cultura
La gran estampida de los Orleans
Desatado el pánico en el regio palacio, los soberanos y sus hijos abandonaron enseguida París rumbo al exilio británico
El primogénito de los seis hijos de Luis Felipe de Orleans, llamado como él, se convirtió en rey de los franceses tras la revolución de 1830, y hasta 1848; dieciocho años de reinado con más turbulencias que calma. La primera gran revolución del siglo precipitó así la caída del rey Carlos X y, por ende, las esperanzas e ilusiones concebidas por los Borbones de la línea mayor de la Casa de Francia.
El ambicioso Luis Felipe, nombrado lugarteniente general del reino, aprovechó la ocasión para ceñirse la Corona en sus sienes inaugurando la que se dio en llamar la «monarquía burguesa», pues el nuevo soberano ya no lo fue más de Francia sino «de los franceses» sin excepción.
Entre tanto, seguía latente la lucha soterrada entre las dos ramas de la Casa Real francesa: los Borbones y los Orleans. Los primeros jamás olvidaron la gran traición de los segundos durante el período revolucionario ni, por supuesto, el voto de «Felipe Igualdad» a favor de la ejecución del legítimo rey Luis XVI.
Desposado con la princesa María Amelia de las Dos Sicilias, el nuevo monarca era un hombre muy preocupado por la educación de sus hijos y con un alto concepto de la familia como institución; una monarquía en miniatura para él, a fin de cuentas. No en vano, él mismo había sido educado por la célebre Madame de Genlis, sumido en el fulgor y la pomposidad de la corte de Versalles. De modo que, desde el principio, trató de inculcar a sus hijos el hábito del trabajo y el estudio, sin perder de vista jamás los difíciles tiempos de la revolución y del exilio, como si se tratase de una fatal premonición que tarde o temprano iba a cumplirse.
Terremoto en los cimientos
Y no se equivocó: la tempestad revolucionaria asoló de nuevo los cimientos orleanistas en 1848, coincidiendo con la publicación del llamado «Manifiesto Comunista». Los tronos de Europa se tambalearon. Desesperado por salvar el suyo, Luis Felipe de Orleans trató de abdicar en su nieto y heredero, el jovencísimo conde de París. Una vez más, la maldición se había cobrado la vida de su primer heredero, el duque de Orleans, fallecido en accidente de carruaje en 1842, siendo reemplazado por su hijo mayor, Felipe, conde de París, como heredero del trono de Francia.
Pero ya era demasiado tarde para salvar la Corona. El 24 de febrero de 1848, Luis Felipe de Orleans se dispuso a firmar el decreto de abdicación, acechado por los rabiosos y violentos revolucionarios a las puertas de las Tullerías. La reina María Amelia, aterrada por el recuerdo de la muerte cruel de su tía María Antonieta increpada en el cadalso, huyó despavorida de París con tan sólo quince francos en el bolsillo y el único vestido que llevaba puesto.
Desatado el pánico en el regio palacio, los soberanos y sus hijos abandonaron enseguida París rumbo al exilio británico. Jamás pensó Luis Felipe que llegaría a pedir asilo a la reina Victoria de Inglaterra, que jamás olvidó las afrentas infligidas en el pasado. De los ricos oropeles del trono y de las adulaciones de los palaciegos y los cortesanos, los Orleans se vieron relegados así a la más humillante penuria, de lo cual daba fe sin tapujos el propio príncipe de las letras Víctor Hugo: «La familia Orleans –escribía– está literalmente en la miseria; son veintidós a la mesa y beben agua. Lo digo sin la menor exageración. No tienen para vivir más que unas cuarenta mil libras de renta distribuidas así: veinticuatro mil francos de renta de Nápoles, dote de la reina María Amelia, y la renta de una suma de trescientos cuarenta mil francos que Luis Felipe había olvidado en Inglaterra».
Por si fuera poco, el Gobierno británico acabó expulsando del país sin miramientos a uno de los hijos de Luis Felipe: Antonio de Orleans, duque de Montpensier, casado con la infanta española Luisa Fernanda, hija de los reyes Fernando VII y María Cristina de Borbón, y hermana de la también soberana Isabel II.
El 12 de marzo de 1848, los duques de Montpensier se dirigieron en barco hasta Ostende, desde donde pretendían pedir asilo en Bélgica a la reina Luisa, hermana de Antonio de Orleans, pero tampoco en Holanda fueron bien recibidos por el pueblo. Finalmente, no tuvieron más remedio que embarcar en Rotterdam rumbo al puerto de San Sebastián, a donde arribaron el 2 de abril. Empezaba así la nueva vida de los Orleans en España, que tampoco iba a resultar muy edificante que digamos..