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Entrevista
Laurence Rees, historiador británico: "La gente llama 'fascista' a sus enemigos porque son vagos y les falta educación"
El británico publica en España un estudio en el que, tras mirar 'En la mente nazi', señala a doce advertencias de la historia: "Vemos valores de Hitler por todos lados"

El nuevo libro que se publica en España de Laurence Rees viene marcado por un encuentro, el que tuvo este historiador británico con un exintegrante de las Waffen SS. Nada encajaba con lo que tenía en la cabeza. Y de ahí surgieron una serie de preguntas e indagaciones que terminaron convertidas en este «En la mente nazi», que edita Crítica.
–¿Qué cambió en usted?
–Dejé de confiar en los prejuicios. Él era muy diferente de lo que yo imaginaba. Me resultaba inteligente, tenía sentido del humor y había tenido un trabajo muy importante del que se acababa de jubilar y, sin embargo, cuando hablaba de estos temas de la guerra era como una realidad paralela. No esperaba nada parecido. Esperaba que dijera: «Lo siento muchísimo. Fue una cosa terrible. Todos actuábamos bajo órdenes...», pero ni por asomo... Ese es el mito popular del que yo había oído hablar. Y la ironía es que cuando empecé a conocer a personas que estuvieron en la policía secreta de Stalin y también cometieron atrocidades, daban esa misma respuesta, aseguraban que les hubieran disparado si no hubieran cometido esos actos. Aparecía entonces una cuestión humana sobre la mentalidad que estaba en la raíz de todo esto: cómo es posible que estas personas hubieran cometido algunas de las atrocidades más terribles de la historia, si no las más terribles, y pensaran que hicieron lo correcto.
–¿Y se encuentra habitualmente con negacionistas de los temas que nos ocupan hoy?
–Están en todas partes. Pero lo interesante es que él no era un negacionista del Holocausto. No negaba que nada de esto hubiera pasado. Simplemente tenía una manera totalmente fantasiosa de interpretarlo. Y no es nada infrecuente, por ejemplo, Rudolf Hess. Es una manera de abordar los eventos para absolverse a uno mismo de la culpa. Su visión del Holocausto se torna en una locura: «Somos valientes porque reconocimos que los judíos eran el problema». No había una negación, es como una reinterpretación radical. Hoy en día vemos que muchos políticos simplemente niegan las cosas, pero también hacen esta reinterpretación radical de lo que sucede.
–¿Qué valores del nazismo encuentra en la actualidad?
–Obviamente, el antisemitismo, pero también el racismo, la rabia, la violencia nacionalista, la creencia de que la democracia ha fracasado, el deseo de destruir los derechos humanos para romper el Estado de derecho y para destrozar la libertad de los periodistas a la hora de escribir lo que piensan.

–¿Cuándo la gente ha vuelto a sacar pecho por su racismo?
–El nazismo nació de una crisis, de la pérdida de la Primera Guerra Mundial y particularmente de una crisis económica tremenda. También del fracaso de la democracia a la hora de lidiar con los problemas a los que se enfrentaba una gran parte de la población. Tanto el antisemitismo como del racismo pueden estar dormitando durante mucho tiempo y aflorar. Lo vimos en Bosnia durante las guerras yugoslavas: la gente que había convivido alegremente durante años e independientemente de su trasfondo étnico o religioso, y bajo una crisis, inmediatamente volvió ese racismo.
–¿Y cuáles son los peligros de unificar a los «otros» bajo la etiqueta de «fascistas»?
–Es mucho más fácil odiar al otro que entrar en cualquier tipo de diálogo. Hitler dijo a mediados de los años 20, y me pareció muy revelador, que el odio es la única emoción estable. El odio puede unir a la gente casi más que cualquier otra emoción. La gente utiliza la palabra «fascista» o «nazi» para describir a sus enemigos porque son vagos y les falta educación, pero dejando eso de lado, es porque llamar a alguien «nazi» es el estándar de oro del mal. Una manera abreviada de decir «eres increíblemente malo». Y eso me vuelve loco porque obviamente hoy en día nadie es nazi porque el partido, el NSDAP, ya no existe. No puedes llamar a alguien el siguiente Hitler porque toda la construcción genética y sus circunstancias han desaparecido, ya no están, entonces nadie puede volver a ser Hitler. Sus valores los vemos por todas partes, pero nadie es nazi.
