Historia
Así fue la heroica gesta del “Glorioso”, el navío español que humilló a una docena de barcos británicos en 1747
El buque, de 70 cañones, transportaba a España un tesoro que valdría hoy 4.000 millones de euros y que consiguió desembarcar en Corcubión. Al final, tras cinco ataques, tuvo que rendirse
La historia de la Armada española está llena de grandes gestas e, incluso, de derrotas cargadas de heroísmo y pundonor. Más allá de las grandes batallas hay otros muchos ejemplos de cómo nuestros navíos de guerra supieron cumplir con su obligación aun en las más adversas condiciones, en inferioridad de condiciones en muchos casos.
Es el caso del buque español San Ignacio de Loyola, alias “El Glorioso”, que, con sus 70 cañones, en julio de 1747 regresaba de Veracruz, capitaneado por Pedro Mesía de la Cerda, con una carga declarada que estaba valorada en 4.502.631 de pesos fuertes y 7 maravedís de plata. Transportaba además géneros medicinales, grana fina y silvestre, vainilla, azúcar, bálsamo, cacao, cueros y un valioso regalo personal del virrey de Filipinas destinado al rey Fernando VI.
En su viaje hacia España consiguió repeler dos ataques ingleses, uno a unos doscientos kilómetros al norte de las Azores y otro más frente al cabo de Finisterre antes de desembarcar su carga en el puerto.
Primer combate
En su trayecto, cerca de las Azores, se cruzó con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra, el navío de línea “Warwick”, de 60 cañones; la fragata “Lark”, de 40 y el paquebote “Montagu” de 16; además del transporte de tropas armado con 20 cañones, “Beaufort”.
De la Cerda ordenó prepararse para el combate y continuó navegando hacia el noreste en dirección a Ferrol, manteniendo el barlovento. John Crookshanks, jefe del convoy, tras divisar al navío español ordenó su persecución. Con el paso de las horas y comprobando que se alejaba de la ruta marcada, ordenó al capitán del Beaufort que permaneciera junto al resto de los transportes para protegerles, e inició la caza del solitario buque.
Tras varias escaramuzas que duraron toda la noche, a la mañana siguiente los otros dos barcos de guerra británicos se encontraban ya cerca del buque español y siguieron tras él hasta que cayó la oscuridad de nuevo. En esta situación, Pedro Mesía, viendo que los tres bajeles enemigos se le venían encima, tomó la iniciativa. Arribó de improviso sobre el Montagu, que lo tenía pegado a su aleta de estribor, y le disparó algunos cañonazos. La maniobra había situado al Glorioso al costado de babor de la Lark, contra la que disparó todos los cañones de la banda de estribor tumbando uno de sus mástiles. Tras un cañoneo que duró, según los testigos, poco más de cinco minutos, John Crookshanks ordenó separarse del Glorioso. Ya no regresaría.
Pero Pedro Mesía, en lugar de huir, viró su barco en redondo y se dirigió hacia el “Warwick”, manteniendo el barlovento, contra el que disparó todos sus cañones de la banda de babor primero y todos los de estribor después, consiguiendo ponerlo en fuga.
Las bajas españolas fueron cinco muertos (entre ellos dos civiles) y 42 heridos, de los cuales siete lo fueron de gravedad. En los días siguientes fallecerían cinco de ellos. En cuanto a los daños materiales, el buque sufrió cuatro impactos de bala de cañón en su casco a la altura de la primera batería y daños considerables en el aparejo. La mayor parte de ellos serían reparados en pocos días.
«Los muertos que he tenido durante la funcion han sido tres Hombres de mar y dos Pasajeros, llamados Don Pedro ygnacio de Urquina y juan Perez Veas. Heridos levemente, primero y segundo Condestable, y un Artillero de Brigada. ynfanteria 10. solo uno de mucho cuidado, los demás levemente. Artilleros, Marineros, y Grumetes 29. seis gravemente de los quales, en los días despues, murieron quatro, y el Soldado también. Sean disparado 406. Cañonazos del Calibre de á 24: 420. de a 18: 180 de a 8: 4.400 Cartuchos de fusil», escribió el capitán en su diario de a bordo.
Cuando el Almirantazgo británico tuvo noticia de este enfrentamiento, el capitán Crookshanks fue sometido a un consejo de guerra por denegación de auxilio y negligencia en combate. Declarado culpable, fue expulsado de la Royal Navy.
