España hace cincuenta años
Cuando Santiago Carrillo llamó «necio» a Juan Carlos I
En una entrevista con Oriana Fallaci, al comunista se le fue de las manos, hablando de su habilidad con las pistolas, o tildando al Rey de «la marioneta de Franco»
El capitán García-Plata recibió dos tiros a la entrada de su domicilio en París el 8 de octubre de 1975. El agregado militar español sobrevivió a un atentado cometido por un grupo denominado «Brigada Internacional Juan Paredes Menot», una banda en honor al etarra fusilado el 27 de septiembre anterior. ETA dijo que no tenía nada ver. No le hacía falta: el 5 de octubre había asesinado a tres guardias civiles, y seguiría con uno a la semana hasta final de mes.
En esas mismas fechas, Santiago Carrillo concedió una entrevista a Oriana Fallaci para la revista «L’Europeo». Se publicó el 10 de octubre de 1975. El comunista estaba conmocionado por el fusilamiento de cinco terroristas. En realidad, lo estaba todo el PCE, que denunciaba la dictadura franquista prometiendo otra dictadura. De hecho, la Pasionaria calificó a los terroristas ejecutados como «jóvenes antifascistas que luchan por la libertad». La verdad es que no mataban por las libertades ni por la democracia, pero así lo vendían los comunistas.
Fallaci tomó asiento en el despacho de Carrillo en París. Ninguno de los dos era ingenuo. Sabían que cada palabra tenía un peso y una trascendencia, especialmente cuando la muerte estaba a punto de visitar a Franco y el príncipe Juan Carlos esperaba el óbito para iniciar la transición. Toda Europa miraba a España. En nuestro país no solo se jugaba el establecimiento de una democracia, sino la batalla entre socialdemócratas y comunistas para ser la fuerza hegemónica de la izquierda. Ningún país europeo quería que se repitiera en España la violencia en Portugal ni el protagonismo comunista. Tampoco se quería que el PCE, como pasaba en Italia, fuera la alternativa a la derecha.
Fallacipreguntó al comunista español por la transición. Sabía que Carrillo se había unido a la Junta Democrática, que postulaba la ruptura con un método revolucionario de formación de juntas y el autonombramiento de un gobierno provisional, como en 1931, para iniciar un proceso constituyente. Carrillo no dudó: si el cambio no era pacífico, recurrirían a una «sublevación popular». La violencia era odiosa pero necesaria en ocasiones. «No podría jamás colocar una bomba bajo el automóvil de Carrero Blanco –declaró–, pero puede estar segura de que si mañana fuera necesaria una insurrección usted me vería con el revólver en la mano».
Contradictorio y venal
Ahí la entrevista se le fue de las manos a Carrillo. Empezó a hablar de lo bien que manejaba la pistola. «He hecho la guerrilla» durante «nueve años», explicó. No sabía si era «buen tirador», pero aseguraba que apuntaba «para matar. Y he matado. Y no estoy seguro de que esto me guste, aunque no me arrepiento de haberlo hecho». Debió darse cuenta de la barbaridad que decía, y añadió que una guerra civil era «repulsiva». Contradictorio y venal, dijo que había que amnistiar a los terroristas –cosa que no ocurrió en 1975, y cuando se hizo, en 1977, los amnistiados cometieron diez años después el atentado de Hipercor–.
«A Franco me gustaría que lo condenaran a muerte», soltó Carrillo a Fallaci. Estaba dispuesto a «respetar la vida de los esbirros» del dictador, pero no la de Franco, cuya sentencia de muerte firmaría. No quería que muriera en la cama, sino que soñaba con un levantamiento general que apresara al gallego, lo juzgara y ejecutara. Es curioso, pero fue lo que le pasó en 1989 a Ceaucescu, el amigo de Carrillo. «El fin de su tiranía debe verlo con los ojos abiertos», sentenció el del genocidio de Paracuellos del Jarama. No obstante, aclaró, muchos esperaban que la situación se resolviera con la muerte de un «octogenario que ya se orina encima».
Faltaba la guinda del visionario, confirmando que analizaba igual el presente que el futuro. El príncipe Juan Carlos era la «marioneta que Franco manipula como quiere, un pobrecito incapaz de cualquier dignidad y sentido político». Carrillo fue más allá: «Es un necio». Aquel insulto era injusto y absurdo. Nicolás Franco se había entrevistado con el líder del PCE en París en agosto de 1974, y en diciembre de 1975, Manuel Prado y Colón de Carvajal lo hizo en Rumanía, ambos por indicaciones de Juan Carlos de Borbón. La respuesta de Carrillo fue que el Rey no duraría tres meses. Sería «Juan Carlos, el breve».
Ante Fallaci el comunista afinó su previsión. Al príncipe no le quería nadie, «es despreciado por todos». Era mejor que hiciera las maletas y se fuera con su padre. «Si no lo hace –dijo el comunista–, acabará mal. Acabará realmente mal. Corre incluso el riesgo de que lo maten». La entrevista terminó y Fallaci se fue a escribir. «Escuchándole –tecleó–, te preguntas si no sería por ventura cierto que inteligencia y bondad fuesen la misma cosa».