–¿Ha conseguido con este ensayo entender la mente nazi?
–No me refiero a una gran mente nazi. No todos los nazis estaban de acuerdo con cada uno de estos puntos, pero todos o casi todos sí que suscribían los dos primeros puntos porque las teorías de conspiración eran cruciales y al igual que lo fue lo del punto de «nosotros versus ellos» con el tema del racismo y el antisemitismo. La mente nazi es la mente humana y eso para mí es lo importante.
–En su día fueron cruciales las teorías de la conspiración, pero actualmente están en alza: aviones que nos fumigan, que si la Tierra es plana...
–Es aterrador. Todo está relacionado con detestar a los expertos. Es una de las cosas interesantes que percibí durante el Covid, que la gente empezó a utilizar el término «experto» como si fuera un abuso. Es curioso porque imagina que tuvieras un cáncer: ¿Querrías que te tratara alguien que no tiene mucha idea sobre esta enfermedad o alguien que ha pasado toda su vida intentando entenderlo?... Este rechazo tiene que ver con el sinsentido que está floreciendo. Yo, personalmente, no entro en las redes sociales porque me empezaron a perseguir «on-line» todos los negacionistas del Holocausto, que no se llamaban a sí mismos así, sino «escépticos». Palabra que me empezó a parecer muy sospechosa. No buscan entender, solo quieren un mecanismo para apoyar el prejuicio que ya tienen. Y entonces ahí me rendí. Hablar con un escéptico del Holocausto sería como hacerlo con alguien que cree que la Tierra es plana: le puedes llevar en un cohete y enseñarle que el mundo es redondo y te dirá que «la de cosas locas que es capaz de hacer la CIA para convencerme».
–¿Y qué significa que esos «trolls» hayan pasado de las redes a algunos gobiernos?
–Los políticos dependen de los votos y mucha gente de la población masiva suscribe este tipo de cosas. Si una teoría conspiranoica se extiende mucho, es difícil que te elijan si lo que haces es levantarte y decir lo que están diciendo es un sinsentido. No quiero decir que los políticos estén deliberadamente mintiendo para abrazar estas ideas, pero quizá no adoptan las posturas que deberían adoptar. Puede ser que intenten mitigar lo que las teorías de la conspiración están diciendo. Para mí es el problema más grande que hay. Porque creo que los seres humanos tienen predisposición hacia las teorías de conspiración.
–Tenemos conspiranoicos al frente de la sanidad en Estados Unidos, por ejemplo.
–Mi familia me dice que mi problema es que soy demasiado pesimista y que debería ser más optimista. Estuve en Washington un par de años antes de la insurrección del Capitolio y lo veía un ejemplo. Era optimista... y fíjate lo que pasó. Ni en mis peores sueños podía imaginarme que algo como eso iba a suceder. El problema es que somos demasiado complacientes con las instituciones que nos rodean. La única respuesta a esto es la vigilancia. Si vives en una democracia eres un afortunado, y si no la cuidas puede desaparecer.
–¿El problema de la juventud, donde crecen los adeptos a las conspiraciones, es dar por seguros los derechos con los que han nacido?
–Totalmente cierto. Pero junto a los derechos vienen las responsabilidades. Lo que estamos viendo en muchos países, es una especie de erosión interna de la democracia. Yo me fijo mucho en la libertad de los periodistas y en cómo se elige a los jueces. La gente no entiende la grandísima suerte que es vivir en democracia ni lo frágiles que son y lo rápidamente que pueden llegar a desaparecer Eso es lo que a mí me preocupa enormemente.
–¿Cómo ve el futuro de Europa teniendo en cuenta su respuesta antes los problemas que la rodean, como la guerra en Ucrania, los aranceles, el conflicto palestino-israelí...?
–No me atrevo a hablar de la política europea. Lo único que puedo decir es que hay que empezar por las pequeñas cosas. Hay que mantener un nivel de vigilancia porque el derecho a protestar y a manifestarse es una cosa que es muy fácil de arrebatar a la gente.
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