Así fue la Batalla de Gravelinas, una de las victorias más aplastantes de España sobre Francia
Este 13 de julio, tiene lugar el 464 aniversario de una de las batallas más importantes de los tercios españoles
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Navas de Tolosa, Covadonga, Lepanto... Son los lugares de algunas de las batallas más importantes de la historia de España y que cambiaron el curso de nuestro territorio, tras obtener victorias que quedan en la memoria de los españoles. Hay otras que quizás no se recuerdan tanto, pero tuvieron un importante desenlace. Como es el caso de la Batalla de Gravelinas, de 1558, que este 13 de julio cumple su 464 aniversario. En este territorio, cerca a la ciudad de Calais, las tropas españolas de Felipe II vencieron a las francesas.
La Francia de Enrique II, que había sido humillada anteriormente en la batalla de San Quintín, buscaba venganza y preparó la revancha, con un plan con el que pretendían devolver el golpe a España. Así, reclutó un nuevo ejército en la Picardía (región francesa hasta 2016, cuando se convirtió en Alta Francia tras fusionarse con Norte-Paso de Calais). Al frente se encontraban Luis Gonzaga-Nevers, el duque de Guisa y Paul de Thermes. Además, pidió ayuda al sultán otomano.
De esta forma, tras atacar por varios frentes, consiguió avanzar por la costa arrebatando a los ingleses Calais, Thionville y pasar el río Aa por su desembocadura, conquistando Dunkerque y Niewpoort y amenazando Bruselas tras entrar en Flandes. Todo con un ejército de 12.000 infantes, 2.000 jinetes y artillería. Mientras tanto, los aliados otomanos acosaban a los barcos españoles en el Mediterráneo para que no pudieran enviar refuerzos por vía marítima.
Pero Felipe II contaba con un as en la manga: Lamoral Egmont, un militar entregado curtido en batallas y entregado a la épica. Elegido por el monarca para liderar la ofensiva española, las tácticas de Egmont, quien les esperó en las cercanías del río Aa. Los españoles pillaron desprevenidos al ejército francés, que de repente se encontró atrapado entre el río a su espalda, el mar y un apelotonamiento de su propia gente.
La venganza de Enrique II provocó la pérdida de posesiones, e incluso su muerte
Tanto los franceses como los ingleses desplegaron toda la potencia de su artillería, pero la diferencia la marcó la habilidad de los arcabuceros españoles, que causaron enormes daños a los franceses y las cargas de caballería lideradas por Egmont. En Gravelinas, el ejército español provocó que la caballería fracasase, aunque la infantería sí cumplió con su misión. Además, a mitad de la batalla, aparecieron naves inglesas que abrieron fuego contra las posiciones galas.
El intento de Enrique II de revancha no salió como esperaba y fue un competo fracaso. De toda la armada francesa en la batalla, tan solo lograron escapar alrededor de un millar de hombres. El resto, murió en batalla, en un estrepitoso baño de sangre, o fueron hechos prisioneros. De este modo, e monarca francés se vio obligado a firmar una paz con muchas concesiones a favor de Felipe II.
El 2 de septiembre de 1559, se firmó la Paz de Cateau-Cambrésis, uno de los tratados más importantes del siglo XVI. La monarca inglesa, Isabel I, también se unió a las conversaciones para diseñar un nuevo estatus europeo.
Francia se quedó con la recién conquistada Calais y varias plazas como San Quintín, mientras España recuperó sus territorios en Flandes. Los cambios más importantes se sucedieron en Italia, donde Enrique II tuvo que devolver todas sus posesiones —en Saboya y el Piamonte— a los aliados de Felipe II.
Además, con el tratado, tuvo lugar el arreglo matrimonial mediante el cual Felipe II se casó con Isabel de Valois, hija de Enrique II. El tratado no solo puso fin a los enfrentamientos en este lugar, sino que llevó a Enrique II a perder posesiones, e incluso la vida, tras su muerte durante la celebración de un torneo para festejar la futura boda una lanza que se le clavó en el ojo.
Lamoral Egmont, de héroe a villano
Como premio, Lamoral Egmont recibió por parte de Felipe II el cargo de estatúder de Flandes y Artois en 1559, lo que le situó como uno de los más poderosos nobles de un país al borde de estallar en protestas religiosas. Pero la primera reacción del monarca fue la de reprender al flamenco en sus cartas, pues había entablado combate sin su consentimiento ni el del mando superior, el Duque de Saboya.
Una estrategia temeraria, acorde con su inclinación hacia los riesgos, que podía haberle hecho perder la batalla, lo que hubiera supuesta la gran probabilidad de perder Flandes y hubiera dejado al imperio gravemente herido.
No obstante, Egmont pidió a Felipe II que rebajara la persecución religiosa, junto a Felipe de Montmorency, Conde de Hornes. Desde el principio ambos nobles se alinearon (aunque no alcanzaron la virulencia de Guillermo de Orange, considerado un rebelde que se opuso a la política del monarca).
En 1560, Egmont y Orange renunciaron a sus cargos en el Ejército Imperial y exigieron la salida del país de los soldados de nacionalidad española. Egmont, cinco años más tarde, viajó hasta Madrid y se reunió con Felipe II, que fingió escuchar su petición por un cambio en la política religiosa en los Países Bajos. Durante meses, se limitaron a entretenerle durante meses con falsas promesas, y así, Egmont regresó a Flandes haciendo creer su éxito en las negociaciones.
Pero en 1567, el Duque de Alba se desplazó a los Países Bajos con instrucciones muy claras, entre ellas, la orden de ejecutar a los tres líderes más visibles de la rebelión. Guillermo de Orange huyó, pero Egmont y el Conde de Hornes se quedaron e incluso recibieron al general.
El 9 de septiembre de aquel año, invitó a Egmont y Hornes a un banquete en nombre del hijo de Alba, el Prior Hernando, que terminó con el capitán español Sancho Dávila deteniendo a los líderes rebeldes. Fue ejecutado posteriormente por orden de Felipe II.