Guerra Civil
Las milicias republicanas: improvisación y tumulto
Julio de 1936, tras la disolución del Ejército, las milicias armadas fueron la primera defensa de la República frente a las tropas golpistas
«Debido gravedad situación presente procederá V. E. a armar pueblo». La posibilidad llevaba encima de la mesa desde el estallido de la rebelión en África el 17 de julio de 1936, pero ni el presidente de la República Manuel Azaña ni el presidente del Consejo de Ministros Santiago Casares Quiroga habían querido implementarla, pues eran conscientes de que si entregaban armas a los partidos políticos y a los sindicatos, perderían el control de las calles. Fue José Giral, sucesor de Casares, quien dio el paso, enviando esta orden a todos los gobernadores civiles de las provincias.
Durante el periodo de entreguerras, la paramilitarización había sido un modo común de participación política de la juventud, tanto en España como en los demás países del mundo occidental, y tanto para la derecha como para la izquierda. En el caso del Frente Popular, que ganó las elecciones de febrero de 1936, y de las fuerzas políticas que lo conformaron, se pueden destacar organizaciones como las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) del Partido Comunista, y la Federación Nacional de Juventudes Socialistas (FNJS) del PSOE –que poco antes del estallido de la Guerra Civil se fusionaron en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU)–, así como los comités de defensa de los anarquistas de la CNT y la FAI o los «escamots» de Esquerra Republicana. La entrega de armas a estas organizaciones, o su adquisición violenta cuando las autoridades se mostraron reticentes a cederlas, dio el pistoletazo de salida a la creación de las diferentes fuerzas milicianas que, tras la disolución del Ejército, fueron la primera defensa de la República frente a las tropas golpistas, y también un medio de represión descontrolado. Cada organización política creó sus propias columnas, y mientras el Quinto Regimiento de los comunistas se convertía en el modelo a seguir por su eficacia organizativa y su combatividad, los anarquistas adquirieron un papel preponderante en todo el frente de Aragón, donde iban a experimentar con la colectivización y la creación de un «gobierno» semiautónomo para gestionar la región.
No fueron las únicas tendencias centrífugas. El 21 de julio de 1936 se creó en Barcelona el Comité Central de Milicias Antifascistas, un órgano que además de controlar el orden público en el interior debía reclutar, armar, organizar y dirigir a las fuerzas catalanas que marchaban hacia el frente. Sin embargo, a pesar de que en el mismo participaron todas las fuerzas políticas catalanas, fue una iniciativa de corta duración y, tras su disolución a finales de septiembre, sus competencias pasaron a la Generalitat. También es muy llamativo el caso del PNV, porque se trataba de un partido de ideología ultraconservadora, antiespañola y anticomunista, cuyos milicianos, los gudaris, acabarían conformando el Euzko Gudarostea, el Ejército Vasco, que luchó a favor del orden republicano en busca de un estatuto que les otorgara la autonomía deseada.
Desde el punto de vista social, además de englobar a diferentes partidos y tendencias, las milicias republicanas integraron tanto a hombres como a mujeres. Estas, aunque minoritarias, tuvieron una importancia propagandística crucial a la hora de remarcar ideas como la igualdad, la libertad y la democracia, y aunque la tendencia fue relegarlas a funciones de intendencia y sanidad, algunas de ellas estuvieron en el frente durante toda la guerra y llegaron a comandar sus propias unidades, tanto mixtas como exclusivamente femeninas. Militarmente hablando, organizados en batallones y columnas con denominaciones basadas en personajes históricos, símbolos ideológicos o simplemente tomando el nombre de sus jefes, como «Aida Lafuente», «Lenin», «de Hierro», «Rojo y Negro» o «Mangada», los milicianos, a veces apoyados por restos de unidades militares y fuerzas de la Guardia Civil o de la Guardia de Asalto y en ocasiones comandados por oficiales del Ejército que habían demostrado su lealtad a la República, tuvieron sus luces y sus sombras. Si bien fueron capaces de desarticular la rebelión en numerosas localidades como Barcelona, Madrid o Guadalajara, de detener a las columnas golpistas del general Mola en los puertos de Somosierra, Navacerrada y en el alto del León, y de bloquear el frente aragonés desde Huesca hasta Teruel; a pesar de su elevada moral, su falta de entrenamiento y de disciplina hicieron imposible derrotar al bien entrenado Ejército de África en su camino hasta el sur de Madrid, y fueron una de las causas del fracaso de la invasión de Mallorca. Así, al final fue absolutamente necesario proceder a la militarización de estas fuerzas, cuyas columnas dieron paso a brigadas mixtas que conformaron el Ejército Popular de la República.