Enheduanna: el primer nombre de mujer se escribió en poesía
Fue la primera mujer en la historia de la que conocemos su nombre, profesión y obra: suyos son los primeros versos registrados, hace cuatro mil años, en escritura cuneiforme
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El primer poema conocido lo escribió una mujer, la cual es la primera mujer en la historia cuyo nombre se conserva. Pero no es su nombre verdadero, sino más bien un título. Se la recuerda como Enheduanna. Y aunque fue testigo de una época muy temprana de la civilización mesopotámica, su existencia está bien documentada históricamente, y hay evidencia tangible de su vida y legado, como un disco de alabastro con su nombre e imagen, así como sellos pertenecientes a sus sirvientes.
Enheduanna vivió entre 2285 y 2250 a.C. en la ciudad-estado de Ur (en el sur de Sumeria, actual Irak), una de las primeras ciudades del planeta. Fue una figura notable en su tiempo al ostentar el prestigioso cargo de «alta sacerdotisa» en el templo del dios Nanna, o Sin, personificación de la luna (algo habitual en las mitologías de antiguas culturas, como Selene o Mene en la griega, Máni para los nórdicos o el dios japonés Tsukuyomi).
Esta influyente suma sacerdotisa era miembro de la familia real. Su padre fue ni más ni menos que el mismísimo rey Sargón I de Acad, fundador de una dinastía. Aunque de origen humilde, parece haber empezado como jardinero (o una profesión similar), pasó a ser rey del que podría considerarse el primer imperio territorial. Fue quien unificó Sumer y Acad al someter a las ciudades-estados que hasta entonces habían estado enzarzadas en seculares luchas. Su reinado duró del 2334 al 2279 a.C. y fue en torno al 2354 a.C. cuando nombró a su hija «En» o «suma sacerdotisa», un título que solía recaer sobre los miembros femeninos de la casa real. Paso entonces a ser conocida como Enheduanna, que significa literalmente «suma sacerdotisa, adorno del cielo». Su propio nombre denota su rol religioso. Sin embargo, también mostraría, como se debate entre los especialistas, una metáfora poética abierta a múltiples interpretaciones que aludiría a la belleza de contemplar la luna enmarcada en el cielo.
No sabemos si su nombre hacía referencia su belleza, pero lo que es seguro es que este cargo le otorgó un prestigioso liderazgo, además de mucho poder. No debe extrañar si tenemos en cuenta que, en las primeras e incipientes formas de estado, la administración y la organización política estaban centralizadas y pasaban, en buena medida, por los templos. Sacerdotes y sacerdotisas se situaban en la cúspide social. Eran ellos, Enheduanna incluida, quienes dirigían una notable cantidad de actividades de la vida cotidiana, como el comercio, la agricultura y la artesanía.
Los templos también funcionaban como centros de aprendizaje y en ellos se estudiaban diversas ciencias como las matemáticas o la astrología, cruciales entonces. De hecho, entre las tareas más importantes del templo, estaba no solo la de ser un centro religioso, sino también la de actuar como un observatorio para seguir los movimientos de los planetas y las estrellas. Así, bajo los astros celestes, estas sedes dirigían la vida de los mortales y acogían las ofrendas a los dioses. Fue desde uno de estos templos, el de Nanna, donde Enheduanna registró los movimientos de algunos cuerpos celestes. ¿No estamos entonces ante la primera mujer astrónoma? Al menos sí ante la primera a la que podemos llamar por su nombre.
Enheduanna fue una figura clave en la política de conciliación de Sargón para con las comunidades sometidas a su nuevo y cada vez más vasto imperio. Esta política se basaba en el mantenimiento de las costumbres existentes, motivo por el cual Enheduanna fue precisamente nombrada suma sacerdotisa de Nanna. Continuó en su cargo tras la muerte de su padre, con el reinado de su hermano Rimush, aunque su implicación en un complot político resultó en su expulsión y posterior restitución, evento detallado en su obra «Nin me sara» (que significa «Exaltación de Inanna»). Escribió 42 himnos, recogidos en «Los himnos de los templos sumerios». Esta colección está a caballo entre la autobiografía y el fervor religioso, un testimonio poderoso de su vida y su fe.
En el viejo cuneiforme firmó sus obras, un hecho raro en la Antigüedad. Esta atípica decisión, fuera cual fuera el motivo, la convertiría milenios después en la más antigua poetisa cuya literatura podemos atribuirle. La hazaña, quizás buscada y pretendida, pero de un alcance seguro inimaginado, acabó llegando mucho más allá: hizo de Enheduanna la primera mujer en la historia de la que sepamos su nombre, su profesión, su familia y su obra. No es un filósofo griego clásico, hombre, viejo y sabio, sino una mujer, la que todavía hoy, a través de sus textos, nos transmite un saber milenario.