Segundo combate
Seguiría tras este enfrentamiento el Glorioso navegando hacia España hasta que un par de semanas después, el 14 de agosto, ya en las proximidades del cabo de Finisterre, en Galicia, volvió a encontrarse con naves enemigas. Según las fuentes inglesas se trataba del navío de línea Oxford, de 50 cañones; la fragata Shoreham, de 24 y la balandra Falcon, de 14.
Pedro Mesía, al comprobar que el navío más grande mareaba su trinquete para venir sobre él, tomó la iniciativa virando y dirigiéndose hacia el buque inglés de mayor porte. Al igualarse con los barcos contrarios, ambas bandas dispararon todos sus cañones sobre ellos, aunque el capitán de El Glorioso, viendo que le había entrado mucha agua por las portas de su primera batería, consiguió dejar a los tres barcos enemigos, evitando volver a combatir entre dos fuegos.
El capitán Smith Callis, comandante del Oxford, nunca quiso presentar todo el costado de su buque y, tras dos andanadas, salió del fuego, huyendo del combate. El duelo había durado casi tres horas y fue una victoria táctica del capitán español. De hecho, pese a la inferioridad numérica, el “Glorioso” apenas sufrió cinco heridos leves y escasos daños.
El capitán Callis también fue sometido a un consejo de guerra, aunque en su caso fue absuelto y restituido con honor.
Dos días después, el Glorioso llegaba a la ría de Corcubión, quedando fondeado en la bocana, hasta que el 18 de agosto por la noche llegó a puerto comenzando a desembarcar su cargamento a la mañana siguiente.
Por cierto que, como relata Agustín Ramón Rodríguez González, del Círculo Naval, “el cargamento real era muy diferente del declarado oficialmente. A este respecto, pocos gallegos sabrán que durante unos días del verano de 1747 los muros de algunas de sus iglesias rurales y de los edificios históricos de sus ciudades más emblemáticas albergaron un tesoro que en la actualidad estaría valorado en más de 4.000 millones de euros. Otro de los aspectos a ponderar en este episodio es la eficiencia del espionaje británico, que había tejido un complejo entramado de agentes secretos que permitía conocer a las autoridades inglesas todos los movimientos españoles en la zona. También merecen ser referidas las causas por las que una compañía de granaderos de una unidad de infantería perteneciente al Ejército, el Regimiento de Lisboa, fue embarcada en el Glorioso. Su actuación durante los últimos combates sostenidos por el navío vale por sí sola para rescatar del olvido su pequeña cuota de protagonismo en esta historia. Por último, es necesario precisar en este epígrafe que Pedro Messía de la Zerda fue ascendido a jefe de escuadra a los pocos días de llegar a Corcubión. El marqués de la Ensenada le comunicó dicha promoción por carta fechada en Madrid el 22 de agosto de 1747. De la misma hemos extraído el siguiente párrafo:
«Aviendo oydo el Rey con mucho gusto, y satisfaccion la noticia del feliz arribo de V.S. a Corcubion con el Navio el Glorioso de su cargo, y el honor, valor, y conducta con que con gloria de su Real Pabellon vatio V.S. en dos combates que tubo en su venida a España desde Veracruz con los vageles de Guerra yngleses (…) Há promovido a V.S. á Gefe de Esquadra de la Armada: Doy a V.S. este aviso de orden de S.M. con mucho gusto mio (…)»
Tercer combate
Tras descargar su preciado cargamento y transportar el mismo hacia el interior con la ayuda de la población civil de la zona, permaneció casi dos meses en la ría. Allí sería reparado con los repuestos enviados desde La Graña. Tras zarpar en dirección a Ferrol, en la noche del 5 de octubre, el navío se topó a la mañana siguiente con una escuadra británica formada por 15 navíos, por lo que tuvo que regresar de nuevo a Corcubión. Partiría definitivamente el 11 de octubre aunque el 14 de octubre, un fuerte viento garreó el ancla del navío, obligando a su capitán a dirigirse hacia Cádiz.
«De comun acuerdo se resolvio dar descanso al Navio, arrivando al Puerto mas inmediato á Sotavento, que era Cadiz»
El 17 de octubre, tres días después de haber partido del fondeadero de Finisterre, a la altura del cabo de San Vicente, los vigías del solitario navío español divisaron una decena de buques enemigos. Dos de ellos se adelantaron al encuentro del “Glorioso”; eran las fragatas británicas “King George” y “Prince Frederick”. Ambas naves formaban parte de una pequeña escuadra corsaria comandada por el comodoro George Walker.
