James Holland pone patas arriba el desembarco de Normandía
El historiador vuelve a diseccionar la Segunda Guerra Mundial con una investigación que analiza aquel 6 de junio de 1944 y las semanas posteriores en un volumen que cuestiona gran parte de lo que creemos saber de esta gran campaña
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Seguramente, el agente doble más imaginativo e ingenioso que el mundo ha conocido haya sido el catalán Joan Pujol, un ciudadano cualquiera que, al estallar la guerra, se planteó que un hombre puede servir en dos frentes. Atento a los avances de Hitler por la emisora de radio BBC, resolvió entonces que tenía que intervenir para frenarlo, y se ofreció voluntario a los Aliados sin saber nada del mundo del espionaje. Con todo, eso no le impidió trabajar para los alemanes, ante los que actuó inventándose una historia tras otra para que lo ayudaran a espiar a los ingleses a favor de los hitlerianos. Pujol consiguió engañar a la organización de inteligencia militar alemana y hacer creer que quería prestar sus servicios como un nazi más. Pero lo que hizo fue usar la información que iba obteniendo y confundir a los alemanes al respecto del sitio donde iban a entrar las tropas americanas en Europa, lo que acabaría siendo el desembarco de Normandía.
Por esa playa, en la mochila de un soldado estadounidense llamado J. D. Salinger, irían agrupados los folios que este estaba escribiendo de una novela llamada «El guardián entre el centeno». El escritor se había formado militarmente en Pensilvania, y tendría una brutal experiencia bélica, sufriendo en sus carnes cinco sangrientas batallas. En suma, estamos en un episodio histórico de primera magnitud que podemos relacionar aún con secuelas sociales o vidas de personas próximas en el tiempo y en el espacio.
Huelga decir que la Segunda Guerra Mundial, y en concreto el desembarco de Normandía, ha sido objeto de innumerables tratamientos, tanto desde el cine como desde la literatura y la investigación histórica. Antony Beevor, en «El día D. La batalla de Normandía» (2009), trasladó al lector hasta las tripas de esta contienda; Ben Macintyre, en «La historia secreta del Día D», (2013), investigó la acción de los agentes dobles (además de Pujol) Roman Czerniowski «Brutus», Dusan Dusko «Popov», Elvira de la Fuente o Lily Sergeyev; Peter Caddick-Adams, en «Monty y Rommel. La biografía de los dos grandes generales europeos de la Segunda Guerra Mundial» (Ático de los Libros, 2016), abordó la trayectoria de dos líderes, uno de cada bando, el inglés Bernard Law Montgomery, apodado Monty, y el alemán Erwin Rommel –obligado a suicidarse ingiriendo veneno, al ser sospechoso de participar en un complot para asesinar a Hitler en 1944– que tuvieron muchas curiosas concomitancias personales y se profesaron gran respeto.
El autor hablaba de que ambos generales fueron sobre todo ases de la comunicación. Monty demostró una gran psicología y habilidad a la hora de encararse con los soldados para insuflarles coraje. Fue el caso de un mensaje «lleno de terminología bíblica y cinegética, apropiada para el hijo de un obispo que además era un buen jinete». La ocasión fue el desembarco de Normandía, y en ese «mensaje personal del comandante en jefe. Para ser leído en público a todas las tropas», Monty dijo que había llegado el momento «de asestar al enemigo un golpe fenomenal en Europa Occidental», enviaba «en la víspera de esta gran aventura mis mejores deseos a todos los soldados del equipo aliado», convencido de que se le había concedido «el honor de dar un golpe en nombre de la libertad que perdurará en la historia y, en los mejores días que están por venir, los hombres hablarán con orgullo de nuestras gestas». Y acababa diciendo que tenía plena confianza en la operación, arengando a que, «con el corazón fuerte y con entusiasmo por el reto, avancemos hacia la victoria».
Ahora es otro portentoso historiador, amén de divulgador televisivo, James Holland, que ha publicado otros tres libros extraordinarios en Ático de los Libros, quien se interna en ese Día D que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo, sin duda, en «Normandía 1944. El día D y la batalla por Francia» (traducción de Joan Eloi Roca), habrá sido cuestionar mucho de lo que creemos saber sobre esta campaña, de tal modo que, recurriendo a archivos y testimonios inéditos –procedentes de soldados rasos y altos cargos, claro está, y también de pilotos de bombarderos, enfermeras o miembros de la Resistencia–, da una mirada renovada de aquel suceso tan determinante. El cual empezaría el 6 de junio de 1944 y tendría continuidad durante 76 días de tremendos combates en Francia, lo que, al fin y a la postre, marcaría el principio del fin de la Alemania nazi.
Distorsiones y estrategias
Holland afirma que, pese a que disponemos de infinita información y que cada año millones de personas peregrinan a Normandía para ver las playas de la invasión y los cementerios de guerra, paradójicamente, «se han colado en el relato tradicional muchas distorsiones y hay una serie de asunciones que se han calcificado y ahora pasan por hechos, cuando basta una somera investigación para poner de manifiesto que, en el mejor de los casos, la verdad es más compleja y, en el peor, tales asunciones son completamente erróneas». Según él, se ha abordado esta campaña solo desde la perspectiva del nivel más alto de mando y desde la de los soldados en la línea del frente, pero mucho menos desde la mecánica de la guerra, esto es, «el nivel de análisis que estudia qué es lo que permite a los bandos mantener sus operaciones y sus objetivos globales –su estrategia– y combatir a un nivel táctico del modo más conveniente a sus objetivos bélicos».
Las propias investigaciones y conclusiones de Holland han contribuido a ello. El estudioso, así, defiende el hecho de que existe la tentación, al reflexionar sobre el Día D, «de dar por sentadas buena parte de su planificación, organización y escala. Después de todo, ¿a quién le importan la logística y los cientos de miles de administrativos, estibadores, marineros de la marina mercante y contables?». Se nos ha proporcionado la historia del Día D por medio del movimiento de las lanchas y naves de desembarco, con asustados jóvenes a punto de asaltar las playas. Sin embargo, «ellos eran solo la punta de lanza. Tuvieron la mala suerte de tener la edad y la forma física adecuadas para encargarse de los combates, pero eran una minoría en la “guerra grande” que Estados Unidos y Gran Bretaña habían desarrollado durante los dos años anteriores».
En verdad, se trató de una guerra totalmente industrializada, dice Holland, avanzada tecnológicamente, lo cual requería una planificación continua. «No era solo cuestión de adiestrar al número necesario de hombres y de fabricar suficientes fusiles y ametralladoras, sino también de mantenerlos alimentados y apoyarlos con la cantidad necesaria de asistencia médica, combustible, ropa y munición»; y todo esto requería una capacidad de transporte marítimo casi inconcebible. De tal modo que Holland explora cada decisión, documenta, con gran tono narrativo, cada lugar donde se produjo algo suficientemente importante para el devenir de la guerra, y lleva al lector a sitios de paz y armonía donde el mayor de los infiernos podía emerger en un segundo; en definitiva, a una de las áreas más hermosas del norte de Francia, que «fue devastada por las terribles masacres de dos ejércitos destruidos que trataban de huir. Las carreteras y los caminos estaban cubiertos de hombres muertos, caballos y vehículos destrozados». Y así durante dos meses y medio hasta el fin del conflicto.
«Normandía 1944» (Ático de los Libros), de James Holland, 928 páginas, 39,90 euros.