como siempre publicado por la editorial Tusquets en España. En él, el relato de su infancia y juventud se combina con meditaciones sobre la lectura, la disciplina intelectual y los ejercicios de percepción que marcaron su formación, todo lo cual genera un mosaico donde lo anecdótico se vuelve universal. Cada episodio es narrado con detalle minucioso, pero siempre imbuido de una reflexión que trasciende la mera crónica, como cuando rememora los ejercicios para mejorar la vista: un hecho cotidiano deviene metáfora de la atención, del aprendizaje y de la necesidad de mirar el mundo con lucidez.

Sus memorias son, ante todo, una obra de arte literaria en su estilo y referencias cultas: los espejos rotos no son solo fragmentos de una vida, sino piezas que reflejan la historia cultural de México, la pasión por la palabra y el compromiso con la enseñanza y la creación. Con un lenguaje refinado y un hilo narrativo que sabe combinar erudición, humor sutil y emotividad contenida, Celorio confirma, con el acompañamiento del premio Cervantes, tras haber obtenido en 2023 el Xavier Villaurrutia por «Mentideros de la memoria» —«por su profundo anclaje en la tradición de la mejor literatura hispanoamericana, a través de una prosa de gran expresividad y belleza», según el jurado—, su lugar de prestigio entre los escritores mexicanos contemporáneos que logran hacer de la vida personal un espejo para la comprensión de lo colectivo.