Este escuadrón era conocido en el Reino Unido como «The Royal Family» debido a los nombres de las fragatas que lo componían: “King George”, “Prince Frederick”, “Prince George”, “Duke”, “Princess Amelia” y “Prince Edward Tender”. En lo tocante a la fuerza de la Royal Family, a comienzos de julio de 1747 las seis fragatas en cuestión sumaban en conjunto 114 cañones y 1.000 hombres. Como se verá posteriormente, solo las tres primeras estuvieron presentes en los enfrentamientos con el Glorioso, aunque en último término la única que se enfrentaría con el buque español, en un duelo artillero directo y prolongado, sería la “King George”, comandada por George Walker. Esta circunstancia dice mucho del comandante inglés.
Según relata Agustín Pacheco Fernández en un artículo en la Revista de Historia Naval, al anochecer, la nave corsaria “King George”, buque insignia del grupo, llegó en solitario a la altura del San Ignacio de Loyola, colocándose a su costado. Habló entonces alguien en inglés, y desde el navío español se le preguntó en su mismo idioma por el nombre del barco. Nada más contestar, se abrieron las portas y una andanada de las dos baterías de esa banda barrió de proa a popa la fragata británica. “Dos de sus cañones fueron desmontados, y el mastelero de gavia, echado abajo. Se inició entonces un duelo artillero entre los dos barcos, en el que los ingleses intentaron paliar su falta de potencia sacando el máximo partido de la compañía de infantería embarcada y del gran número de mosquetes disponibles. Sin embargo, De la Cerda, consciente de sus ventajas, no iba a permitir un duelo a corta distancia. Con una luna llena que permitía ver casi como si fuera de día, hizo maniobrar su buque y se apartó del inglés para aprovechar el mayor alcance de sus cañones. Walker, con la mayor parte de la arboladura de su nave dañada, no pudo hacer nada para evitarlo. Durante las siguientes dos horas la fragata corsaria fue literalmente arrasada”.
De hecho, perdió a ocho hombres y sufrió numerosos heridos. La “Prince Frederick” apareció en escena ya de noche situándose sobre la aleta de babor del Glorioso, y comenzó a disparar en un intento de distraer el fuego sobre su comandante. A pesar de que su capitán, Edward Dottin, tuvo la precaución de no ofrecer el costado de su nave a los grandes cañones de su oponente, los primeros disparos de este causaron tres heridos graves en su tripulación, sufriendo dos de ellos la amputación de sus piernas. Media hora después, el Glorioso se alejó del combate sin que ninguna de las dos fragatas hiciera nada por impedirlo.
Cuarto combate
A pesar de los tres combates con los británicos ya librados, parecían estos lejos de conformarse con dejar escapar al “Glorioso” rumbo a Cádiz. Aún le quedaban al buque español dos batallas más que librar. Así, al amanecer del día siguiente, tres fragatas de la Royal Navy, con el navío de tres puentes Russell, salieron a la caza del barco de Pedro Mesía que, para evitar un enfrentamiento tan desigual, ordenó virar el buque y dirigirse hacia el noroeste.
A media mañana los vigías localizaron un solitario navío que venía a su encuentro, sin bandera que lo identificara. Para hacer creer que era amigo, su comandante demostró conocer los códigos españoles de señales y ordenó disparar dos cañonazos pausados. Messía, receloso con la extraña maniobra, continuó su derrota sin inmutarse. Pasado el mediodía, el capitán del buque que le perseguía, viendo que su treta no había dado resultado, «arrio la Vandera Dinamarquesa, y hizó la ynglesa roja». Se trataba del Darmouth, barco de guerra de 50 cañones cuyo comandante era John Hamilton.
Al llegar a la distancia de tiro, sus cañones de proa comenzaron a tronar. Los situados en los guardatimones del navío español también entraron en acción. De la Zerda evaluó la situación y decidió aguardar a que su oponente le presentase su costado. Sin embargo, Hamilton, “consciente quizá del menor peso de su andanada, no quiso en ningún momento exponer todo su banda, por lo que metió su gavia y juanete mayor en facha para frenar el buque, comenzando a disparar con sus baterías de estribor cuando su proa llegó a la altura del palo mayor del Glorioso.
El duelo artillero duró tres horas, hasta que pasadas las tres de la tarde una explosión tremenda desintegró el “Darmouth”. Solo hubo 18 supervivientes, incluido un teniente.
