Cargando...
Sección patrocinada por

Cien años

La guerra del Rif: así se explica a los militares de 1936

Con 'La guerra del Rif (1907-1927)' García de Gabiola ofrece un nuevo enfoque del conflicto en el centenario del desembarco de Alhucemas

Desembarco de Alhucemas en la guerra del Rif LR

Estamos en el centenario del desembarco de Alhucemas, ocurrido el 8 de septiembre de 1925. Fue la operación militar más importante hasta el momento, combinando el despliegue de tropas con el apoyo de tanques y fuerzas aéreas. El éxito fue tan rotundo que inspiró a Eisenhower para la coordinación de las fuerzas en los desembarcos en Sicilia en 1943 y en Normandía en 1944. Sin embargo, el Gobierno de España no va a hacer nada para recordarlo, y eso que ni siquiera fue contra Marruecos, sino contra la República del Rif, que no reconocía al rey alauí. Habrá actos en entidades privadas, pero poco más.

El desembarco de Alhucemas se produjo para poner fin a la guerra del Rif, iniciada en 1909, y que estaba siendo un quebradero de cabeza insalvable en la monarquía de Alfonso XIII, y un desgaste sin recompensa para miles de jóvenes españoles. En aquel conflicto se forjó, además, la generación de militares que acabaron chocando en la Guerra Civil y dos de los cuerpos militares más importantes del Ejército español, como la Legión y las Fuerzas Regulares. A pesar de todo esta trascendencia, la guerra del Rif ha pasado casi desapercibida para la historiografía española. Quizá solo se cita para un dato que ha resultado falso. Me refiero a explicar el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 como un instrumento para evitar las responsabilidades del “Expediente Picasso”, relativo a las condiciones que propiciaron el Desastre de Annual en 1921. Lo cierto es que el procedimiento judicial siguió tras el golpe.

Javier García de Gabiola ha venido a tapar ese hueco historiográfico con su libro “La Guerra del Rif (1909-1927). Una historia militar entre legionarios y regulares” (Sekotia, 2025). El autor es un habitual de las revistas de divulgación histórica, lo que asegura una lectura fácil del libro. La obra da un nuevo enfoque al conflicto gracias al acceso a las fuentes francesas, y adopta una perspectiva global que puede ser útil para entender al grupo de militares de 1936. García de Gabiola habla de los vínculos que se forjaron entre los que triunfaron en la guerra del Rif, los “africanistas”, como Franco, Mola, Queipo de Llano, Varela, Yagüe o Kindelán, que estuvieron todos entre los golpistas de julio del 36. Mientras que los que fracasaron en las campañas africanas, como Asensio, Pozas o Llano de la Encomienda se quedaron junto al gobierno del Frente Popular.

La presencia en el norte de África data de la creación de la Diócesis de Hispania en la época romana en el siglo III d.C. Luego, tras la Reconquista, se tomó Melilla, en 1497, a la que siguió la adquisición por las armas de otros puntos para combatir la piratería berberisca. Ceuta se incorporó en 1580, casi un siglo antes de que la dinastía alauí comenzara su reinado. No obstante, los conflictos eran con los rifeños, como ocurrió con la Guerra de África, entre 1859 y 1860, y la llamada “guerra del Margallo”, en 1893, por una incursión rifeña en Melilla. De hecho, el sultán marroquí aceptó castigar a las cabilas que hostigaban a los melillenses y crear una zona neutral. Esto provocó un alzamiento de los rifeños contra Marruecos. La intervención de las potencias europeas no se hizo esperar, y Francia y España, con el beneplácito del Reino Unido se repartieron el norte de África en 1904 bajo el nombre de “Protectorado”, asunto que se confirmó en la Conferencia de Algeciras. Cinco años después comenzó la guerra del Rif.

