Historia
Así fue el mayor ataque de tiburones jamás documentado: 150 muertos
Alrededor de 900 tripulantes del USS Indianápolis estuvieron durante 4 días abandonados en el mar, heridos, sin agua y expuestos a los ataques de feroces depredadores
El ataque de tiburones a personas que practican deportes acuáticos o simplemente se encuentran nadando suelen saltar a las portadas de los periódicos cada cierto tiempo. La última se produjo ayer cuando una joven murió y un varón resultó herido de gravedad después de que un tiburón los atacara en la costa norte de Nueva Gales del Sur, en el este de Australia. Pero el ataque de este tipo más recordado de la historia es el que afectó a los tripulantes del USS Indianapolis.
El 30 de julio de 1945, el acorazado estadounidense zarpó para completar una misión crucial: transportar los componentes que acabarían formando la bomba atómica de más de 4 toneladas que poco después (el 6 de agosto) sería lanzada por el Enola Gay en Hiroshima y provocara ese día entre 50.000 y 100.000 muertes y asolara 60.000 edificios, dos tercios de los que había en la ciudad.
Nadie a bordo conocía el verdadero contenido del cargamento que transportaban. En plena noche, dos torpedos lanzados desde un submarino japonés partieron por la mitad el Indianápolis y se hundió en las aguas del Pacífico en menos de 12 minutos. La embarcación de guerra,de 186 metros de eslora y 10.000 toneladas de peso, llevaba a bordo a más de 1.190 personas. A pesar del impacto de los torpedos, unos 900 consiguieron evitar la muerte en ese momento. Sus condiciones eran trágicas. Había muchos heridos, estaban cubiertos de combustible, no tenían botes salvavidas suficientes y la esperanza de que pudieran ser rescatados de forma rápida era casi nula. El mensaje de auxilio no recibió respuesta. Nadie hizo nada. No hubo operación de rescate. Cuatro días después, un avión realizaba una patrulla por la zona y vio los cuerpos de un grupo de hombres flotando, la mayoría había muerto.
El calor abrasador de día, el frío infernal de noche, la sed y deshidratación les hacía tener alucinaciones. Además, la sangre de los muertos y de los heridos agravó su situación aun más. Atrajo a los tiburones.
Las posibilidades de supervivencias eran escasas. El agotamiento, las heridas sufridas por las explosiones o el "envenenamiento por el agua salada provocaron la muerte de muchos. Pero otros quedaron expuestos a las criaturas del mar. No existen cifras oficiales pero algunos relatos de la época indicaron que hasta 150 de los supervivientes fueron atrapados por los tiburones. Uno de los supervivientes relataría años después el infierno por el que pasaron: “Cada vez que un tiburón subía como un rayo y arrastraba a un compañero, se oían gritos, caos... era como si el mar quisiera devorarnos uno a uno”.
La salvación se produjo de manera casual. El avión que patrullaba la zona dio aviso de que había manchas de fuel y personas flotando en el agua. A pesar de tener órdenes de no intervenir, el piloto de un hidroavión decidió aterrizar en mitad del oleaje, arriesgando su vida. De los 900 supervivientes a las explosiones, sólo 316 lograron regresar a casa con vida.
La tragedia pasó desapercibida para el mundo en general. El Gobierno norteamericano decretó silencio administrativo. Era un momento clave de la guerra y no podía permitir que se conociera la catástrofe hasta que la victoria en el conflicto fuera evidente. Más concretamente, hasta después del anuncio de la rendición de Japón. Fue en ese momento, en el que se dio a conocer el trágico incidente, uno de los incidentes más trágicos en la historia naval estadounidense, y el mayor ataque de tiburones de la historia.
Para tratar de exculpar a las autoridades norteamericanas de la tragedia, había que buscar un chivo expiatorio. Y lo más fácil era culpar al comandante. Charles B. McVay III fue acusado de negligencia por no haber maniobrado con zigzag, táctica habitual para tratar de evitar el ataque de submarinos. McVay III fue condenado y se convirtió en el el único capitán de la Marina de Estados Unidos en ser juzgado por la pérdida de su buque durante la guerra. El comandante tuvo que vivir con la carga de la culpa, el odio de muchas de las familias y el estigma por lo ocurrido, hasta que en 1968 decidió poner fin a todo y se suicidó. El reconocimiento le llegó años después, tras una tras una intensa campaña de compañeros y familiares, cuando el Congreso decidió exonerarle oficialmente de lo ocurrido.
La tragedia también marcó la vida de los supervivientes, que en cada una de las conmemoraciones, incluso 70 años después, recuerdan que “como fuimos abandonados, no queremos que nadie olvide”.
El pecio partido del Indianapolis yace en el lecho del océano y para los historiadores sigue siendo “el hundimiento más atroz del Pacífico y el ataque masivo de tiburones más letal jamás documentado”.