«En esta disposicion nos batimos con reciproco vivo fuego de Cañon, y fusil hasta la Tres, y minutos de la Tarde, que de ymprobiso le resultó la fatal desgracia de Bolarse; de modo, que de un instante á otro nos hallamos sin objeto con quien continuar el fuego, por averse reducido á pequeños quarteles esparcidos en el mar, y sobre ellos bimos algunos hombres, que aviendo livertado la vida de aquel orrible espantoso fracaso, pedían socorro con un Lienzo, ó Camisa blanca arbolada en un pedazo de hasta, ó remo»
«Tenia Trescientos, y setenta hombres de Equipaje de los que solo escaparon Diez, y ocho hombres incluso un Theniente según despues me ha informado el mismo Theniente…».
Quinto combate
Durante el resto del día, toda la tripulación del Glorioso permanecería reparando la arbolada del navío, para poder enfrentarse con alguna garantía a los navíos que se aproximaban por el sur. Pasadas las doce de la noche, con una luna llena que permitía ver como si fuera de día, el comandante español comprobó con resignación cómo un buque de tres puentes aprovechaba la ligera brisa nocturna y se le colocaba a barlovento. Era el Russell, un navío de 80 cañones dirigido por el capitán Mathew Buckle. Otras dos fragatas se situaron a cierta distancia sobre su popa. Tras una noche entera disparándose con cualquier arma que hubiera a bordo, los cañones del Glorioso dejaron de disparar pasadas las seis de la mañana. Ya no había con qué cargarlos.
La acuciante falta de metralla provocó que los pajes y grumetes comenzaran a rebuscar en los almacenes y cuartos de herramientas cualquier elemento metálico susceptible de ser empleado como proyectil pero, tras una noche entera disparándose con cualquier arma que hubiera a bordo, los cañones del Glorioso dejaron de disparar pasadas las seis de la mañana. Ya no había con qué cargarlos.
«A las tres horas, y media de Combate nos hallamos ya sin una Palanqueta, ni saco de Metralla, razon porque continuamos nuestro fuego con las balas de dos en dos en la Artillería, y metiendo en ella los pies de cabra de su servicio y alguna clavazon en lugar de la metralla, para mejor ofender al Enemigo».
Finalmente, en la mañana del día 19, con 33 muertos y 130 heridos a bordo, exhausta la tripulación y agotada su munición, Pedro Mesía de la Cerda rindió el navío.
«Duró el Combate hasta las 6, y quarto de la mañana, que conocimos el infeliz estado en que nos hallabamos de Palos, Bergas, y jarcia, y que el Navio hacia mucha Agua por los muchos balazos de á 36. que tenia a la lumbre de ella; y considerando, que no teniamos el recurso de poder armar ni una Bandola, ni de que el enemigo desistiese de su empeño, por estar abrigado de las dos Fragatas, que en su Compañia nos havian hecho fuego toda la noche; y aunque se retirase del Combate, quedabamos expuestos á hirnos á pique, ó á que cualquier Corsario nos tomase, por hallarnos sin medios para la defensa; por estas razones nos vimos obligados á rendirnos…».
Al subir al Russell, descubriría los enormes daños infligidos a su oponente. Las conversaciones posteriores con el capitán Buckle y un caballero inglés que viajaba a bordo le hicieron comprender lo cerca que había estado de la victoria.
«y su Comandante nos aseguró, que estubieron en terminos de pasar á los dos Fragatas, y prender fuego al Navio por la mucha Agua, que hacia de un balazo á la lumbre de ella; cuyo daño se remedió por un famoso Buzo, que trahian».
Por su parte, el caballero inglés llegó a relatarles la dura situación que se había vivido a bordo del barco británico. Así, tras las largas horas de lucha sin advertir flaqueza por parte de los españoles, los oficiales enemigos debieron emplear medidas extremas para que una parte de la tripulación siguiera combatiendo. «Dijonos un Pasagero ynglés de distincion que venia en el Navio, que consternada su Gente en no querer continuar el Combate, fue preciso que los Oficiales con espada en mano les obligasen á proseguirle».
Es probable que viendo el capitán español el estado en que había quedado también el buque que les había capturado y lo cerca que había estado de la victoria, se acordara de la munición que había solicitado en Corcubión y que le fue denegada.