El guerrero rifeño, cuenta Javier García de Gabiola, era “totalmente irregular”. Tenía armas de caza, pero otras eran compradas de contrabando o adquiridas como botín de guerra. Las cabilas contaban con unos 18.000 fusiles, 250 ametralladoras y casi 200 piezas de artillería. Los ejércitos más numerosos fueron los de El Raisuni en la Yebala, El Mizzian en la Guelaya, y el de Abd el Krim, el mayor de todos, que contaba, además, con tres aviones. Este último proclamó la República del Rif, con capital en Axdir, que no reconocía al sultán de Marruecos, entre 1921 y 1926. Practicaban una guerra total, desde el enfrentamiento directo a la guerra de guerrillas, el corte de suministros y el terror. Contaban para ello con mercenarios alemanes, veteranos de la Primera Guerra Mundial.

En el libro se van detallando las campañas militares, con sus fracasos y victorias. García de Gabiola detalla, por ejemplo, la derrota del Barranco del Lobo, el 27 de julio de 1909, en el que murieron más de un centenar de soldados y el general Guillermo Pintos. Este acontecimiento calentó en España la conocida como Semana Trágica, que produjo un número similar de muertos. El autor va describiendo con detalle y de forma amena la campaña del río Kert, y la guerra con El Raisuni. El Desastre de Annual ocupa una cuarta parte del libro, y no es para menos. Ocurrió el 21 de julio de 1921. Unos 8.000 españoles fueron asesinados, cuenta García de Gabiola, la mayoría a sangre fría, cortando su cuello y empleando todo tipo de vejaciones. Los rifeños estuvieron matando españoles durante 18 días, en un auténtico genocidio donde se les dejaba morir de sed, o desangrados tras cortarles las orejas, las narices y los testículos. El Gobierno español cuanto pudo para rescatar a los prisioneros. A partir de ahí comenzó lo que García de Gabiola llama “reconquista”, contando, dice, que el “pueblo español reaccionó como un hombre de honor”, con rabia, cólera y generosidad. En esa reconquista se forjó un nuevo ejército español, muy distinto al Annual, nos cuenta el autor, al ser sustituidas las tropas de reemplazo por nativos y voluntarios.

Fue entonces cuando entraron en liza los dos cuerpos de élite del Ejército español: la Legión y las Fuerzas Regulares. Los legionarios fueron creados durante la guerra por Millán Astray, otro de los militares que se levantaron contra la República. Esa “infantería legendaria”, como la denominó el historiador Luis E. Togores, que se fundó en 1920 bajo el nombre de Tercio de Extranjeros, usó tácticas muy avanzadas para su época y, además, armas pesadas de apoyo. Las cuatro banderas del tercio se incrementaron a cinco en 1921, y luego a siete cuatro años después. Los Regulares, creados por Dámaso Berenguer en junio de 1911, eran una fuerza compuesta por españoles y nativos que se lanzaban al combate sin pensar. De hecho, como cuenta García de Gabiola, solo respetaban a los oficiales que luchaban del mismo modo, como fue el caso de Franco.

El final de la guerra está marcado por la iniciativa de Abd el-Krim para unificar a las cabilas contra Francia en mayo de 1924. El objetivo era entrar en Fez, y la masacre se reprodujo. El ejército francés, dirigido por el general Colombatt,estaba compuesto por fusileros senegaleses, no europeos, y los miles de bajas quedaron en silencio. Sin embargo, este ataque propició la unión de España y Francia que se tradujo en el Desembarco de Alhucemas, dirigidos por los militares españoles Primo de Rivera y Sanjurjo. La descripción que hace el autor, con los componentes naval, aéreo y terrestre, es apasionante siempre que se haga con un mapa en la mano. Primo solo quería derrotar a los rifeños y capturar Axdir, pero Petain, comandante francés, lo animó a seguir la campaña, afirma García de Gabiola, diciendo que el Abd el-Krim recibía el apoyo de los comunistas franceses. Aquello selló el destino del líder rifeño, que se rindió en mayo de 1926, y de la guerra, que continuó hasta julio de 1927 cuando el general Sanjurjo acabó con los focos de resistencia.