Hamaguchi: "‘‘El espíritu de la colmena’’ es una de mis películas favoritas"
El autor de «Drive My Car», ganador del León de Plata en la pasada edición del Festival de Venecia, propone en su último filme un enigmático reflejo del conflicto que una comunidad experimenta cuando ve amenazado su entorno
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Ryûsuke Hamaguchi se parece a uno de sus personajes. Cuando habla, siempre en japonés, parece mesurado y reflexivo, pero hay una cierta ausencia en su mirada, como si hubiera visto algo que permanece oculto a su interlocutor, algo que cambiará drásticamente el curso de la conversación. No es casual que «El mal no existe», su última y memorable película, Gran Premio del Jurado en la Mostra veneciana, sustente su discurso ecológico sobre una arquitectura narrativa tan elusiva como la mirada de Hamaguchi. Al director de «La ruleta de la fortuna y la fantasía» le bastan un padre lacónico, que siempre se olvida de ir a buscar a su hija al colegio; una comunidad rural, dispuesta a pararle los pies al negocio inmobiliario; una niña, un ciervo y un bosque, un bosque ominoso, para articular una película que desafía las convenciones narrativas del relato sin hacer bandera de ello, con una callada modestia no exenta de calado metafísico.
Si alguien esperaba que, después del éxito internacional de «Drive My Car», Oscar incluido, el cineasta japonés abundara en sus épicas películas habladas, se encontrará con un filme atmosférico, menos pendiente de lo que dice que de lo que sugiere, abierto a lo múltiple, que se disfruta como una pieza musical. No es casual que, desde su misma concepción, «El mal no existe» tenga su reflejo gemelar: otra película, «Gift», que parte de las mismas imágenes pero sin diálogos, acompañando a la partitura que Eiko Ishibashi, la compositora habitual de los filmes de Hamaguchi, interpreta en directo, y que se estrenó el pasado mes de octubre en el Festival de Gante y se presenta hoy y mañana en el Lincoln Center de Nueva York.
«El mal no existe» es muy distinta a «Drive My Car». ¿Cómo surgió el proyecto?
Nació con la música de Eiko Ishibashi. Ella me pidió visuales para sus actuaciones en directo, y lo primero que hice es rodar el entorno natural en el que trabaja. Me di cuenta de que eso no sería suficiente, de que necesitaba saber cómo las personas interactuaban con ese paisaje en concreto, y ahí me enteré del proyecto de ‘glamping’ (instalaciones de acampada en condiciones lujosas) que me sirvió de inspiración.
Es curioso, porque, por un lado, desde la primera secuencia, la música parece impregnarlo todo, pero, por otro, nunca abusa de ella, y a veces la utiliza de un modo un tanto brusco, áspero. Me recuerda al modo en que Godard cortaba repentinamente las colas musicales.
No suelo usar música en mis películas. Siempre tengo miedo de que subraye el drama de mis personajes. Era algo que quería evitar con la partitura de Eiko, que es muy emocional. En ese sentido, me alegro de que cite a Godard: He aprendido mucho de él, del corte abrupto de sus músicas, de su trabajo con el sonido, para crear un efecto de distancia entre las emociones que nacen de la película y la mirada del espectador. Eiko y yo estábamos de acuerdo en utilizar la música de esa manera.
Da la impresión de que, frente a sus películas más introvertidas, más existenciales, aquí se atreve a tocar temas más sociales, incluso más políticos.
No la hice con la intención de transmitir ningún mensaje. Es cierto que el hecho de que grandes empresas quieran aprovecharse de la naturaleza sin tener en cuenta el daño que pueden causar al medio y a la gente que vive en él es algo que caracteriza al capitalismo neoliberal, pero no escribí la película con ninguna agenda política o ecológica en la cabeza. Siempre parto de situaciones de la vida cotidiana de la gente, que, en este caso, están inscritas en una problemática de orden más social, pero no creo que sea mi trabajo partir de tesis preconcebidas.
El título es enigmático. ¿A qué se refiere?
Es el primer título que se me ocurrió mientras localizaba la película, inmerso en esos paisajes. Es la primera idea que me asaltó al contemplar la naturaleza: el mal no existe, no puede existir. No sé si ahí está la clave del significado del filme, no era mi intención que lo fuera. Era un título abierto, conceptual, como el de un álbum musical.
"Hay muchas cosas del mundo que no entiendo, y eso es lo que intento reflejar en mis películas"Ryûsuke Hamaguchi
Ha confesado que su cinefilia se educó durante su época universitaria, que antes su contacto con el cine era escaso. ¿Hay alguna película española que figure en su particular pódium de favoritas?
«El espíritu de la colmena» es una de mis películas favoritas. He vuelto a ella en muchas ocasiones, y siempre me fascina de un modo distinto. Pocas películas se acercan a la mirada infantil como la de Erice. La suya es una mirada que transfigura la realidad, que la vuelve misteriosa.
La película se distingue por tener un final ambiguo, muy imprevisible y muy abierto.
Hay muchas cosas del mundo que no entiendo, y eso es lo que intento reflejar en mis películas. Mucha gente me ha preguntado por el final de la película, por lo desconcertados que les ha dejado, y eso me satisface especialmente, porque la intención era crear ese gran interrogante, y dejarlo en suspenso.