Cortesana, espía, “femme fatale”; ¿quién fue en realidad Mata Hari?
Con sus bailes y su hermosura se labró una vida de cortesana de élite, para poder sobrevivir
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El 15 de octubre de 1917, en plena I Guerra Mundial, fusilaron en Vincennes -departamento de Valle del Marne- cerca de París a Margaretha Geertruida Zelle por espía, con 41 años. Una mujer que ha pasado a la historia como una femme fatale, pero que, en realidad, no lo fue tanto. También en símbolo de espionaje y de historias alrededor de esta palabra que están más en la imaginación de los autores, que a la realidad. Nos estamos refiriendo a la mítica Mata Hari, que en malayo significa “ojo del día”. Bailarina, cortesana y espía. Ahora bien, en realidad, ¿quién fue Mata Hari?
Nació en Leeuwarden, Países Bajos, el 7 de agosto de 1876. Aunque muchos consideran que por el hecho de ser espía y vivir aventuras, su vida era muy feliz, la realidad es todo lo contrario. Su marido la maltrataba. Para huir de esa vida atormentada, cambió de personalidad y se convirtió en una princesa de Java. Con sus bailes y su hermosura se labró una vida de cortesana de élite, para poder sobrevivir. Entró en el mundo del espionaje por necesidad, para seguir comiendo. El final fue la culminación de una vida con múltiples placeres, pero vacía de felicidad.
Se casó con su marido por un anuncio en la prensa. Leyó que Rudolf MacLeod, capitán del ejército de las Indias Orientales Neerlandesas, de 38 años, buscaba esposa. Concertaron una entrevista. Él era 20 años mayor que ella. Se prometieron y, después de casarse, se trasladaron a vivir a Java. Si en un primer momento parecía que todo sería idílico, las cosas cambiaron a los pocos meses. Rudolf se volvió alcohólico. Durante sus borracheras maltrataba a Margaretha. Por su mal carácter sufrieron un intento de envenenamiento como consecuencia de ello murió Norman, su hijo de 2 años. Para reestablecerse de su adicción regresaron a Europa en 1902.
Las cosas no mejoraron y se separaron. Su única hija, Jeanne, fue forzada a vivir con su padre. Margaretha, sola, tuvo que espabilarse para sobrevivir. Es en este momento cuando se transforma en Mata Hari. Ella era una princesa de Java. El desconocimiento que Europa tenía de ese país, permitió que su personaje triunfara. Para ganarse el favor del publico se inventó que era una princesa iniciada en las danzas sacras del hinduismo. Como que nadie sabía si aquella que veían era real o no, la aceptación fue positiva.
En París empezó a trabajar en diversos espectáculos. También actuaba en fiestas privadas. Mientras bailaba se iba despojando de las ropas -o pocas ropas- que llevaba, hasta quedarse prácticamente desnuda. Sólo conservaba un peto enjoyado que le cubría los pechos. Gracias al personaje de Mata Hari se convirtió en la amante de personajes ricos y poderosos. Fue una novedad en el París de principios del siglo XX. Ahora bien, aquella muñeca de porcelana tenía todos los números para acabar rompiéndose. En la ciudad de las luces todo era susceptible de ser copiado. A aquellos hombres no les importaba la veracidad de la historia. Por eso empezaron a salir imitadoras, más jóvenes, que la empezaron a arrebatar su trono principesco, al ser más atrevidas que ella. Para sobrevivir aceptó trabajos como modelo erótica.
Y llegó la I Guerra Mundial. Las cosas empezaron a cambiar en aquella caduca Europa. No solo desaparecerían los imperios, sino el gusto y las modas. El placer dio paso a la información, una pieza clave en cualquier conflicto bélico. Mata Hari podía ser la persona adecuada para conseguir la información que muchos deseaban. A ella le iría bien porque ganaría un dinero que le escaseaba y necesitaba.
Espía doble
En un primer momento fueron los alemanes que contactaron con ella para que les diera información. Después los franceses. En poco tiempo se convirtió en una espía doble. Y es aquí donde se acaba la historia romántica de Mata Hari. Nunca fue una espía crucial que pasó a un bando o a otro secretos que pudieran inclinar la balanza de la guerra. Su poder era muy limitado. La información que transmitió eran cotilleos de alcoba e historias picantes sobre la vida íntima de diversos oficiales. Nunca pasó información de valor estratégico o vital que pudiera influir en el desarrollo de la I Guerra Mundial.
Juzgada y ejecutada
La detuvieron el 13 de febrero de 1917. Durante los interrogatorios declaró que siempre había sido fiel a Francia. “¿Una ramera? Si, pero una traidora, ¡nunca!”. En el juicio se puso en evidencia que se juzgaba a una persona inocente. Que muchas de las acusaciones eran infundadas. Sin embargo, Francia necesitaba trasladar la responsabilidad de sus fracasos militares a alguien, y esta fue Mata Hari. Nadie la defendió. Dejaron que se rompiera la muñeca de porcelana sin mover un solo dedo. Se la sentenció a muerte porque, por culpa de ella, habían muerto 50.000 soldados. Los soldados murieron, pero no por culpa de Mata Hari.
La madrugada del 15 de octubre de 1917, en el Chateau de Vincennes, a las afueras de París, Mata Hari fue colocada delante de un poste. Frente a ella un pelotón de fusilamiento integrado por 12 hombres. No permitió que le vendaran los ojos. Se produjo la descarga. Lenta, inerte, se acomodó de rodillas, con la cabeza siempre en alto, y sin el menor cambio de expresión en su rostro. Por una fracción de segundo pareció tambalearse allí, de rodillas, mirando directamente a los que le habían quitado la vida. Luego cayó hacia atrás, doblando la cintura, con las piernas dobladas debajo de ella. Un suboficial se acerco a ella y le dio el tiro de gracia en la cabeza.
Mata Hari ni Margaretha Zelle tiene una tumba en la cual depositar un flor. Nunca nadie reclamó su cuerpo. Este lo utilizaron en las clases de disección de la escuela de medicina de París. Su cabeza fue embalsamada, pero desapareció para siempre pocos años después de su muerte. Como epílogo sus propias palabras: “no sé si en el futuro se me recordará, pero si así fuera, que nadie me vea como a una víctima sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó pagar”.