Historia guerrera
Bronce y mimbre: la superioridad del soldado griego frente al persa
El persa era un ejército mucho más sofisticado que el griego, que se basaba únicamente en la infantería de línea
Por dos veces trataron los persas de conquistar Grecia en los años 490 y 480-479 a.C. Por aquel entonces el Imperio persa era un auténtico coloso que se extendía desde la moderna Bulgaria por el noroeste hasta Egipto por el sur y el valle del Indo por el este, y sus riquezas y capacidad de movilización tanto de combatientes como de recursos eran infinitamente superiores a los de las pequeñas ciudades griegas. Y, sin embargo, estas últimas se demostraron una y otra vez mejores en el campo de batalla, infligiendo derrotas inapelables a contingentes persas que casi siempre los superaban en número, como sucedió en los casos de Maratón, Salamina, Platea o Mícale.
Esta sucesión de derrotas condujo finalmente al fracaso de las expediciones y, con ellas, del proyecto persa de anexión de toda Grecia. ¿Cómo fue posible que las pequeñas ciudades griegas fueran capaces de doblegar al gigante persa? Los historiadores han debatido extensamente tratando de explicar esta aparente paradoja, para la que quizá nunca tengamos una respuesta clara. Ahora bien, lo que podemos constatar es que en aquellas guerras se enfrentaron dos modelos de ejército y de forma de combatir prácticamente contrapuestos.
Buen equilibrio
Por aquel entonces los persas traían consigo un ejército multinacional en el que tenían cabida muchos tipos de tropas, pero que, por encima de todo, contaba con un buen equilibrio entre las distintas armas, pues integraba tanto infantería de línea como ligera (o de hostigamiento), así como arqueros y caballería, e incluso, en ocasiones, carros de guerra. Se podría decir, por tanto, que el persa era un ejército mucho más sofisticado, y eso significa que un comandante experimentado podría aprovechar las virtudes de cada tropa y emplearlas de forma complementaria entre sí (la caballería para reconocimiento del terreno y hostigamiento, la infantería de línea para el choque cuerpo a cuerpo y la conservación de una posición, la infantería ligera para hostigar y cubrir huecos, los arqueros para causar bajas a distancia, etc.), maximizando así la eficacia de cada arma.
Los contingentes griegos, por el contrario, se basaban casi únicamente en la infantería de línea, armada al estilo hoplita y formada en falange. En esencia, un muro continuo de lanzas y escudos en el que los unos protegían a los otros, nadie se adelantaba ni se quedaba atrás, y todos avanzaban en sincronía, lenta pero inexorablemente. Una formación prácticamente invencible mientras cada hombre y cada escudo permanecieran en su lugar. Los griegos confiaban en obtener la victoria en un único y a menudo breve, aunque muy violento, choque frontal entre la falange propia y la ajena. La caballería griega era prácticamente inexistente, y la infantería ligera tenía una función muy secundaria, proteger los flancos de la falange. Se comprende que, con estas premisas, la maniobra táctica era muy rudimentaria, casi inexistente.
Con todo, la sencilla y rudimentaria –pero sólida– falange hoplítica se mostró superior al modelo persa. El historiador Heródoto nos proporciona una posible clave para comprenderlo. Según él, la mayor desventaja de los persas residía en su equipo, «que carecía de armas defensivas, pues combatían contra hoplitas cuando ellos iban armados a la ligera» (Heródoto, IX.63). En efecto, no cabe duda de que el equipamiento del hoplita era técnicamente superior en el combate cuerpo a cuerpo. Dotado de una coraza ("linothorax") que le cubría el torso, a menudo fabricada con capas de lino encoladas unas sobre otras, de un casco de bronce ("kranos"), grebas ("cnémides") y un escudo redondo muy amplio ("aspis") que le permitía cubrirse a sí mismo y a su compañero de la izquierda, el combatiente hoplita estaba mejor equipado que sus homólogos persas.
Y, aunque en efecto algunas tropas persas contaban con protecciones corporales, parece evidente que no lo hacían en la proporción de sus homólogos griegos y, lo que es más relevante, parece que tampoco enfatizaban las formaciones de infantería pesada cohesionada y regulada, como sí lo hacían los hoplitas. Así, frente al escudo de madera y bronce del hoplita, los persas parecen haber empleado paveses de mimbre trenzado. De resultas, una vez trabado el combate cuerpo a cuerpo entre las dos masas de combatientes, la ventaja tendería a estar del lado griego, quienes suplían la falta de complejidad con una férrea formación de combate cerrado y un equipo defensivo muy superior. Además, puesto que cada hoplita sabía lo que debía hacer y lo que no, los griegos podían permitirse comandantes mediocres. Si a ello sumamos la tenacidad propia de quien defiende el territorio propio frente a un invasor, podemos comprender que la balanza se decantara claramente del lado griego.
Para saber más...
- "Platea y Mícale" (Antigua y medieval, n.º 85), 68 páginas, 7,50 euros.
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