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Si no fuese por la victoria en las Navas de Tolosa, “hoy rezaríamos mirando hacia La Meca”

El triunfo cristiano, que abrió la definitiva Reconquista, fue contra el conjunto del Islam: allí había cabilas del Atlas, mujaidines, devotos de todas las regiones de Alá, tribus y clanes llegados del desierto y los mortíferos jinetes arqueros kurdos
Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.DIL
  • Periodista en activo ya en 1989. Desde entonces ha vivido los estertores del tipómetro, el alba de internet y tecleado aquí y allá hasta llegar a La Razón en 2007. Nada como la prensa local para manejar este oficio. Allí la multitarea, y de un tiempo a esta parte más política que otra cosa.

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Hoy en día, el viajero que cruza la autovía de Andalucía tras dejar atrás las últimas laderas de Despeñaperros quizá desconozca que sólo a unos pocos metros tuvo lugar un decisivo enfrentamiento bélico. Allí mismo, el 16 de julio de 1212, miles de combatientes cristianos y musulmanes se enfrentaron en la que se conoce como la batalla de las Navas de Tolosa, un choque épico a la altura de las Termópilas que cambió el futuro de España.
«Si no hubiera sido por la victoria de Alfonso VIII, hoy rezaríamos mirando a La Meca», explica gráficamente Juan Eslava Galán, escritor jienense que analiza con exhaustividad el enfrentamiento en una de sus novelas, «Últimas pasiones del caballero Almafiera» (Planeta). Ese día, tres reyes –Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y el mencionado Alfonso VIII de Castilla– cabalgarían hacia la gloria o hacia una muerte segura. Enfrente les esperaba un enemigo superior en número y confiado en volver a arrollar a los cristianos tras el desastre de Alarcos (1195), el origen del desafío abanderado por Alfonso VIII con bula papal. A los pies de la fortaleza de Ciudad Real había sufrido el castellano una derrota ante los almohades de Al Mansur que ni él ni su abanderado, Diego López de Haro, pudieron olvidar.
Desde Alarcos, la obsesión fue la venganza. Una cruzada promovida por el propio Rey de Castilla, el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, y el Papa Inocencio III –deseoso a toda costa de una victoria en Occidente para equilibrar la derrota de Hattin, en Tierra Santa– se puso en marcha contra los almohades que dominaban Al-Andalus. La ingente máquina de guerra musulmana, dirigida por el califa Muhammad An-Nasir –el llamado «Miramamolín» por los cristianos–, avanzó encomendada a Alá mientras la expedición cristiana partía desde Toledo.
El brutal encontronazo se produjo a las afueras de Santa Elena, en una tierra desarbolada y llana entre montañas que hace unos 40 años fue repoblada de pinos. Recorrer el campo de batalla puede deparar sorpresas. «Hasta hace un siglo, los labradores del entorno surcaban la tierra cuando necesitaban hierro para sus aperos, llenaban un saco y lo llevaban al herrero», afirma Eslava, y «todavía afloran puntas de flecha y otras herrumbres». Tal fue la magnitud de la contienda.
Entonces sólo había matorrales, hoy cuesta trabajo imaginar a la caballería pesada cristiana atravesando el pinar que se extiende por la zona, salpicada de casas de campo y en la que –como entonces– cae a plomo un generoso sol. Pero las «divisiones acorazadas» de la época bajaron al galope desde el Cerro del Rey y cruzaron el Llano de las Américas –en terreno de lo que hoy es Miranda del Rey– en dirección a la Cuesta de los Olivares, donde se encontraba el campamento del «Miramamolín», dejando a su paso un rastro de muerte. «Una carga muy prieta de caballería podía deshacer cinco o seis filas de almohades», apunta Juan Eslava, apasionado de esta historia desde que tenía 14 años.
El triunfo cristiano es contra el conjunto del Islam. En las Navas de Tolosa había cabilas del Atlas, mujaidines, devotos de todas las regiones de Alá, tribus y clanes llegados del desierto y los mortíferos jinetes arqueros kurdos, decisivos en Alarcos y cuya estrategia –eran capaces de disparar y acertar en plena galopada al simular la retirada– de nada les sirvió esta vez frente a los ballesteros y los caballeros españoles. «Una derrota hubiera ralentizado la Reconquista o quizá hubiera echado a perder todo futuro cristiano», asegura Eslava. Tras la batalla, el poder almohade se desmorona. El triunfo permite poner un pie en Andalucía, tomar Baños de la Encina, Baeza y Úbeda y llevar la frontera hasta el castillo de Vilches, avanzada de Castilla al sur de Sierra Morena y punto de partida para reanudar la Reconquista doce años después con Fernando III, nieto del vencedor de las Navas, al mando. Su revancha por Alarcos se había cobrado con creces.

EL CAMPO DE BATALLA

En la salida 257 de la A-4, en Santa Elena, se encuentra el museo de la Batalla de Las Navas de Tolosa, inaugurado en 2009 frente al lugar del combate. Nacido de una idea de Juan Eslava Galán, el complejo es una infraestructura clave en la Ruta de los Castillos y las Batallas, un mirador privilegiado del escenario del crucial choque. La única pega, una visión buenista de los tiempos de la Alianza de Civilizaciones de la era Zapatero.