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Cine

“Drive My Car”: todos los porqués de una de las mejores películas del año

El director japonés Ryūsuke Hamaguchi adapta libremente un relato de Haruki Murakami, eterno candidato al Nobel, en una historia sobre el duelo y consigue una obra maestra

"Drive My Car", de Ryusuke Hamaguchi se estrena hoy en cines
"Drive My Car", de Ryusuke Hamaguchi se estrena hoy en cinesFILMIN

La película más corta de Ryûsuke Hamaguchi (Japón, 1978) dura 50 minutos, y la más larga roza las cinco horas y media. La elasticidad, concepto que en el cine que es «contenido» cada vez tiene menos adeptos, es el signo y seña de identidad clave para entender la filmografía del, quizá, mejor guionista de nuestro tiempo (con permiso de Aaron Sorkin). Apenas unos meses después de estrenar la excelente «La ruleta de la fortuna y la fantasía», que pasó por el Festival de Berlín, el director japonés vuelve a las carteleras españolas con «Drive My Car», película que le valió el premio al mejor guion y el Fipresci en el pasado Festival de Cannes. Su solera como alumno aventajado de Ozu –como a Kore-Eda, a él también le dijeron que sus historias resultaban «demasiado japonesas para el público internacional»– no solo le ha valido la disputa por sus filmes de todos los certámenes de prestigio, sino que también ha trascendido a la primera división de la esfera pública y, salvo sorpresa mayúscula, su película será galardonada con el Premio Oscar a la Mejor Película Extranjera en la ceremonia del 27 de marzo. Y, este mismo martes, se anunciará su más que segura nominación.

Pero, ¿qué hay en las casi tres horas de «Drive My Car» para poner de acuerdo a la cinefilia de nota al pie de página con la de alfombra roja? Principalmente, una depurada deconstrucción del duelo. Para su obra maestra, ha tomado como referencia el relato homónimo de Haruki Murakami, eterno Nobel sin premio, que se publicó en 2014 y se recoge en una antología titulada «Hombres sin mujeres». Así, el protagonista es un dramaturgo, Yûsuke (Hidetoshi Nishijima), que pierde a su mujer de manera repentina y se refugia en una adaptación de Chéjov para huir del dolor. Por condicionantes de su nueva compañía teatral, ha de ser llevado a los sitios por una chófer (hierática y espléndida Tôko Miura), que en su silencio permitirá al protagonista no romper con la dinámica que estructura y da poso dramático a la película: Yûsuke practica los diálogos de su obra gracias a una cinta en la que es su mujer quien le da la réplica.

Apenas unos meses después de estrenar "La ruleta de la fortuna y la fantasía", Hamaguchi vuelve a la cartelera española con "Drive My Car"
Apenas unos meses después de estrenar "La ruleta de la fortuna y la fantasía", Hamaguchi vuelve a la cartelera española con "Drive My Car"FILMIN

Límites en la comunicación

Como en «Happy Hour», pero quizá más cercano al tono de elegancia en lo formal de «Netemo Sanetemo», Hamaguchi no expía los pecados contextuales de su película, sino que los hace trascendentales: hay ecos de la cultura de la cancelación, del #MeToo y hasta de sus trabajos más melodramáticos en un viaje, en coche y, otra vez, elástico, por las contradicciones que tienen hueco en la mente de un autor. No es tanto condonar los errores de sus personajes, tan humanos que llega a doler, sino que el esfuerzo se centra en la superación de los mismos con el silencio, y quizá el ruido de ese cochambroso Saab 900 rojo, como mecanismo de defensa ante la vulnerabilidad del desarraigo moderno. «El habitáculo del coche siempre ha sido un lugar propicio para la conversación. Fuera y dentro de la ficción. Por eso me parecía interesante subvertirlo, convertirlo en un espacio dedicado a otras formas de comunicación que no sean las más comunes. Miradas, gestos, silencios y diálogos, pero no con nadie que comparta espacio en el coche», explicaba Hamaguchi al presentar la película en Cannes, donde también afirmó: que «me gusta dejar clara la diferencia entre hablar y comunicarse. Son dos conceptos muy distintos. A veces, de hecho, las palabras pueden entorpecer la comunicación, hacerla más difícil y críptica. Y todavía quería ir un paso más allá en esa lectura del subtexto, porque las palabras no solo nos dan información, sino que también nos la ocultan. No existe el habla objetiva, siempre habrá connotaciones y secretos, claro, en todo aquello que expresemos verbalmente».

Gracias a esa expresión prosaica, Hamaguchi se acerca más a lo que no se dice que a lo que sí gracias a un argumento sólido: en la versión de «Tío Vania» que preparan sus protagonistas no hay un solo idioma hegemónico y, al girar por toda Asia, sus actores hablan japonés, chino, coreano o incluso se expresan en lenguaje de signos. El resorte narrativo es el gran triunfo de «Drive My Car» y un apuesta por la accesibilidad desde lo ajeno a la palabra escrita o dialogada.

«Estaría mintiendo si dijera que no adapté un relato corto porque ello me daba más libertad, pero todo lo que se ve en la película está en la esencia de Murakami y de su mundo cuando entra en consonancia con el que yo quiero crear. Hace unos años, rodando un documental sobre Tohoku, tuve que pasar muchas horas encerrado en un coche, y creo que esos pensamientos reiterativos son también los que acaban reverberando en el cerebro de mi protagonista», explica el director, en «The Hollywood Reporter», sobre una película de este curso a la que, cuando le vayan lloviendo los años, querremos seguir volviendo.

El año clave de Hamaguchi
Si «Drive My Car» es la película que puede otorgar al realizador nipón su primer Oscar (y quizá hasta dos, si es fructífera su campaña en el guion), no menos exitosa es su anterior película, de este mismo año, «La ruleta de la fortuna y la fantasía»(en la imagen). Todavía presente en carteleras periféricas, el filme le valió a Hamaguchi el Oso de Plata en Berlín como Gran Premio del Jurado. Por si fuera poco, ya prepara la nueva «Our Apprenticeship» para este 2022.