División Azul: cuando la enfermedad mataba más que el fuego enemigo
Juan Manuel Poyato Galán publica “Bajo el fuego y sobre el hielo”, un ensayo sobre el escalón médico que acompañó a la División Azul en el frente de Rusia durante la II Guerra Mundial
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A pesar de los años transcurridos desde que terminó la contienda más violenta de la historia, siguen desvelándose aspectos que aún despiertan atención e interés. La apertura de nuevos archivos, la desclasificación de documentos, la aportación de nuevos testimonios, hacen de la II Guerra Mundial un conflicto vivo en la memoria. Franco quiso agradecer a Alemania la ayuda prestada durante la Guerra Civil y, sin perder su condición de país “no beligerante”, puso a su servicio la División Española de Voluntarios (DEV, en su acrónimo oficial), más conocida como División Azul, un contingente armado enviado a luchar junto a la potente maquinaria de guerra del III Reich en el frente de Rusia de 1941 a 1943. Juan Manuel Poyato Galán, médico de profesión e historiador, quiso poner el acento en unos de sus aspectos más desconocidos de esta expedición, el sanitario. “Bajo el fuego y sobre el hielo” (ACTAS, 2ª edición), narra esta faceta ignorada y sin apenas referencias, la historia, organización y funcionamiento del escalón médico que acompañó a la División Española en el frente ruso, las dificultades, sus relaciones con la población local rusa, las diferencias con sus colegas alemanes y su propia visión de la guerra, ilustrado con numerosas imágenes de la vida y actividades médicas diarias en el frente.
Poyato ha realizado una enorme tarea de documentación e investigación en archivos oficiales británicos, norteamericanos, alemanes, rusos, españoles y en colecciones privadas. “Han sido 13 años de estudio por lo complicado de encontrar fuentes de acontecimientos ocurridos hace 80 años –explica-. Cuando empecé aún quedaban muchos supervivientes y pude recopilar un material precioso, conservo audios de entrevistas a divisionarios que para mí son de un valor incalculable”.
Lo primero que advierte el autor es que no es un libro técnico, sino un relato que humaniza momentos tan duros. “Por eso he intercalado testimonios orales y escritos, vivencias, recuerdos, anécdotas, documentos filmográficos, entrevistas e, incluso, videoconferencias, pero con cuidado –aclara- porque la memoria es frágil y puede engañar, una cosa son los hechos y otra lo que recordamos o creemos que sucedió. Los testimonios hay que cotejarlos y contextualizarlos para ajustarlos a la realidad –afirma-, aunque utilizar estas fuentes primarias da mucha frescura al relato”.
Más de 25.000 bajas
La sanidad militar es la cenicienta en todos los cuerpos de ejército desde la noche de los tiempos, “sin embargo, es lo más importante, porque se encarga de rescatar bajas producidas en combate –afirma-. Históricamente, los heridos yacían a merced del enemigo implacable, o quedaban indefensos ante bestias carroñeras o una dura climatología que alargaba su agonía”. Este ensayo profundiza en la División Azul desde el punto de vista médico-sanitario, reclutamiento, descripción del material, logística, estructura asistencial en primera línea, hospitales de campaña o la evacuación de las bajas hacia la retaguardia; durante once capítulos detalla y analiza los medios humanos y materiales empleados para prestar un importantísimo servicio a unos soldados que se
encontraron en el frente de mayor letalidad de toda la contienda, como corroboran las estadísticas. “Más de 25.000 hombres entre fallecidos, heridos, enfermos, congelados, mutilados, prisioneros y desaparecidos, cifras cercanas al 56% del total, es decir, uno de cada dos voluntarios fue baja”, señala el autor. Pero, el causante no fue siempre el fuego enemigo, las bajas por enfermedades derivadas del agotamiento, la deficiente alimentación, las carencias higiénicas, los parásitos y las congelaciones en una tropa sometida a temperaturas extremas, superaban a los heridos en acción de guerra, como ya ocurrió a Napoleón. “Al derretirse el hielo y la nieve se formaban grandes charcos con millones de larvas de mosquitos que transmitían paludismo, disentería, malaria y tifus, que junto a las lesiones por la exposición a las bajas temperaturas, congelaciones, hipotermia… diezmaron al ejército sobre todo el primer invierno, 1941, con recursos insuficientes, sin vías de evacuación establecidas aún y las temperaturas más bajas del siglo, -50 º. En 1942 fue distinto, se dotó a los soldados con uniformes de invierno y se les adiestró en protegerse del frío y luchar contra las congelaciones”, explica.
Poco a poco, los mandos españoles lograron poner en marcha una organización de asistencia médica ejemplar. “Cuando llegaron nuestros médicos, enfermeros y auxiliares, los alemanes creían que estaban en el subdesarrollo más profundo y pensaron enseñarlos, pero pronto vieron su nivel, ya venían enseñados de la Guerra Civil, donde habían soportado temperaturas de 40 y 50 bajo cero en Teruel. La gran diferencia eran los medios, su instrumental era mucho más moderno y avanzado. La convivencia con ellos fue un desastre al principio, pero se solucionó pronto”. A Poyato le llamó la atención el recuerdo que quedó en la ciudadanía rusa. “En una aldea donde estuvo desplegada la División, me encontré con señoras de 80 y 90 años que decían buenos días en español, pero solo sabían eso y canciones de cuna en español que de niños les cantaban aquellos soldados morenos y con bigote”. Esos que serían invitados a la celebración del 60º aniversario del final de la II Guerra Mundial en San Petersburgo en mayo de 2005.