Según Pacheco Fernández, “no fue un problema de falta de existencias, ya que en La Graña existía un almacén de pólvora con capacidad para 3.000 quintales”. El “Glorioso” habría partido de Corcubión con apenas el 60% de la munición reglamentada. El informe posterior de las descargas efectuadas en los tres combates confirma este cálculo: «En todas Tres funciones se dispararon Dos mil, nueve Cientos, y Sinquenta tiros de Cañon». Es decir, si los pañoles de munición del navío hubieran ido al completo, sus cañones habrían podido efectuar casi 2.000 disparos más.
El futuro del “Glorioso”
Según el propio escritor Arturo Pérez Reverte, la “hazaña final” correspondió al propio navío, tan maltrecho que, cuando los ingleses lo remolcaron a Lisboa para repararlo e izar en él su pabellón, no hubo forma de mantenerlo a flote y tuvo que ser desguazado.
“Ningún inglés navegó jamás abordo de ese barco”, ha concluido.
Otras fuentes, sin embargo aseguran que el barco sí salió de Lisboa y fue llevado al puerto de Portsmouth, según hizo constar el capitán Richard Hughes, comisionado del Almirantazgo en el astillero de dicha ciudad: «The Glorioso Spanish ship of war, taken by the Russell, has arrived at Spithead».
El navío español quedó allí amarrado, donde permanecería durante los meses siguientes, a la espera de una inspección técnica que pudiera determinar su estado. Por su parte, el “Russell” zarparía hacia Chatham, el principal astillero británico, para ser sometido a una reparación integral.
A mediados de septiembre, Thomas Bucknall, uno de los constructores del astillero, redactaba y rubricaba un detallado informe en el que se especificaban todas las piezas que debían ser cambiadas y se adjuntaba una relación con las «Dimentions & Scantlings of the Glorioso Spanish ship of War». Bucknall, era concluyente: el navío era un barco fuerte y bien construido, que podía estar en condiciones de hacer un buen servicio después de que las piezas dañadas fueran sustituidas.
Sin embargo, el destino final del buque español se decidía en un famoso local de Londres. Había pasado el tiempo y España e Inglaterra habían terminado la guerra, lo que supuso una reducción de la flota militar inglesa, de modo que ya no hacían falta tantos barcos. Así que, después de todo, el “Glorioso” no llegaría nunca a navegar con bandera británica.
Finalmente, sería subastado en el Lloyds Coffee House el 24 de abril de 1749, un local ocupado hoy por un supermercado, aunque aún se puede leer una placa que dice lo siguiente: “Site of Lloyds Coffe House 1691-1785″.
Pedro Masía de la Cerda
¿Y qué fue del capitán del “Glorioso”, Pedro Masía de la Cerda? Pues tras la rendición del buque, en marzo de 1750 recibió el mando de una fuerza naval destinada a combatir a los corsarios argelinos. En 1755 arbolando su insignia en el navío de línea Tigre y como comandante general de la escuadra del Mediterráneo, tomó el mando directo de una de sus dos divisiones, formadas por dos navíos, una fragata y cuatro jabeques. En 1757, ya teniente general, fue nombrado consejero del Supremo de Guerra.
El 13 de marzo de 1760 se le nombró virrey, gobernador y capitán general de Nueva Granada y presidente además de la Real Audiencia de Santa Fe, cargos de los que tomó posesión en 1761. Le acompañaba su médico personal, el celebérrimo José Celestino Mutis, uno de los más destacados científicos españoles de la Ilustración.
Estuvo 10 meses en Cartagena de Indias y encargó la restauración de las fortificaciones al general de ingenieros Antonio de Arévalo. Una vez en Bogotá, aprobó la fundación del primer colegio femenino del Virreinato, y por mediación de Mutis dispuso la creación de cátedras de Matemáticas en los centros de enseñanza superior de Nueva Granada.
Fomentó la minería de plata en los yacimientos de Mariquita, a cuyo cargo puso a los hermanos Fausto y Juan José Delhuyar, descubridores del wolframio.
En 1767, en cumplimiento de la Pragmática Sanción, supervisó la expulsión de los 187 jesuitas residentes en Nueva Granada. Dispuso igualmente que las bibliotecas jesuíticas fueran trasladadas y con sus fondos creó la Real Biblioteca de Santa Fe de Bogotá, que luego sería la Biblioteca Nacional de Colombia, primera biblioteca pública de Nueva Granada.
El 21 de diciembre de 1771 fue aceptada su renuncia al cargo, que se hizo efectiva el 31 de octubre de 1772, para regresar seguidamente a España. Moriría en Madrid el 15 de abril de 1783, a la avanzada edad de 83 años.
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