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La historia rescatada

La maldición cumplida de la infanta Elvira de Borbón

"Un día el viejo emperador morirá como todo el mundo y tú lamentarás haberle obedecido...", le dijo a su prometido

Elvira de Borbón fue hija de Carlos de Borbón y Austria-Este y Margarita de Borbón-Parma .

Fecha: 1859. Enamorada de Leopoldo, la infanta Elvira viajaba a Viena con su madre para visitarle en su palacio y pasear con él por los jardines, prometiéndose amor eterno.

Lugar: Viena. Decepcionada con el emperador Francisco José y con su novio por seguir al jefe de la familia, Elvira previno al archiduque Leopoldo de Austria: “Lamentarás haberle obedecido...”.

Anécdota. La reina María Cristina de España no estaba dispuesta a que su familia, los Habsburgo, siguiese emparentándose con la rama carlista, enemiga de su hijo Alfonso XIII.

Con dieciocho años, la infanta Elvira de Borbón y Borbón-Parma (1871-1929) era una atractiva mujer con grandes y profundos ojos negros, como de felino. Una sola mirada suya bastaba para horadar corazones, como el afilado dardo de un querubín.

Al mismo tiempo, ella era una dama muy apasionada, dispuesta a todo con tal de conquistar y sentirse conquistada. En 1889 suspiraba ya por el archiduque Leopoldo Fernando de Austria, primogénito de Fernando IV, duque de Toscana. Nacido en diciembre de 1868, tres años antes que Elvira, el archiduque Leopoldo era un apuesto militar que cautivaba a las jóvenes princesas de su época. Constituía sin duda un buen partido, tanto por su agradable apariencia física, como por su exquisito linaje, pues su abuelo paterno Leopoldo II fue rey hasta que le obligaron a retirarse a Bolonia con su familia en 1859, tras una incruenta revolución que incorporó la Toscana al reino de Italia.

El 21 de julio de aquel año, Leopoldo II abdicó en su hijo Fernando IV, padre del príncipe azul de Elvira, pero éste jamás llegó a ceñir la corona.

Enamorada perdidamente de Leopoldo, la infanta Elvira solía viajar a Viena con su madre para visitarle en su palacio y pasear con él por los jardines, prometiéndose amor eterno. La pareja prodigaba así, resignada de momento, separaciones y reencuentros, soñando con casarse más pronto que tarde. Pero su relación se había convertido en un secreto que nadie de la familia, ni en la corte vienesa ni en Viareggio, osaba quebrantar.

Sin rechistar

Harta de tanto mutismo, Elvira decidió escribir un día a su amado, instándole a que zanjase de una vez aquel insufrible sigilo: “Habla directamente –le indicó- con el emperador Francisco José, jefe de la familia, y pídele su licencia. Una vez conseguida, ni tus padres ni los míos podrán poner objeciones, si es que las hubiera, que no lo entiendo”. El archiduque Leopoldo obedeció sin rechistar.

Días después, el jefe supremo de los Habsburgo le recibió en audiencia privada, durante la cual el joven enamorado le hizo partícipe de su feliz noviazgo con la infanta de la rama carlista, explicándole sus planes para el futuro. Leopoldo aprovechó también para expresarle su extrañeza y la de Elvira ante la frialdad que despertaba la relación entre sus allegados. El emperador le escuchó atentamente en silencio, dejando que terminase de desahogarse. Pero luego le dijo, muy serio: “Lo siento, pero no tengo más remedio que pedirte que renuncies a Elvira. No puedes casarte con ella”.

Atónito, el archiduque recurrió a un sólido argumento, en apariencia: “¿Por qué, Majestad, yo no puedo casarme cuando mi primo Leopoldo Salvador ha conseguido hacerlo con Blanca, la hermana de Elvira?”.

Pero los príncipes y las princesas no eran entonces como el común de los mortales a la hora de unirse en matrimonio. En la realeza europea prevalecía siempre la llamada razón de Estado, mucho más poderosa que el amor. No importaba así que una princesa no amase a un príncipe, o viceversa, si su relación beneficiaba a la política del imperio, en este caso.

Y al contrario: si un matrimonio generaba conflictos diplomáticos o familiares entre la realeza, se rechazaba sin titubeos. Contra el veredicto del emperador no cabía así recurso alguno. “Lo de Blanca fue un error”, sentenció Francisco José. Acto seguido, desveló él mismo todo el misterio: “Mi sobrina María Cristina, reina regente en nombre de su pequeño hijo Alfonso XIII, ha estado enviándome protestas desde entonces. Dos matrimonios Habsburgo con las hijas del pretendiente carlista al trono de España colmarían el vaso y darían lugar no sólo a más lamentos de María Cristina, sino a conflictos diplomáticos con Madrid que hay que evitar”.

Nada menos que la reina de España se oponía al enlace, condenando a Leopoldo y Elvira a la más implacable desdicha. Naturalmente, por nada del mundo estaba dispuesta María Cristina a que su familia, los Habsburgo, siguiese emparentándose con la rama carlista, enemiga de los intereses legítimos de su hijo Alfonso XIII. Difícil trago fue ya para ella ver a la infanta Blanca convertida en archiduquesa de Austria, tras su boda con Leopoldo Salvador, como para consentir ahora otra más. Pero al mismo tiempo, fomentaba los matrimonios entre los Habsburgo y los Borbones legítimos de España. Empezando por ella misma, desposada con Alfonso XII tras la muerte de su primera esposa María de las Mercedes. María Cristina intentó también casar a su propio hermano, el archiduque Carlos Esteban, con su cuñada Eulalia, pero la hermana de Alfonso XII le dio calabazas.

MAL PRESAGIO

La reacción de la infanta Elvira al conocer la decisión del emperador sobre su matrimonio se asemejó a una auténtica maldición. Decepcionada con Francisco José, y de modo particular con su novio por obedecer ciegamente al jefe de la familia, previno así al archiduque: “Un día el viejo emperador morirá como todo el mundo y tú lamentarás haberle obedecido...”.

Sonó a maleficio, y encima se cumplió a rajatabla: el hombre al que más quiso Elvira en toda su vida murió con el remordimiento de haberse plegado cobardemente a los designios del emperador. Leopoldo desoyó incluso los consejos de la madre de Elvira, indignada por el egoísmo dinástico de la reina María Cristina. Doña Margarita trató de consolar así por escrito su terrible amargura: “¡Qué mundo tan malo y tan lleno de pequeñeces y miserias! ¿Puedes creer que Cristina [la reina de España] ha hecho cuanto ha podido para estorbar la boda?”.