Stalingrado, la batalla por la memoria
El historiador Xosé M. Núñez Seixas relata en un notable ensayo cómo la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en una herramienta para afianzar las distintas identidades nacionales en el Este de Europa
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La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, pero la batalla por su relato prosigue abierta. Para un 80 por ciento de los rusos es el mayor acontecimiento de la historia de su país, mientras un 44 lo consideran un conflicto que se libró por «la supervivencia de la patria» y otro 27 sostiene que fue una contienda «contra el fascismo y por la libertad y la democracia del mundo», lo que no está exento de ironía teniendo presente que apenas cuentan con un pasado democrático. Pero eso no importa. La Gran Guerra patriótica es en la actualidad uno de los mayores elementos de cohesión de la moderna identidad rusa y forma parte de un capítulo imprescindible de la mitología de su nacionalismo.
«Esto es así casi desde aquellos mismos días. Stalin sabía que no lograría movilizar a la población en defensa del régimen. Solo quedaba invocar a la patria, al invasor que quiere destruir la cultura milenaria de los rusos. De hecho, en la propaganda soviética durante este periodo se recogían referencias a antiguos héroes, al enfrentamiento contra los turcos y la invasión napoleónica. Las alusiones al sistema comunista eran pequeñas en realidad», dice Xosé M. Núñez Seixas, que reflexiona en «Volver a Stalingrado» (Galaxia Gutenberg), Premio Internacional de Ensayo Walter Benjamin, cómo se ha incorporado el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial a los discursos políticos actuales, qué narrativas se construyen a su alrededor y cómo sobrevive hoy en día en la memoria de los diferentes pueblos del Este de Europa.
«A partir de 1946, la apelación al sacrificio soviético con Stalin y luego también con sus sucesores pretendía insistir en dos cuestiones primordiales: señalar que la guerra librada había sido la gesta forjadora de la URSS, una idea que tenía más capacidad para crear puntos de consenso que la propia Revolución de octubre de 1917, que se consideraba ya entonces como la prehistoria de la URSS, y, después, muy importante, legitimar los sacrificios llevados a cabo en las décadas de los años 20 y 30 junto a los excesos del estalinismo. Se argumentaba que gracias a eso se erigió un sistema capaz de soportar las tensiones de una economía de guerra. Aunque el acento siempre se ponía en el heroísmo que demostró el pueblo», asegura el autor.
Este planteamiento todavía disfruta de una enorme vigencia y no ha quedado obsoleto. De hecho, como revela el historiador, la derrota de Hitler es uno de los elementos unificadores del alma rusa actual, algo que reflejan la mayor parte de las encuestas. «Para los rusos la gran gesta del siglo XX es la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Sienten un enorme orgullo por eso». El asunto radica en si es observado de igual manera por otras naciones de este mismo entorno: «Para los Países Bálticos o Ucrania, este evento se ve desde un prisma bastante diferente. Ellos se contemplan a sí mismos como países mártires, donde muchos de sus patriotas no tuvieron la posibilidad de elegir el bando. Para los ucranianos suponía estar entre el fuego y la sartén, y en otras partes se asegura que jamás pudieron luchar bajo sus banderas debido a las circunstancias de ese momento».
Para Ucrania, que había padecido los horrores del «Holodomor», considerado por ellos un genocidio inducido desde Moscú, la Segunda Guerra Mundial es contemplada como una doble invasión: primero a manos de los alemanes y luego por Stalin. Putin, que intenta recuperar el halo de superpotencia que tuvo la URSS, ha regresado a este discurso para legitimar la ocupación de Ucrania y convencer a sus conciudadanos de la necesidad de librar este combate. «El Kremlin juega con la memoria en internet, en Twitter... hay una apelación recurrente al sacrificio soviético, al antifascismo retórico. Lo hemos vivido con la invasión de Ucrania. El 9 de mayo de 2021 hablaba de las manos manchadas con sangre rusa, hablaba de los nazis que están revisando la Historia y podría deducirse que se refería a Polonia, a los Países Bálticos, pero, sobre todo, se dirigía a Ucrania».
Tierras defensivas
Para el historiador todo esto no es más que «una pantalla de humo» de Putin, que pretende reconstruir el área de influencia soviética o del imperio zarista. Aspira a recuperar esas tierras defensivas «de regímenes dóciles y dominados por dirigentes amigos, como Bielorrusia». Busca, según Núñez Seixas, legitimación exterior y también interior. «Esto le ha funcionado bien hasta ahora, mientras no se convirtiera en una guerra indiscriminada y los soldados fueran personas procedentes de otras partes de su territorio más marginales y no los hijos de las clases medias de San Petersburgo». Y explica: «Ha fracasado en su objetivo. En varios pronunciamientos públicos, señaló que Ucrania era un país artificial, que su identidad también era una invención y que la república ucraniana fue un error de los bolcheviques. Creía que la mayoría que apoyaba a Rusia iba a recibir a sus tropas como liberadoras y que el gobierno se derrumbaría como un castillo de naipes.... pero se equivocó. La ciudad de Jarkov rendía culto a la resistencia que plantó a las fuerzas alemanas. Pensaban que sus partidarios de esta ciudad le apoyarían, pero no tuvo en cuenta que ellos también son ucranianos y que no quieren que se les imponga nada desde fuera. Estos siete meses de guerra con Ucrania han cimentado la conciencia nacional de Ucrania más que treinta años de políticas educativas dirigidas desde Kiev. Hoy Jarkov es más ucraniana que nunca».
¿Qué podría suceder si Rusia se quedara en Ucrania o llegara a invadirla? Para Núñez Seixas no existen dudas al respecto y asegura que «si Putin llegara a anexionar Ucrania tendría un problema muy gordo, una Chechenia multiplicada por veinte. Esta guerra le va mal a todos. Mi impresión es que está preparando el terreno para una salida digna. Quiere forzar a Ucrania a firmar una paz por cansancio y que acepte unas conversaciones de paz. Aspira a que se consienta que se quede con Crimea, Lugansk y Donetsk, y que estos territorios formen parte de la federación rusa».
El motivo, para Núñez Seixas, es que «no puede retirar tropas. Supondría la caída de Putin». Una posibilidad que está ahí. «En los últimos treinta años, las élites se han occidentalizado. Los oligarcas envían a sus hijos a colegios que enseñan en otros idiomas. Ellos tienen pasaportes suizos, alemanes, y no quieren ir a la guerra. La reciente captura de la grabación de un hijo de estos oligarcas lo deja claro. Les han llamado a filas y dice que “esto habrá que solucionarlo a otro nivel..”.. Existe la posibilidad de que los rusos estrechen lazos con China y que consuman productos chinos, pero, como me comentó un corresponsal de Moscú, a los rusos les gusta demasiado Netflix. Además, existen unos elementos de la subcultura juvenil de masas que ya están demasiado asumidos. Los jóvenes rusos están familiarizados con el mundo anglosajón, lo que va a ser difícil de romper. En realidad, este conflicto supone un retroceso de treinta o cuarenta años. Es volver al siglo XX».